Ser libre es la gran tarea de la vida. Evidentemente la libertad de que disponemos es una libertad humana. Parte de mi vida está determinada por mi naturaleza y las circunstancias que me rodean. Pero parte de ella es el resultado de lo que yo quiera y decida. Por ello mi libertad debe ser motivada, y en ello intervienen mis valores morales. También debe estar encarnada, siendo mi cuerpo el órgano de mi libertad, aunque esta condición corporal sea el origen de tantas limitaciones. Tenemos por tanto una libertad contingente, es decir sujeta a múltiples condicionamientos y necesidades. Con frecuencia no somos libres de elegir lo que nos pasa, pero sí de responder a lo que nos pasa de tal o cual modo. Podríamos decir en consecuencia que la libertad humana es más liberación que libertad, es decir libertad que se está realizando y no se ha conseguido aún plenamente.
Ser libre significa ser capaz de orientar y dirigir nuestra vida como nos parece mejor, aplicando nuestras fuerzas a una auténtica tarea, y no consiste en hacer lo que me dé la gana, sino en llegar a lograr mandar en mí mismo, lo que supone la práctica de las virtudes, así como la capacidad de sacrificarme. Mi libertad sólo tiene valor positivo si sé utilizarla para buscar la verdad, hacer el bien y evitar el mal, pues así es como voy a conseguir el paso a una mayor madurez y a mi realización personal. Por ello mi libertad “implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y, por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar” (CEC 1732),
La libertad me ha sido dada como un germen precioso depositado en el interior de mi personalidad; y hay que irla desarrollando, como mi propia persona, en el proceso educativo, con mi esfuerzo y la ayuda de otros. La libertad humana se realiza a través de cuatro libertades fundamentales: 1) La libertad de pensamiento, en cuanto libertad para elaborar el pensamiento y expresarlo. 2) La libertad de conciencia, en cuanto libertad para la decisión responsable. 3) La libertad de convicción, en cuanto libertad para decidir las orientaciones esenciales de la vida. 4) La libertad de religión, en cuanto libertad para escoger la religión de mi elección o para rechazar toda religión.
La libertad supone la posesión de suficiente libertad como para que sea capaz de ser responsable moralmente, pero no basta para su plena realización con ese nivel, puesto que el más alto grado de libertad y realización personal es el amor total hacia Dios, amor que nos permite dejarnos guiar por el Espíritu. Es este Espíritu quien nos hace libres, porque "donde está el Espíritu del Señor está la libertad"(2 Cor 3,17). Existen por tanto dos grados diversos de libertad: uno más imperfecto es simplemente la libertad de poder escoger o decidir, es decir poder planificar nuestro futuro, ante el que tenemos diversas posibilidades, escogiendo los fines y los medios para alcanzarlos. Libertad es decidir, pero también darme cuenta de lo que estoy decidiendo.
El otro grado más pleno de libertad lleva consigo la aceptación de la creencia en un sentido final de nuestra vida, y es la libertad de amar, que nos hace entregarnos confiadamente a Dios y a los demás: un ejemplo puede hacernos ver la superioridad del segundo grado de libertad sobre el primero; hay personas para quienes en su vida conyugal el adulterio puede ser un auténtico problema (libertad de elección), mientras otras están tan profundamente enamoradas que no tienen el menor deseo de realizarlo y no supone para ellas ninguna tentación (libertad de amar).
Es en este grado superior donde se realiza nuestra perfección personal al unirse libertad y amor, y donde también podemos escoger entre lo bueno y lo mejor, entre lo mejor y lo óptimo, en una progresión continua. La Ley nueva, la Ley de Cristo es una ley de libertad, en el sentido que penetra en nuestro interior gracias a la acción del Espíritu Santo, y se hace así principio de crecimiento espiritual. Nuestra libertad se transforma en una libertad que ama y produce frutos de sabiduría y amistad.
Podemos decir que la libertad es esa capacidad maravillosa que tenemos de dirigir nuestra vida en la dirección que debe desarrollarse, con un poder de elección que exige lucidez, para saber ver el fin y el camino para alcanzarlo, y la fuerza para lograr caminar hacia ese fin. El mejor ejemplo de persona libre es Jesucristo, quien manifiesta con su misma vida y no sólo con palabras, que la libertad se realiza en el amor, es decir en el don de uno mismo.
Pedro Trevijano, sacerdote