No se puede anunciar el Evangelio sin el testimonio concreto de la vida

Misa Solemne por la Toma de Posesión de la Basílica de San Pablo Extramuros

El Papa Francisco ha celebrado la Misa en la Basílica de San Pablo Extramuros a las 17,30 horas con motivo de su primera visita a esta Basílica papal de Roma. Al llegar, se dirigió al Sepulcro de S.Pablo donde se recogió en oración. Antes de la celebración eucarística, el Cardenal James Michael Harvey, Arcipreste de la Basílica de San Pablo, le ha dirigido un saludo. Al finalizar la Misa el Papa se ha dirigido a la Capilla del Crucifijo para venerar el icono de la Virgen María.

(InfoCatólica/EFE) El Papa Francisco ha remarcado que «no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida» y ha alertado de que «la incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, minan la credibilidad de la Iglesia», durante la Misa celebrada en la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma.

El Pontífice ha visitado por primera vez esta Basílica papal de Roma, a su llegada ha visitado la tumba de San Pablo y se ha detenido a rezar, y después ha celebrado una Misa a las 17,30 horas concelebrada por el arcipreste de la Basílica de San Pablo Extramuros y exprefecto de la Casa Pontificia, el cardenal James Michael Harvey; los arciprestes eméritos, el cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo y el cardenal Francesco Monterisi; así como el padre abad benedictino de la abadía de San Pablo extramuros, el padre Edmund Power.

Durante la homilía, ha recordado que san Pablo fue «un humilde y gran Apóstol del Señor, que ha anunciado a Dios con la palabra, ha dado testimonio de él con el martirio y le ha adorado con todo el corazón».

En esta línea, el Papa Francisco ha destacado que «no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida» porque quien escucha y ve «debe poder leer en los actos eso mismo que oye en los labios, y dar gloria a Dios». 

Además, el Papa ha indicado que el anuncio del Evangelio «solamente es posible si se reconoce a Jesucristo» porque es Él quien ha llamado y ha invitado a recorrer su camino, por lo que «anunciar y dar testimonio es posible únicamente si se está junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado», ha destacado.

Asimismo, el Pontífice ha apuntado que «la fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio», pero ha recordado que «el anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo».

El Santo Padre también ha dirigido unas palabras especiales a los pastores. «No se puede apacentar el rebaño de Dios si no se acepta ser llevados por la voluntad de Dios incluso donde no queremos, si no hay disponibilidad para dar testimonio de Cristo con la entrega de nosotros mismos, sin reservas, sin cálculos, a veces a costa incluso de nuestra vida», ha señalado.

Además, ha agregado que esto vale para todos porque «el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado» ya que «el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; donde todos son importantes, incluso los que no destacan». «En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad», ha explicado.

En este sentido, el Papa ha recordado que «hay santos del cada día, los santos ‘ocultos’, una especie de ‘clase media de la santidad’, de la que todos pueden formar parte» y también ha recordado también que «en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre».

Por último, el Papa ha invitado a «vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida» para reconocerlo como el Señor y adorarlo y ha explicado que ‘adorar’ significa «aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas» porque adorar al Señor quiere decir «darle a él el lugar que le corresponde», «creer - pero no simplemente de palabra - que únicamente él guía verdaderamente la vida».

En este punto, el Papa Francisco ha invitado a despojarse «de tantos ídolos, pequeños o grandes» que se tienen en los cuales se pone la seguridad, como son «la ambición, la búsqueda del éxito, el poner en el centro a uno mismo o la tendencia a estar por encima de los otros» y a «escoger al Señor como centro, como vía maestra de la vida».

Al finalizar su homilía, el Pontífice ha remarcado que el Señor «llama cada día a seguirle con valentía y fidelidad» y envía a «proclamarlo con gozo como el Resucitado» pero pide hacerlo «con la palabra y el testimonio de la vida en lo cotidiano» ya que «el Señor es el único, el único Dios de la vida e invita a despojarse de tantos ídolos y a adorarle sólo a Él».

Después de la Misa, el Papa Francisco ha visitado la capilla del crucifijo para venerar el icono de la Virgen ‘Theotokos Hodigitria’ (Madre de Dios que indica el camino), del siglo XIII, delante del cual el 22 de abril de 1541 San Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros hicieron la profesión religiosa solemne, evento fundamental para el inicio de la Compañía de Jesús.

Con esta visita a San Pablo Extramuros, el nuevo Obispo de Roma, ha visitado las cuatro basílicas mayores de Roma en su primer mes de su Pontificado.

‘Theotokos Hodigitria’ (Madre de Dios que indica el camino)

Texto de la homilía del Santo Padre

Queridos Hermanos y Hermanas

Me alegra celebrar la Eucaristía con ustedes en esta Basílica. Saludo al Arcipreste, el Cardenal James Harvey, y le agradezco las palabras que me ha dirigido; junto a él, saludo y doy las gracias a las diversas instituciones que forman parte de esta Basílica, y a todos vosotros. Estamos sobre la tumba de san Pablo, un humilde y gran Apóstol del Señor, que lo ha anunciado con la palabra, ha dado testimonio de él con el martirio y lo ha adorado con todo el corazón. Estos son precisamente los tres verbos sobre los que quisiera reflexionar a la luz de la Palabra de Dios que hemos escuchado: anunciar, dar testimonio, adorar.

En la Primera Lectura llama la atención la fuerza de Pedro y los demás Apóstoles. Al mandato de permanecer en silencio, de no seguir enseñando en el nombre de Jesús, de no anunciar más su mensaje, ellos responden claramente: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Y no los detiene ni siquiera el ser azotados, ultrajados y encarcelados. Pedro y los Apóstoles anuncian con audacia, con parresia, aquello que han recibido, el Evangelio de Jesús. Y nosotros, ¿somos capaces de llevar la Palabra de Dios a nuestros ambientes de vida? ¿Sabemos hablar de Cristo, de lo que representa para nosotros, en familia, con los que forman parte de nuestra vida cuotidiana? La fe nace de la escucha, y se refuerza con el anuncio. Pero demos un paso más: el anuncio de Pedro y de los Apóstoles no consiste sólo en palabras, sino que la fidelidad a Cristo entra en su vida, que queda transformada, recibe una nueva dirección, y es precisamente con su vida con la que dan testimonio de la fe y del anuncio de Cristo. En el Evangelio, Jesús pide a Pedro por tres veces que apaciente su grey, y que la apaciente con su amor, y le anuncia: «Cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21,18). Esta es una palabra dirigida a nosotros, los Pastores: no se puede apacentar el rebaño de Dios si no se acepta ser llevados por la voluntad de Dios incluso donde no queremos, si no hay disponibilidad para dar testimonio de Cristo con la entrega de nosotros mismos, sin reservas, sin cálculos, a veces a costa incluso de nuestra vida. Pero esto vale para todos: el Evangelio ha de ser anunciado y testimoniado. Cada uno debería preguntarse: ¿Cómo doy yo testimonio de Cristo con mi fe? ¿Tengo el valor de Pedro y los otros Apóstoles de pensar, decidir y vivir como cristiano, obedeciendo a Dios? Es verdad que el testimonio de la fe tiene muchas formas, como en un gran mural hay variedad de colores y de matices; pero todos son importantes, incluso los que no destacan. En el gran designio de Dios, cada detalle es importante, también el pequeño y humilde testimonio tuyo y mío, también ese escondido de quien vive con sencillez su fe en lo cotidiano de las relaciones de familia, de trabajo, de amistad. Hay santos del cada día, los santos «ocultos», una especie de «clase media de la santidad», de la que todos podemos formar parte. Pero en diversas partes del mundo hay también quien sufre, como Pedro y los Apóstoles, a causa del Evangelio; hay quien entrega la propia vida por permanecer fiel a Cristo, con un testimonio marcado con el precio de su sangre. Recordémoslo bien todos: no se puede anunciar el Evangelio de Jesús sin el testimonio concreto de la vida. Quien nos escucha y nos ve, debe poder leer en nuestros actos eso mismo que oye en nuestros labios, y dar gloria a Dios. La incoherencia de los fieles y los Pastores entre lo que dicen y lo que hacen, entre la palabra y el modo de vivir, minan la credibilidad de la Iglesia.

Pero todo esto solamente es posible si reconocemos a Jesucristo, porque es él quien nos ha llamado, nos ha invitado a recorrer su camino, nos ha elegido. Anunciar y dar testimonio es posible únicamente si estamos junto a él, justamente como Pedro, Juan y los otros discípulos estaban en torno a Jesús resucitado, como dice el pasaje del Evangelio de hoy; hay una cercanía cotidiana con él, y ellos saben muy bien quién es, lo conocen. El Evangelista subraya que «ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor» (Jn 21,12). Esto es un punto importante para nosotros: vivir una relación intensa con Jesús, una intimidad de diálogo y de vida, de tal manera que lo reconozcamos como «el Señor», lo adoremos. El pasaje del Apocalipsis que hemos escuchado nos habla de la adoración: miríadas de ángeles, todas las creaturas, los vivientes, los ancianos, se postran en adoración ante el Trono de Dios y el Cordero inmolado, que es Cristo, a quien se debe alabanza, honor y gloria (cf. Ap 5,11-14). Quisiera que nos hiciéramos todos una pregunta: Tú, yo, ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, de nuestra historia.

Esto tiene una consecuencia en nuestra vida: despojarnos de tantos ídolos, pequeños o grandes, que tenemos, y en los cuales nos refugiamos, en los cuales buscamos y tantas veces ponemos nuestra seguridad. Son ídolos que a menudo mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Esta tarde quisiera que resonase una pregunta en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nos llama cada día a seguirlo con valentía y fidelidad; nos ha concedido el gran don de elegirnos como discípulos suyos; nos envía a proclamarlo con gozo como el Resucitado, pero nos pide que lo hagamos con la palabra y el testimonio de nuestra vida en lo cotidiano. El Señor es el único, el único Dios de nuestra vida, y nos invita a despojarnos de tantos ídolos y a adorarle sólo a él. Que la Santísima Virgen María y el Apóstol Pablo nos ayuden en este camino, e intercedan por nosotros.

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2 comentarios

Nerea
Gracias.
14/04/13 9:12 PM
Enrique, de Sevilla
¡Qué bien suena todo esto! ¿No te gustan, Schüller, las palabras que el Papa os dirige a vosotros los pastores?.

"Adoración", "martirio", "santidad", "Santísima Virgen María"...¿A que os gusta, Schülleres, Masiáses, Oliveiras?

Ahora que empieza la Feria de Abril llevaré una tarde a Schüller a ver los toros. espero que no se maree como otros turistas con nuestras bárbaras costumbres. Pienso que le gustará, porque Francisco va a armar el lío. Sabe pisar los terrenos y ya tiene una cuadrilla de confianza. De arte, se le ha visto que lo lleva dentro. El ganado no me inspira confianza, veo al primer pagola, que salió con bríos y muchos piés, algo acobardado, junto a las tablas, es lo que tiene ver que no puede coger al maestro. Pero, a poco que le ayude empieza sin duda a sonar la música. ¿No te gusta Schüller esa chicuelina? Pues prepárate que vienen cuarenta más! -nos interrumpe en este momento una gitana, que le estaba leyendo la mano a mi amigo Schüller y le dice: "Chúster, anda y pónte en el clergyman esta ramita de romero, que es de Roma, que si no te lo pones te va a dá mu mala suerte". Señores, no se cómo va a terminar la tarde, la cosa de momento iba bien, pero me salgo de la plaza que "Chúster" se me ha puesto malo.
14/04/13 10:04 PM

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