Es lamentable la polémica baldía que se ha desatado en Bilbao, provocada por un grupo exiguo de sacerdotes pertenecientes al llamado “foro de curas de Bizkaia”, y que aglutina a algo más de 40, y recogida de forma desmesurada por algún medio de comunicación de amplia tirada.
Y digo que es lamentable porque lo importante de la VI. Jornada de Católicos en la Vida Pública, al margen del grupo eclesial que la organice o se sienta más o menos identificado, es la importancia de la fe cristiana en la vida cotidiana de la sociedad.
Cuando una determinada ideología, la que sea, pretende imponerse a las demás, sin darse cuenta de que se sustenta sobre planteamientos tan subjetivos e interesados como los de la otra parte que critica, por sí misma se deslegitima.
Pero esta cuestión me parece mucho más grave al suceder dentro de la Iglesia, por parte de unos presbíteros que se creen el tarro de las esencias y con capacidad para enmendar la plana al Papa y los Obispos, acusando a estos últimos de realizar “una afrenta a Jesús crucificado cometida en los empobrecidos por el sistema económico y su última crisis”.
También les critica que paseen la Cruz de la juventud por la ría lo que describen como “un espectáculo de dudoso gusto estético”, señalando además que “no contribuye a dar gloria al Dios de Jesús de Nazaret, sino a la efímera gloria de la Iglesia y su descrédito”.
Ellos que tanto hablan de pluralidad y pasean por sus parroquias a sus estrellas “teológicas”, alguna de ellas canónicamente censurada, para que sigan confundiendo la fe de los fieles que con buena voluntad se acercan a escucharlos fiados de sus pastores, son los que ahora critican con beligerancia a otros grupos eclesiales.
Ningún colectivo ni grupo eclesial contiene la totalidad de la sensibilidad creyente, cada uno se reúne y aglutina conforme a su piedad y modo de expresar la fe. Pero para que un grupo sea considerado dentro de la comunión de la Iglesia, ha de estar reconocido por ella, y casualmente quien organiza este encuentro sí lo está, y por ello cuenta con el respaldo de los responsables eclesiales, mientras que los autores de estas críticas actúan a sus espaldas y en contra de su legítima autoridad.
Los sacerdotes, al recibir la ordenación presbiteral prometemos obediencia y respeto a nuestro Obispo, con absoluta libertad y disponibilidad. Lo hacemos con la conciencia de ser enviados a una comunidad cristiana para servirla en la fe, la esperanza y el amor, en fidelidad al Evangelio y a quien en nombre de Cristo apacienta su grey por la sucesión apostólica. Sin embargo cuando olvidamos esta responsabilidad y nos creemos en posesión de una verdad, que por partir de nuestros prejuicios personales y no del contraste eclesial, está contaminada de subjetividad e interés, en vez de realizar la sagrada misión que se nos encomendó, la manipulamos y distorsionamos, poniendo en serio riesgo la fe de nuestros hermanos.
Todo grupo o movimiento es en sí mismo imperfecto por no poder abarcar la totalidad de los matices de la enorme riqueza que encierra la fe en Jesucristo, pero para eso estamos los ministros de la Iglesia, para cuidar, animar y orientar desde la fidelidad a Cristo y a la Tradición eclesial, al Pueblo de Dios que ansía vivir con coherencia y disponibilidad su fe, y sentirse fortalecidos en la esperanza. Hagámoslo desde nuestra capacidad personal, pero no confundamos nuestras sensibilidades particulares con la naturaleza fundamental de la fe, la cual ha de ser siempre contrastada y purificada desde el Evangelio del Señor y en la comunión eclesial.
P. Luis Alberto Loyo Martín, Deán y Párroco de la S.I. Catedral de Bilbao