(Luis F. Pérez/InfoCatólica) En una Catedral repleta de fieles, Mons. Munilla ha oficiado la Misa cuyo sacrificio eucarístico ha sido ofrecido por el alma de las víctimas del terrorismo y por sus familiar.
El obispo ha asegurado que la fecha elegida para la celebración de esta Eucaristía "no se ha decidido al azar...El Beato Juan Pablo II fue quien instituyó que en el Segundo Domingo de Pascua -que hoy celebramos- se conmemorase en la Iglesia la fiesta del “Domingo de la Divina Misericordia”". "Nosotros creemos firmemente", ha dicho don José Ignacio, "que en la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz y el hombre, la felicidad".
"Queridos hermanos que habéis sido víctimas de la violencia", ha seguido el prelado donostiarra, "permitidme compartir con vosotros unas reflexiones. Las hago con profundo respeto y consciente de que estoy entrando en un terreno sagrado, como es el sufrimiento en vuestras vidas".
Doble efecto del mal
A continuación Mons. Munilla ha explicado que el mal puede provocad un doble efecto. "El primero", ha dicho "es el de hacernos sufrir como víctimas inocentes. Pero el segundo puede llegar a ser todavía más grave: lograr que la víctima llegue a contaminarse moral o espiritualmente con el mal que injustamente está padeciendo". "No nos extrañemos" ha advertido el obispo "de que, después de haber padecido un daño físico ya irremediable, el Maligno pretenda incluso hacernos un profundo daño espiritual perdurable".
El pastor ha exhortado a las víctimas a que "el sufrimiento que habéis padecido y que continuáis padeciendo, no os impida conocer y experimentar la bondad de Dios, la confianza en el prójimo y la esperanza en un futuro mejor".
Aprovechando que en la Catedral de San Sebastián acoge durante el mes de abril una exposición sobre la vida y el carisma de la Madre Teresa de Calcuta, el obispo ha asegurado que "las víctimas de la violencia terrorista están reflejadas en los pobres que Madre Teresa atendió y recogió en las calles de Calcuta", pero al mismo tiempo pueden estar también "reflejadas en el icono de las propias Misioneras de la Caridad, vestidas con sus saris indios, quienes olvidadas de sí mismas se convierten en ángeles de misericordia para los demás".
Hijos de la misericordia, padres de la misericordia
El prelado ha explicado dichas comparaciones mostrando tanto la necesidad de "aprender a dejarnos amar por Dios, así como por los seres queridos que nos rodean", pues "solamente así podrán sanar nuestras heridas, esas heridas que la violencia terrorista ha generado en nuestros corazones", como de practicar la misericordia "con los que la necesitan tanto o más que nosotros, e incluso con quienes la necesitan menos que nosotros. La mejor terapia para sanar nuestras heridas, es la práctica generosa de la misericordia con las personas que nos rodean".
"Ésta es una de las paradojas del mensaje de Cristo: para sanar nuestras heridas, es necesario que nos ofrezcamos como ‘sanadores’ del prójimo". Don José Ignacio ha enseñado que "para poder ser ‘hijos de la misericordia’, tenemos que ser ‘padres de misericordia’. Porque dando se recibe; y olvidándonos de nosotros mismos, es como llegamos a encontrarnos".
"Mis queridos hermanos", ha proclamado el obispo, "las heridas de la violencia terrorista sólo pueden ser sanadas por el bálsamo de la misericordia, que se recibe al mismo tiempo que se da, ya que la misericordia no es otra cosa que el amor gratuito que nace de Dios y que se prodiga de modo especial en aquellos que sufren".
Orad por la conversión de los terroristas
"Con temblor y temor", ha añadido el prelado, "pero con la certeza que nos da el Evangelio de Jesús de Nazaret, me atrevo a proponeros en este Domingo de la Divina Misericordia, a todas las víctimas de la violencia que os sentís cristianos, que oréis con fe y esperanza por la conversión de quienes fueron vuestros verdugos. Será una oración heroica que contribuirá en gran medida a la sanación de vuestras heridas".
El obispo de San Sebastián ha concluido su predicación citando unas palabras del mensaje póstumo del Beatoo Juan Pablo II, Papa:
"A la Humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor resucitado le ofrece, como don, su amor que perdona, reconcilia y suscita de nuevo la esperanza. Es un amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia divina!".
¡Que su sangre sea semilla de paz y libertad!
En la introducción al acto penitencial, Mons. José Ignacio Munilla ha pronunciado las siguientes palabras:
Ofrecemos esta Eucaristía por el eterno descanso de las almas de cuantos fallecieron víctimas de la violencia terrorista. A buen seguro que cada uno de los familiares aquí presentes, ya habéis ofrecido la Santa Misa en sufragio por vuestros seres queridos en diversas ocasiones. Pero hoy lo hacemos de una manera comunitaria y conjunta, expresando el compromiso de la Iglesia por aquellos a los que el terrorismo, alimentado por una ceguera social, negó el derecho a la vida.
Dios les tenga en su gloria, de forma que puedan ser nuestros intercesores en el Cielo; y desde allí, también protagonistas destacados en el fin del terrorismo y en la construcción de un futuro de esperanza. ¡Que su sangre sea semilla de paz y de libertad! Y que Dios nos perdone a cuantos, por acción o por omisión, pudimos pecar contra quienes hoy recordamos.