Vayamos primero a lo hipócrita. El progresismo, que hoy se bate en retirada, o mejor en desbandada, ha sido imagen del totalitarismo eclesial. Sólo le faltaron las hogueras para ser fidelísimo trasunto del torquemadismo al revés. E incluso hogueras hemos presenciado en las que se quemaron libros y ornamentos sagrados. Seminaristas perseguidos por rezar el Rosario y hasta expulsados `por no comulgar con herejías. Excelentes sacerdotes perseguidos con saña inconcebible entre los hijos de Dios. El libro del recientemente fallecido canónigo magistral de Vitoria es una vergüenza para unos cuantos obispos de España. Algunos todavía vivos. Y de respeto al laico cero patatero. Obediencia sí o sí. Y en no pocos casos a destripaterrones eclesiales en vísperas de secularización y casorio.
Pues esos auténticos fascistas en la Iglesia, ahora, cuando se ven perdidos, y en riesgo de que les corran a cantazos, nos vienen con la cantinela de que en la Iglesia cabemos todos. Pues, no. No cabéis. Es falso lo que pedís. Además de hipócrita.
En la Iglesia caben muchísimos. Es cierto. Pecadores la inmensa mayoría pues el pecado no excluye de la Iglesia. Sólo de la salvación eterna cuando proceda. Y la aplicación concreta sólo está en manos de Dios. Pero hay algo que sí aparta de la Iglesia: no creer en lo que ella cree ni amar lo que ella ama. Es una autoexclusión que no tiene eximentes. Y el que se autoexcluye, fuera está. Lo declare la misma Iglesia o no diga nada.
Se puede ser asesino y católico, pederasta y católico, terrorista y católico. Por supuesto que un católico pecador y culpable de gravísimos pecados. Sin poder acercarse a recibir el Cuerpo de Cristo mientras permanezca en esa situación. Pero todo ello no excluye de la condición católica. Como uno no deja de ser español por ser criminal, estafador o violador. Pero es posible dejar de ser español. Y también dejar de ser católico. Deja de ser católico, lo declare la Iglesia o no, quien no crea en lo que la Iglesia considera verdades de fe. No es que le hayamos echado. Es que se ha ido él. Y en eso no vale lo de que cabemos todos. Él ya no cabe. Porque se ha querido ir.
Y de nuevo, la hipocresía. Me voy pero quiero seguir chupando de la mamandurria. Porque fuera hace frío y gratis no dan nada. Esa situación insostenible, que tantos años ha querido engañosamente mantenerse, comienza también a hacer agua. Si estás fuera, fuera estás. Y dentro, ni agua. Ha costado mucho y todavía no se ha impuesto como debía. Pero parece que gracias a Juan Pablo II y a Benedicto XVI se va imponiendo. Con trabajo, ciertamente. Ya no todo vale. Ni en los obispos. Mucho tiempo sólo los escándalos del sexto mandamiento eran los que, cuando se exageraban mucho, llevaban a alguna medida extrema. Juan Pablo II dio un paso más con el francés Gaillot y con nuestro Setién, exonerado de su ministerio episcopal por cuestiones ajenas a la castidad. Pero en general se continuaba en el camino suicida de esperar a los 75 años para privar a un obispo de su jurisdicción. Con la consiguiente destrucción de la diócesis. Con Benedicto XVI, y bajo la inédita figura del sollevamento han caído dos obispos: un congoleño y un australiano. Supongo que más de uno tendrá hoy sus barbas a remojar. O se está con la Iglesia o se va uno. O le echan si se resiste a marchar.
Porque no cabemos todos. Sólo los que caben. Y es cada uno quien tiene que dar la medida. Buenísimo que se sepa. Para todos. Sobre todo para los que estamos y no entendíamos como estaban a nuestro lado, y en ocasiones hasta como sucesores de los Apóstoles, quienes no creían en lo que la Iglesia cree. Y cree como verdades de salvación. Y también para ellos. Porque al comprobar que ya no todo vale pueden volver a lo que vale. Antes de irse.
Hay cosas con las que no se juega. Cristo es Hijo de Dios y Dios. Se encarnó de María Virgen y resucitó. Verdaderamente. No viviendo en nuestra memoria sino con su Cuerpo en el Cielo, a la derecha del Padre. La Iglesia es lo que Él quiso para nuestra salvación. Edificada por Él sobre Pedro y sus sucesores. Con sus sacramentos. Y en el más excelso está Él real y verdaderamente presente. Con su Cuerpo y con su sangre. Existe el pecado, el infierno y la vida eterna. Inmenso misterio todo, inmenso misterio de amor divino, al que se llega por la gracia de la fe. A nadie se obliga a creerlo. Pero si no se cree no se está en la Iglesia. Y parece que por fin ya se empieza a decirlo a quienes no son Iglesia. A quienes no caben en ella. Aunque sus puertas siempre estén de par en par para quienes quieran volver o llegar por vez primera. Con enorme alegría en el cielo.