El primer edil de Madrid ha pedido una ley que permita a los alcaldes retirar a los indigentes que duermen en la calle. Como es lógico toda la progresía ha puesto el grito en el cielo. Esa progresía que cobra 70.000 euros al año sin contar las dietas.
Desde aquí quiero apoyar completamente al alcalde. En Madrid nadie tiene necesidad de dormir en la calle. Todos pueden dormir en los dormitorios municipales, en los cuales hay siempre plazas libres.
Es como cuando alguien pide en la calle dinero para comer, porque se muere de hambre. En Etiopía no lo sé, pero en Madrid son muchos los lugares donde se puede comer todos los días de beneficencia, y sea dicho de paso se les da de comer con toda la dignidad del mundo.
No niego que los que piden en la calle sean pobres. Pero su problema no se resuelve con dinero. Todos los que trabajan con ellos, saben muy bien que para ayudarles lo que hay que hacer es ayudar a las instituciones que trabajan de verdad contra la pobreza: Caritas, Misioneras de la Caridad, Hermanos de San Juan de Dios, salesianos, etc, etc, etc, un largo etcétera. Un largo etcétera que trabajan mucho y bien contra la pobreza.
Pero por mal que suene, lo que resulta bastante inútil contra la miseria es dar dinero al que pide en la calle.
Dar dinero al que está en la calle, será algo muy bueno para el alma, no lo niego. Pero, desde luego, no ayuda para nada a acabar con la pobreza. Si de verdad queréis acabar con la indigencia, a los que hay que ayudar es a los que luchan contra ella de un modo profesional.
No digo que sea así en todas partes del mundo, por supuesto, pero la pobreza en ciudades como Madrid, se ha convertido en un trabajo. No en un negocio, pero sí en un trabajo.
Una parte de los pobres no quiere trabajar, eso hay que decirlo así de claro. No hablo de lo que imagino, he conocido y conozco a varios en esa situación. Sonará todo lo mal que se quiera, pero es así. Siendo nacionales del país, pudiendo trabajar legalmente, sanos y fuertes como robles, pero no quieren trabajar. ¿Por qué? Porque una serie de abuelitas de buena voluntad (de las que van a misa todos los días) les pagan todos los días la cantidad suficiente para vivir. Con lo mínimo, pero para vivir, sí.
Otros tienen problemas mentales. Este tipo suele ser los que duermen entre cartones y buscan en los contenedores de la basura.
Otros tienen problemas con adicciones: drogas y alcohol. Estos son los más vivos. Saben dónde ponerse, cómo dar pena. Suelen sacar dinero para vivir y para mantener su adicción. Saben cómo convencer a este tipo de abuelitas de tierno corazón. El dinero de estas almas cándidas acaba en una cuenta de Suiza de un narcotraficante sudamericano, tras pasar por los bolsillos de varios intermediarios.
Por último está la mayoría de la gente pobre. Estos no están en las calles pidiendo. Están tratando de formarse, de buscar un puesto de trabajo, o trabajando de forma ilegal por horas en puestos mínimamente remunerados.
Lamento haber puesto ante los ojos de todos una verdad tan cruda y malsonante, pero las cosas son así. Hablo por experiencia. Podría poner tantos y tantos ejemplos vistos con mis propios ojos. Los de los 70.000 euros al mes hablan de teorías, yo hablo de una realidad que cualquier que trabaje con ellos sabe que es así. Pero nadie se atreve a decirla en los medios de comunicación, porque suena fatal. Pero mi único compromiso es con la verdad.
Me han quedado dos elementos más en la lista. El primero son los enfermos con deformidades y amputaciones. Antes he dicho que la mendicidad no es un negocio, pero estos sí que sacan dinero. Existe una relación proporcional entre el horror de su deformidad, y el dinero que sacan mensualmente. Como toda persona mínimamente razonable, estoy en contra de convertir las calles en escaparates de la exhibición de toda miseria física.
El último elemento que me queda en la lista son los lugares privilegiados. Entre estos se cuentan las puertas de determinadas iglesias del centro de la ciudad. No sé si las buenas y generosas viejecitas que ponen su monedita, se habrán dado cuenta de que en estas iglesias sólo hay un pobre. No importa cuánto saque el pobre al mes: sólo habrá uno. Está claro que un puesto así, digámoslo así, se tiene en propiedad. De momento, los notarios no han permitido emitir escrituras para registrar esos puestos o para transferirlos en herencia. Pero algunos de esos puestos ciertamente son tan valiosos como para valer la pena el pasar por esas formalidades burocráticas y pagar por ellas.
Yo sólo he pillado una vez a un pobre fuera de su horario de trabajo. Fue entonces cuando comprendí con un solo golpe de vista, que los andrajos de su breve jornada laboral nada tenían que ver con sus verdaderas ropas. Es más, era evidente que sus tristes enfermedades también parecían estar confinadas a aquella esquina.
Acabo con un consejo. Si queréis ayudar a los pobres, ayudadles de verdad, no os limitéis a anestesiar vuestras conciencias con unos miserables céntimos.
P. José Antonio Fortea, sacerdote
Publicado originalmente en el Blog del Padre Fortea