(Portaluz/InfoCatólica) Este pueblo, que entre sus principales fuentes de sustento económico tiene a las hortalizas y el cultivo de frutos, también ha conservado la fe gracias al amor de las familias por la Adoración Eucarística. Razón poderosa por la que ha convertido a este pueblo, ubicado a unos 90 kilómetros al este de Turín, en tierra fecunda para la santidad.
Una oración que estremeció al cielo
Durante la primavera de 1881, el sacerdote Alessandro Canora, impulsó junto a su comunidad parroquial y los alrededores, la adoración al Santísimo Sacramento e invitó principalmente a las madres y señoras del lugar a reunirse las tardes de los martes para rezar por las vocaciones.
Con una propuesta sencilla, las mujeres acudieron a la iglesia del lugar. Al principio lo hacían por separado, para comunicarse con el Señor y manifestarle el anhelo que el sacerdote les había confiado como un tesoro que ellas cuidaban. Pronto, este hondo deseo pasó del corazón a la palabra y, al poco tiempo, se conformó una comunidad que participaba de la Misa dominical y mantenía un diálogo permanente con Cristo, durante la semana en la Adoración Eucarística.
Aquella esperanza estremeció al cielo regalando una cantidad de vocaciones, que hasta hoy se producen, en un pueblo que no supera los 1.300 habitantes. Gracias a la oración, han surgido 323 vocaciones a la vida consagrada, de las cuales 152 son hombres que han sido presbíteros o religiosos; y 171 mujeres que se han consagrado a Dios en 41 congregaciones distintas.
Tierra del Beato Felipe Rinaldi
En algunas familias se han llegado a producir hasta siete vocaciones. El ejemplo más conocido es el de la familia Rinaldi. Sus dos hijas se consagraron como religiosas y cinco varones fueron sacerdotes salesianos.
El más conocido de los cinco hermanos, es el beato Filippo Rinaldi, quien dejó un noviazgo para ser sacerdote a los 20 años, edad en que conoció personalmente a San Juan Bosco y fue su hijo espiritual. Rinaldi se convertiría más tarde en el tercer sucesor de la Congregación salesiana desde 1922 hasta 1931.
Como tradición, cada 10 años, todos los sacerdotes y religiosas que todavía están vivos se reúnen en su pueblo de origen para vivir una verdadera fiesta. El único registro fotográfico data de septiembre de 1946 y tuvo resonancia en todo el mundo. En una de estas celebraciones, participó el sacerdote misionero Mario Meda, que fue por muchos años párroco de una de las comunidades de Lu, y explica «es un gesto de agradecimiento a Dios por haber hecho grandes cosas en nuestra tierra».
La oración que las madres de familia recitaban alrededor del Santísimo era breve, pero a la vez, profunda:
«¡Señor, haz que uno de mis hijos llegue a ser sacerdote! Yo misma quiero vivir como buena cristiana y quiero conducir a mis hijos hacia el bien para obtener la gracia de poder ofrecerte, Señor, un sacerdote santo. Amén».