Al Vaticano se le han abierto simultáneamente demasiados frentes que no sabe bien como cerrar. Y las vacilaciones, en vez de resolver de una vez tan incómodas situaciones, las agudizan. Durante muchos años se ha hecho irrisión de la autoridad en la Iglesia. Se permitió todo, incluso lo impermitible. Y ahora explotan los problemas uno detrás de otro. Atizado el fuego por los medios hostiles a la Iglesia. Que son multitud. Y da la impresión de que una vez más quieren aplicarse como terapia paños calientes cuando lo que se precisa es sajar de una vez la podredumbre. Porque el pus sólo se elimina de ese modo. Aunque esta infección generalizada tiene un aspecto muy especial. Y demasiado triste. Porque no es una enfermedad que se manifestó inesperadamente. Más bien se inocularon premeditadamente los gérmenes, sin que nadie hiciera nada por evitarlo, y ahora nos alarmamos por la extensión del mal. Que es de tal magnitud que no nos bastará un artículo para dar cuenta sólo de algunas de las manifestaciones de la enfermedad.
Causa no única pero sí muy importante de ella ha sido la crisis de los religiosos. Ellos sostenían en parte muy importante la vida de la Iglesia. Su hundimiento, hay que decirlo así, sin paliativos, arrastró muchas más cosas. En primer lugar a las religiosas. Y tras ellos y ellas a los seglares. Se mundanizaron, animados en parte por el Vaticano con la adaptación de las reglas a no se sabe bien qué, y agonizan. Y el Pueblo de Dios tras ellos. Porque eran quienes sostenían en buena parte la vida de la Iglesia. Hoy ya no sostienen nada y los hay que todavía se empeñan en derruir lo poco que queda.
Los resultados han sido aterradores. Para ellos y para los demás. Muchas órdenes y congregaciones religiosas, sin vocaciones en muchos años, son hoy un triste geriátrico sin la menor esperanza de recuperación. Sólo citaré un caso. Paradigmático: la Compañía de Jesús. Hoy son la mitad de los que eran en los años sesenta del pasado siglo. Y ancianos la mayoría. Se han dejado en la gatera nada menos que 18.000 jesuitas. El cincuenta por ciento de sus efectivos. Animaban miles de obras, tenían anualmente cientos y cientos de vocaciones, sus iglesias eran modelo de vida cristiana… Hoy son campos de soledad, mustio collado.
Hay convocados en estos días dos congresos. Uno organizado por ellos en Hispanoamérica: los ponentes son Boff, Sobrino, Torres Queiruga… La flor y nata de la contestación eclesial e incluso extraeclesial. El otro es el que organiza todos los años en España la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Lo peor de la Iglesia y de la extraIglesia. Pues entre los ponentes, dos jesuitas: Tornos y Lamet. Y el Prepósito general llamándose a andana.
Los carmelitas burgaleses, encabezados por un obispo del mismo hábito, si es que de hábitos cabe hablar, montaron una pequeña sucursal de la teología de la liberación en el vicariato ecuatoriano de San Miguel de Sucumbíos. Roma por fin, ante el desmadre que era aquello y tras una visita apostólica decidió poner fin a la desastrosa experiencia. Pues el obispo, ya emérito, se pone en huelga de hambre, los carmelitas boicotean al nuevo administrador apostólico y el Vaticano se la envaina retirando al que había nombrado.
Son apenas dos ejemplos de los muchos que se podían traer a colación. El obispo dominico mejicano llamado a Roma a dar explicaciones, el claretiano español, secretario de la Comisión episcopal de Liturgia publicando un artículo en la página de la Comisión contra el Summorum Pontificum, la benedictina Forcades, censurada por Roma, ponente del congreso que acaba de clausurarse en Ávila sobre Santa Teresa, el exclaretiano Villar acaudillando la protesta contra el viaje del Papa, el salesiano holandés ensalzando la pederastia… No estamos ante una asignatura pendiente sino ante una que lleva suspendiéndose años y años. Y que parece que no se va a aprobar nunca. Pues es de absoluta necesidad que se apruebe de una vez. Aunque haya que cesar a la mayoría de los superiores y superioras religiosos. Por el camino actual no se arregla nada y se va directo a la desaparición de unas órdenes y congregaciones que siguen siendo necesarísimas en la Iglesia. Pero al servicio de la Iglesia. No de su autodemolición.
Y nos queda para un próximo artículo la gravísima situación de la Iglesia de Irlanda, la rebelión de gran parte del clero austriaco, la incomprensible situación de la Universidad Pontificia de Lima, los hospitales catalanes con participación de la Iglesia que practican abortos, los obispos que tienen que ser cesados por sus desórdenes morales o por sostener doctrinas contrarias a las de la Iglesia, los sacerdotes que profanan la misa, los obispos que lo consienten mientras ponen mil obstáculos a la misa tradicional…
En la Iglesia no caben todos. Sólo aquellos que quieren ser Iglesia. Iglesia católica. Los demás, no es que sobre, destruyen. Y los minadores, las quintas columnas, los caballos de Troya, cuánto más lejos, mejor.
Hemos vivido años de tolerancia máxima. Los resultados no pueden ser peores.
Francisco José Fernández de la Cigoña
Publicado originalmente en La Gaceta y en La cigüeña de la torre