(InfoCatólica) En relación a los abortos de ese tipo de embriones y fetos humanos, el P. Masiá dice no ver «incompatibilidad entre asentir razonablemente al criterio de un moralista que califica determinada decisión de abortar como objetivamente no deseable y, al mismo tiempo, respetar la decisión responsable y en conciencia de esa persona que, tras sopesar las alternativas, optó por el mal menor, no sin sufrimiento. Si moralmente no lo condenamos, tampoco aceptaremos que legalmente la penalicen».
El sacerdote asegura en su artículo que «le duele el tratamiento simplista del tema. Por ejemplo, hablar de malformaciones en general; meter en un solo paquete todos los casos, desde un simple estrechamiento del conducto esofágico en un síndrome de Down hasta una anencefalia; no caer en la cuenta de la incoherencia que supone penalizar la interrupción del embarazo en supuestos seriamente graves a la vez que se recorta el apoyo con la ley de dependencia a la crianza, sanidad y educación de esa vida discapacitada; y un largo etcétera de acusaciones de antivida a quienes optaron dolorosamente por un mal menor en situación de conflicto o presunciones de provida para quienes impusieron por motivaciones ideológicas la opción contraria».
Lo cierto es que la actual ley del aborto mete en un solo paquete todos los casos de embriones y fetos humanos con enfermedades, de tal manera que se permite el asesinato legal de los mismos incluso hasta la semana 20 de gestación.
El jesuita concluye su artículo pidiendo que «motivaciones menos confesadas -política, ideológica o religiosamente- no nos impidan debatir con seriedad científica y responsabilidad ética».
Masiá, contrario al Magisterio de la Iglesia
La postura del magisterio de la Iglesia Católica sobre los fetos anencéfalos fue expuesta en su día por el Cardenal Elio Sgreccia cuando era presidente de la Academia Pontifica para la Vida:
Nos parece que está fuera de discusión el hecho de que el anencefálico es fruto de una fecundación humana, con una forma humana, que desde el momento de la fecundación está teleológicamente dirigido por un principio vital propio. No se debería dudar, por tanto, de que nos encontramos ante un individuo de la especie humana, que hay que respetar como persona del mismo modo que a cualquier otro embrión.