(Agencias/InfoCatólica) «María es Reina porque está asociada de forma única a su Hijo, tanto en el camino terrenal, como en la gloria del Cielo», dijo el Papa, antes de recordar, siguiendo a San Efrén de Siria, que su condición de reina deriva de su maternidad: «Es la Madre del Señor, Rey de reyes».
Benedicto XVI explicó después «qué quiere decir María Reina». Como en el caso de su Hijo, ese título no es del tipo que implica «poder o riqueza»: «La realeza y el ser rey de Cristo está tejido de humildad, de servicio, de amor, es sobre todo para servir, ayudar, amar». Jesús fue designado rey en la inscripción de la cruz para mostrarse así «sufriendo con nosotros, por nosotros, amando hasta el extremo, y así gobierna y crea verdad, amor, justicia».
Como en el lavatorio de pies de la Última Cena, explica Benedicto XVI: «Es un rey que sirve a sus servidores. Y lo mismo vale para María: es reina en el servicio a Dios y a la humanidad, y reina del amor, que vive el don de sí misma a Dios para entrar en el designio de salvación del hombre». «Sierva» se llama a sí misma, recuerda el Papa, al responder al ángel en la Anunciación y ante Santa Isabel en el Magnificat.
«Es reina amándonos, ayudándonos en nuestras necesidades. Es nuestra sierva humilde... ¿Cómo ejerce María su realeza de servicio y de amor? Velando por nosotros, sus hijos, hijos que se dirigen a ella en la oración para darle gracias o para pedir su protección maternal y su ayuda celestial, tras haber equivocado el camino, oprimidos por el dolor o la angustia los tristes y castigados por las vicisitudes de la vida», continuó el Papa: «En la serenidad o en la oscuridad de la existencia, nos dirigimos a María confiándonos a su continua intercesión, para que nos obtenga del Hijo todas las gracias y misericordias necesarias para nuestro peregrinar por los caminos del mundo».
Finalmente, Benedicto XVI recordó que en las letanías que siguen al rosario se la invoca ocho veces como reina: de los ángeles, de los patriarcas, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, de todos los santos: «El ritmo de estas antiguas invocaciones, y oraciones cotidianas como la Salve Regina, nos ayudan a comprender que la Virgen Santa, como Madre nuestra junto a su hijo Jesús en la gloria del cielo, está siempre con nosotros, en el discurrir cotidiano de nuestra vida... Sabemos que aquella en cuyas manos descansa en parte la suerte del mundo, es buena, nos ama y nos ayuda en nuestras dificultades».