(Efe) A la ceremonia asistió una delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, encabezada por Emmanuel Adamakis, metropolita (arzobispo) de Francia.
Todos los años, una delegación de ese Patriarcado viene al Vaticano en esta fecha y el 30 de noviembre, festividad de San Andrés, el patrón de la iglesia ortodoxa, una delegación de la Santa Sede viaja a Estambul, sede del Patriarcado ecuménico.
El papa imploró de nuevo la unidad de los cristianos y pidió a la Virgen «que conduzca a todos los creyentes en Cristo a la plena unidad», rota en 1054, con el cisma que separó a Oriente de Occidente.
En una homilía dedicada a las figuras de Pedro y Pablo, el obispo de Roma afirmó que el papado constituye el fundamento de la Iglesia peregrina en el tiempo y que de su historia emerge, asimismo, la debilidad de los hombres, «que sólo la apertura a la acción de Dios puede transformar».
«En el Evangelio emerge con fuerza la clara promesa de Jesús: el poder del infierno, es decir las fuerzas del mal, no prevalecerán», subrayó el Santo Padre
Benedicto XVI se refirió asimismo a los símbolos del papado y sobre las llaves -que representan la autoridad y el poder de abrir la puerta del reino de los cielos y juzgar si aceptar o excluir- dijo que aluden a la facultad que el sucesor de Pedro tiene sobre decisiones doctrinales y para aplicar y levantar la excomunión.
«La autoridad de atar y desatar consiste en el poder de perdonar los pecados y esta gracia, que debilita la fuerza del caos y del mal, está en el corazón del ministerio de la Iglesia. Ella no es una comunidad de perfectos, sino de pecadores que se deben reconocer necesitados del amor de Dios, necesitados de ser purificados por medio de la Cruz de Jesucristo», afirmó.
En esta festividad, Benedicto XVI cumplió con la milenaria tradición de imponer el palio a los arzobispos nombrados este año, en esta ocasión 43, de ellos 13 iberoamericanos.
Se trata de Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara (México); Jesús Carlos Cabrero Romero, de San Luis de Potosí (México); Alfredo Horacio Zecca, de Tucumán (Argentina) y Mario Alberto Molina Palma, de Los Altos-Queetzaltenango-Totonicapán (Guatemala).
También lo recibieron Ulises Antonio Gutiérrez Reyes, arzobispo de Ciudad Bolívar (Venezuela), y Salvador Piñeiro García Calderón, de Ayacucho (Perú).
Asimismo lo impuso a los arzobispos brasileños Wilson Tadeu Jonck, de Florinopolis; José Francisco Rezende Dias, de Niteroi; Esmeraldo Barreto de Farias, de Porto Velho; Jaime Vieira Rocha, de Natal; Airton José dos Santos, de Campinas; Jacinto Furtado de Brito Sobrinho, de Teresina, y Paulo Mendes Peixoto, de Uberada.
Además de estos 13 iberoamericanos, también impuso el palio a siete europeos, nueve asiáticos, cuatro africanos, dos australianos y ocho entre estadounidenses, canadienses y de las antillas.
A otros tres prelados le será entregado el palio en sus respectivas archidiócesis, al no poder asistir hoy personalmente a la ceremonia.
El palio es una faja de lana blanca, de entre cuatro y seis centímetros de ancho, con seis cruces de seda negra bordadas longitudinalmente. Están confeccionados con la lana de dos corderos.
Al principio era un signo litúrgico exclusivo de los papas, aunque más tarde éstos lo concedieron a los obispos que habían recibido de Roma una especial jurisdicción.
El primer papa que lo concedió fue Simmaco, en el año 513 y lo impuso a Cesario, obispo de Arles (Francia). Desde entonces se extendió esta imposición a los arzobispos metropolitanos.
Con motivo de esta festividad, la estatua en bronce del apóstol San Pedro existente en la nave central de la basílica vaticana fue recubierta, como ya es tradición, con los paramentos pontificales y le fue colocada en la cabeza una mitra de oro.