(Avvenire/InfoCatólica) La ópera, adaptada de Shakespeare, con la música de Gérard Presgurvic y la dirección de Giuliano Peparini, es una gran producción con la marca de David Zard que ha conquistado casi dos millones de espectadores y vendido seis millones de discos en el mundo. Actualmente el espectáculo se ha instalado en veinte países, entre ellos Italia. Los número son importantes: más de 5 millones de euros para formar un equipo de 45 artistas en el escenario. 35 técnicos. 22 personas en la producción, un equipo de intérpretes internacionales, más de 250 vestidos… En la lista, sin embargo, falta el nombre de la joven de 18 años, de Pesaro, Maria Luce Gamboni. Y aquí inicia otra historia que ha quedado hasta ahora entre bastidores.
A pesar de su corta edad, Maria Luce es considerada un talento en el campo vocal. Ha participado en el concurso Zecchino d’Oro en el 2004 y en el 2008 en el programa de la Rai Te dejo una canción. Frecuenta con provecho el último año del Liceo Clásico Mamiani de Pesaro y está en séptimo de piano en el conservatorio Rossini. Acaba de cumplir los fatídicos 18 años y la producción de Zard le comunica que ha superado la prueba. Desde julio pasa a formar parte del segundo cast del musical para interpretar nada menos que a Julieta. Es un tren que pasa solamente una vez en la vida. Maria Luce lo sabe y se sube con entusiasmo. Firma el contrato y se traslada a Roma. Decide incluso perder un año en el conservatorio. Todo va sobre ruedas hasta que el director le comunica que en el segundo acto está prevista una escena de semidesnudo. Maria Luce no está conforme «porque –explica- en el contrato no figuraba ningún requisito de este tipo».
Antes su conciencia que su carrera
En un primer momento el director se muestra de acuerdo con ella y la joven continúa durante casi dos meses con sus diez horas de ensayos al día. Posteriormente, una semana antes del estreno, la petición se vuelve a presentar: o haces la escena como está prevista o no participas en el espectáculo. Maria Luce dice no. Sus principio y su conciencia prevalecen. Anula el hotel que había reservado en Verona y regresa con su familia. «Nos ha disgustado muchísimo perderla –dice ahora Giulia Riccardi, que se ocupa de la promoción del musical- porque Maria Luce tiene una voz preciosa y es una espléndida persona, pero hemos comprendido su elección. Ha dejado una producción que habría podido llevarla a una fama importante y quizá ha demostrado más valentía así de la que le habría servido para salir a escena con transparencias».
De regreso a las clases del Liceo Maria Luce se ha comunicado con sus compañeros de clase a través de una carta. «Querría dirigirme a mis coetáneos y a las mujeres –escribe Maria Luce- porque me he sentido un objeto en las manos de quienes me querían usar a mí y a mi feminidad para su propio éxito. He perdido porque no he conseguido lo que pedía, pero he ganado conmigo porque al dinero y a mis sueños he preferido mi pudor». Su llamada –en un mundo en el que «pudor» es una palabra pasada de moda, donde a los jóvenes se les propone un modelo de éxito vacío delante de las cámaras, desde los reality a Facebook- es «a no renunciar a las propias ideas en la vida, a defenderlas, a razonar siempre con la propia inteligencia sin dejarse arrastrar, a saber renunciar, si se ve que una cosa no es buena para uno mismo también cuando esto significa perder oportunidades».
Ahora Maria Luce contará su historia en un relato que presentará a un concurso nacional sobre el tema de los valores, porque, como dice el Papa Francisco a los jóvenes, conviene ser valientes e ir contracorriente, pero con los valores de la belleza, de la bondad y de la verdad.