(Zenit/InfoCatólica) En su homilía el papa comentó las lecturas del sábado de la octava de pascua: en la primera Pedro y Juan dan testimonio delante de los jefes judíos a pesar de las amenazas. Y del Evangelio, que narra las apariciones de Jesús a María de Magdala, a los discípulos de Emaús y la incredulidad de los once apóstoles a quienes aseguran de haberlo visto vivo.
Y el papa planteó: «¿Cómo es nuestra fe? ¿Es fuerte? ¿O a veces al ‘agua de rosas’? ¿Cuando llegan las dificultades, tenemos coraje como Pedro o somos un tanto tibios?».
Y recordó que Pedro no calló su fe, no bajó a pactos, porque como se indica en los Hechos de los Apóstoles «continuaron firmes en esta fe» diciendo: «No podemos callar delante de aquello que vemos y oímos».
En la historia del pueblo de Dios -indicó Francisco- siempre «existió esta tentación: eliminar una parte de la fe». Pero «la fe – explicó – es tal como nosotros la confesamos en el Credo». Por lo tanto, debemos superar «la tentación de hacer un poco como hacen todos, de no ser tan rígidos». Porque «cuando comenzamos a cortar la fe, a negociar la fe, de cierta forma a venderla al mejor postor, iniciamos el camino de la apostasía, de la infidelidad al Señor».
Y recordó que el ejemplo de Pedro y Juan nos ayuda, nos da fuerza, como se ve en la historia de la Iglesia, incluso hoy en día. Porque «para encontrar mártires no es necesario ir a las catacumbas o al Coliseo: actualmente, los mártires están vivos en numerosos países. Los cristianos son perseguidos debido a la fe. En algunos países no pueden usar la cruz: son castigados si lo hacen. Hoy, en el siglo XXI, nuestra Iglesia es una Iglesia de los mártires. De aquellos que, como Pedro y Juan, dicen: ‘No podemos callar lo que hemos visto y oído’. Y esto nos da fuerza a nosotros que a veces, tenemos una fe un tanto débil. Nos da la fuerza para hacer frente a la vida con esta fe que recibimos, esta fe que es el don que el Señor ofrece a todos los pueblos».
El Papa recordó entretanto «que esto no podemos hacerlo por nosotros mismos, es una gracia, la gracia de la fe que debemos pedir todos los días: «Señor, te doy gracias por la fe. Conserva mi fe, haz que ella crezca. Que mi fe sea fuerte, audaz y que me ayude en los momentos en los que, como Pedro y Juan, debo hacerla pública. Dame el coraje».
Esta -concluyó- sería una hermosa oración para los días de hoy: que el Señor nos ayude a custodiar la fe, a llevarla hacia adelante, a ser nosotros mujeres y hombres de fe. Que así sea».