(El Mundo/InfoCatólica) Pero el extraordinario aumento que ha experimentado la fe católica no está exento de problemas. Son muchos los retos que acechan a una Iglesia que encuentra a uno de sus principales enemigos en su propia casa y en muchas ocasiones tiene que pelear el terreno con la miríada de grupos cristianos (principalmente evangélicos) y sectas que desde hace una década han invadido África de costa a costa.
Desde Nairobi (Kenia), Charles Kyallo Mutua, capellán de la prestigiosa Universidad Católica de África Oriental, lo explica sin ambages a El Mundo. «Los predicadores de estas sectas se ponen en lugares públicos, atraen a mucha gente y enseñan la Biblia de forma fundamentalista y tergiversada», relata el sacerdote diocesano. El capellán, que cada jueves celebra misa para nada menos que 1.500 personas, advierte además de los peligros de los nuevos profetas al carecer de «formación teológica seria» y «usar cualquier fórmula para atraer personas», incluso falsas promesas de curaciones y ofertas de trabajo que en una sociedad en vías de desarrollo y carencias educacionales no pasan desapercibidas.
En conversación con El Mundo, el sacerdote jesuita Crisanto-Ebang Abeso Obono, natural de Guinea Ecuatorial, se refiere al mismo reto como uno de los peores dolores de cabeza de la Iglesia católica en el continente. Y subraya el «apostolado agresivo» de los fundamentalistas cristianos. «Los sacerdotes de las sectas salen al encuentro de las personas, van puerta por puerta. Paran a la gente por la calle, algo que un cura católico nunca haría. Nosotros esperamos que la gente venga a la parroquia», explica el miembro de la Compañía de Jesús, actualmente en formación en la Universidad Gregoriana de Roma, desde donde pide a la Iglesia «salir al encuentro de la gente» y «ofrecer el mensaje de Cristo sin miedo ni complejos».
Es precisamente la «falta de formación en espiritualidad y recursos humanos» en África lo que en opinión del mismo cura jesuita pone en peligro la credibilidad de la Iglesia católica en el continente, un lugar donde ya de por sí conviven «muchísimas religiones y prácticas tradicionales como la brujería». «Ahora mismo, el seminario en Juba (capital de Sudán del Sur, país de mayoría católica) está cerrado debido a la ausencia de recursos, financiación y formadores cualificados», explica a El Mundo con detalle el sacerdote jesuita nigeriano Agbonkhianmeghe Orobator desde Nairobi.
Pero hay quien piensa que quizá la Iglesia católica tenga algo que aprender de los evangélicos. Es la opinión de Jean Luc Enyegue, sacerdote jesuita camerunés, que considera envidiable el «entusiasmo, la fuerza de convicción e incluso coraje» de los predicadores que han ocupado el continente africano. «Muchos miembros de mi extensa familia en Camerún que antes no eran practicantes se han vuelto muy fervorosos y ha sido precisamente porque conocieron a un pastor que les habló de Dios y eso les cambió la vida», relata el joven sacerdote, que además, tras una temporada en España, se dio cuenta de que los curas africanos pueden ofrecer una visión de la fe «muy enriquecedora» a los fieles de los países occidentales.
Tierra fértil para la evangelización
El cura camerunés se refiere con sus palabras a la forma en que los africanos viven la fe, muy diferente a la ortodoxia de las parroquias en Europa. «Dios está muy presente en nuestras vidas», asegura Jean Luc Enyegue, consciente de que el mundo occidental está cada vez más secularizado. «En África las iglesias se llenan. La gente celebra la misa con mucha alegría, cantando y bailando» en los templos, cuenta en el mismo sentido Crisanto-Ebang, que estima que «el 95% de los africanos es creyente», lo que convierte a África en «tierra fértil para plantar la palabra de Dios».
El capellán Kyallo tampoco puede evitar la comparación de su fe con la del mundo occidental. «He estado en Estados Unidos, Alemania e Italia, y he visto que en sus iglesias no hay gente joven, totalmente lo contrario a lo que sucede en África», asegura el sacerdote, oriundo de Machakos, al sureste de Nairobi, donde se han construido «cinco iglesias en sólo nueve años» mientras ha visto que «en Alemania se tienen que juntar parroquias por falta de gente».
Población joven
Más allá de las amenazas que acechan, África cuenta con un valor añadido frente al resto del mundo: su joven población. «África es muy joven», dice sin titubeos Crisanto-Ebang, que explica que «el 80% de los jesuitas en Camerún tiene menos de 40 años». Una población joven que, sin embargo, está cada vez más expuesta a la cultura occidental, gracias a las nuevas tecnologías y que reclama soluciones desde la fe para la pobreza, el desempleo, la planificación familiar, las enfermedades de transmisión sexual e incluso para la poligamia, arraigada en muchos países africanos.
Ante el fenómeno, el jesuita nigeriano Orobator se pregunta «cómo la Iglesia puede dar respuesta a las necesidades y expectativas de los jóvenes», la mayoría «sin trabajo» que siente que «la sociedad les está fallando». Este sacerdote pide también no olvidar el importante papel de la mujer africana en la Iglesia católica, que no puede considerar su trabajo como «secundario, sino como significativo». «Sin la mujer, la Iglesia no estaría en ningún lugar», recuerda el jesuita que lamenta que con frecuencia se olvida el importante papel de las mujeres religiosas en África en sectores como la educación y la sanidad.
Además de los evangélicos, el fundamentalismo religioso planea también sobre la Iglesia católica desde el islam, la otra gran religión en África y que en muchos países africanos como Nigeria, Mali o Sudán es motivo de enfrentamiento civil e incluso masacres recurrentes. El pasado 18 de febrero, un sacerdote católico fue asesinado a bocajarro en Zanzíbar (Tanzania), convirtiéndose en el último atentado por parte de radicales islámicos contra los infieles en África.
Pero, a largo plazo, en un continente dominado por la desigualdad y la injusticia social, la Iglesia católica tiene que asegurarse de que «su mensaje de salvación y esperanza siga siendo relevante y creíble», explica el cura Jean Luc Enyegue, que no puede dejar de referirse a la pobreza, el sida, el hambre, las injusticias y la guerra. «Si la Iglesia no oye el grito del pobre en África, será una Iglesia irrelevante», zanja el sacerdote de la orden fundada por San Ignacio.