(La Gaceta) Efectivos de la Policía Municipal y Nacional se personaron para recabar información sobre el suceso y hablar con testigos. Las fuerzas del orden confirmaron a La Gaceta que “no se ha abierto ningún tipo de investigación porque nadie ha denunciado los hechos. Si se pone la denuncia, se abrirá una investigación”.
Premeditación
Eduardo Anaya de la Rosa, sacerdote vicario del templo, declara a este periódico que “me avisaron unos vecinos sobre las cuatro y media de la madrugada del domingo. Vivo a escasos 20 metros de la iglesia, por lo que me personé rápido. En principio, al escuchar sirenas pensé que era el Samur y que me llamaban porque algún vecino fallecía y me solicitaban para dar la unción de enfermos. Pero cuando vi policías y bomberos me percaté de que se trataba de otra cosa”.
El sacerdote añade que “es el primer percance que vivo en los dos años y pico que llevo aquí. Es un barrio tranquilo donde nunca pasa nada. En este tiempo no hemos tenido problemas con nadie y no se ha producido ningún tipo de altercado. Lo que está claro es que esto no lo ha provocado un borracho despistado. Esta acción la ha realizado alguien con premeditación, ya que ha abierto un hueco en la puerta y ha rociado el interior con un líquido inflamable para luego prenderle fuego. Gracias a Dios, los vecinos lo vieron y avisaron a bomberos y Policía. Si pasa más tiempo hubiese sido una tragedia”.
Anaya de la Rosa no sospecha de nadie: “No tenemos certeza de quién ha podido ser. Suponemos que será alguien de por aquí con mala fe y odio hacia la religión, pero la verdad es que desconocemos la identidad de los causantes de este acto vandálico. Lo que está claro es que nadie entró a la iglesia. La llave la tenemos sólo cuatro personas y, además, no saltó la alarma. No se produjo ningún intento de robo del cepillo, ni de imágenes sacras. Quemaron la puerta desde fuera”.
Como anécdota sospechosa, el vicario relata un curioso episodio que vivió poco antes de la fecha de la quema de la puerta: “Hace unos días me llamaron pasadas las 22.30 de la noche por teléfono diciéndome que me iban a embargar la casa donde vivo. Yo me extrañé de la hora en que se me avisaba y de la llamada misma, ya que la casa no me pertenece y estoy allí destinado por el Obispado. La casa del párroco, que vive pared con pared conmigo, tampoco es suya. A su vez, me decían que al día siguiente aparecería alguien a primera hora de la mañana para embargar o desahuciar la casa... No quiero decir que tenga algo que ver con los sucesos del fuego, pero es curioso”.
Vecinos consultados por La Gaceta confirmaron que “se trata de un acto de barbarie sin ningún sentido. A misa venimos muy pocos, siempre los mismos, y es una pena que alguien quiera hacer daño sólo por su odio a la religión”.