(La Stampa/InfoCatólica) Después de saludar personalmente a los fieles que lo esperaban a la salida de la misa en la parroquia de Santa Ana, el Papa Francisco llegó al balcón del Palacio Apostólico para recitar su primer Ángelus ante miles y miles de personas.
«Dios no se cansa nunca de perdonarnos: el problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón. Y por este motivo exhortó a no cansarnos nunca, Él es el padre amoroso que siempre perdona, que tiene misericordia por todos nosotros». Este es el mensaje principal de su reflexión, que también había expresado por la mañana durante la misa en la Parroquia de Santa Ana.
«Sentir la Misericordia lo cambia todo, es lo mejor que podemos sentir. Un poco de Misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Es por ello que, indicó el Papa, necesitamos entender a este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia con nuestros pecados que, como dice Isaías, si fueran rojos como la escarlata los volvería blancos como la nieve».
«Dirijo un saludo cordial a todos los peregrinos, gracias por su acogida y por sus oraciones. Recen por mí. Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y lo extiendo a todos ustedes, que vienen de todas partes de Italia y del mundo, así como a los que siguen por los medios de comunicación», indicó el Papa Francisco.
Al final del Ángelus, el Pontífice volvió a explicar que eligió el nombre de Francisco «porque refuerza el vínculo espiritual con esta tierra, en la que, como saben, se encuentran los orígenes de mi familia. Pero Jesús me ha llamado a formar parte de una nueva familia».
Al final del Ángelus también, las cuentas de Twitter de @Pontifex comenzaron nuevamente su actividad con el breve mensaje: Queridos amigos, os doy las gracias de corazón y os ruego que sigáis rezando por mí. Papa Francisco.
Texto completo de las palabras del Papa
«Hermanos y hermanas, buenos días. ¡Después de la primera reunión del miércoles pasado, hoy de nuevo puedo saludar a todos! ¡Y estoy feliz de hacerlo en domingo, en el día del Señor! Esto es hermoso e importante para nosotros cristianos, reunirnos el domingo, saludarnos, hablarnos como ahora aquí, en la plaza. Una plaza que, gracias a los medios de comunicación, tiene la dimensión del mundo. En este quinto domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera, a la que Jesús salvó de la condena a muerte. Nos conmueve la actitud de Jesús: no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión Tampoco yo te condeno ¡Vete y ya no vuelvas a pecar! ¡Oh, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia! ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? ¡Eh, esa es su misericordia! Siempre tiene paciencia: tiene paciencia con nosotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a Él con el corazón contrito. Grande es la misericordia del Señor.
En estos días, he podido leer un libro de un cardenal -el Cardenal Kasper, un teólogo muy competente, ¿eh?, un buen teólogo– sobre la misericordia. Y me ha hecho mucho bien, ese libro, pero no penséis que hago publicidad que a los libros de mis cardenales, ¿eh? No es así, pero me ha hecho tanto bien, tanto bien... El cardenal Kasper decía que sentir misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos oír: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace el mundo menos frío y más justo. Necesitamos entender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso, que tiene tanta paciencia... Recordemos el profeta Isaías, que afirma que aunque nuestros pecados fuesen color rojo escarlata, el amor de Dios los convertirá en blancos como la nieve.
¡Es hermoso, lo de la misericordia! Recuerdo, cuando apenas era obispo, en 1992, llegó a Buenos Aires la Virgen de Fátima y se hizo una gran misa para los enfermos. Fui a confesar, a aquella misa. Y casi al final de la misa me levanté porque tenía que administrar una confirmación. Vino hacia mí una mujer anciana, humilde, muy humilde, de más de ochenta años. La miré y le dije: Abuela – porque allí llamamos así a los ancianos- abuela, ¿se quiere confesar? Sí, me dijo. Pero si usted no ha pecado... Y ella me dijo: Todos tenemos pecados... Pero el Señor ¿no la perdona? El Señor perdona todo me dijo, segura. Pero, ¿cómo lo sabe usted, señora? Si el Señor no perdonase todo, el mundo no existiría.
Me entraron ganas de preguntarle: Dígame, señora, ¿usted ha estudiado en la Universidad Gregoriana?, porque esa es la sabiduría que da el Espíritu Santo: sabiduría interior de la misericordia de Dios. No olvidemos esta palabra: ¡Dios nunca se cansa de perdonarnos, nunca! El Papa, poniéndose en el lugar del sacerdote, ha improvisado un diálogo: Entonces, padre, ¿cuál es el problema? Bueno, el problema es que ¡nosotros nos cansamos de pedir perdón! Pero Él nunca se cansa de perdonar; somos nosotros los que, a veces, nos cansamos de pedir perdón. Y no tenemos que cansarnos nunca, nunca. Él es el Padre amoroso que perdona siempre y cuyo corazón está lleno de misericordia para todos nosotros. Tenemos que aprender a ser más misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ha tenido en sus brazos a la Misericordia de Dios hecho hombre.
Al final del Ángelus, el Papa ha saludado a las decenas de miles de fieles que llenaban la Plaza de San Pedro:
Gracias por vuestra acogida y vuestra oración –ha dicho–- Os pido que recéis por mí. Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y lo extiendo a todos vosotros, que habéis venido de varias partes de Italia y del mundo, así como a aquellos que se unen a nosotros a través de los medios de comunicación. He elegido el nombre del santo patrono de Italia, San Francisco de Asís y esto refuerza mis lazos espirituales con esta tierra, de la que, como sabéis, es originaria mi familia. Pero Jesús nos ha llamado a ser parte de una nueva familia: su iglesia; esta familia de Dios, para caminar juntos por los caminos del Evangelio. ¡Que el Señor os bendiga y la Virgen os proteja! Y no os olvidéis de ésto: El Señor nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón».