Las noticias de agresiones a los sentimientos católicos se multiplican. Sacrilegios y profanaciones están a la orden del día. Y no se trata de robos, en los que el interés económico se sobreponga a la embestida antirreligiosa. No, estamos ante la ofensa pura y gratuita. Y como esos malnacidos no creen en Dios es evidente que a quienes quieren ofender son a los católicos. Que por un lado parece que nos da igual y por otro nos encontramos ante una total indefensión por parte del Gobierno que tiene la obligación de perseguir esos delitos, porque delitos son, y sin embargo se llama a andana.
La lista de agravios es larguísima. A la memoria me vienen Majadahonda, varios pueblos de Toledo, Puente Genil, el Vía Crucis de Bercianos de Aliste, la capilla de la Universidad de Barcelona a la que se impide el acceso de los católicos… Y ya como colofón el asalto por setenta energúmenos de otra capilla, ésta en la Complutense madrileña, en la que zarandearon al sacerdote y las jóvenes que intervenían en tan simpátrico acto se desnudaron en el altar. Estamos pues ante una provocación pura y dura que el Gobierno no impide, sino que más bien anima, desde el talante impresentable de ese ser errático que preside el Gabinete español. Y que ha arruinado todo cuanto tocó. La vida, la economía, la familia, incluso la propia, su partido, el trabajo, la unidad de España, su prestigio internacional… Su único logro es resucitar el cainismo español a gloria de un abuelo que no conoció ya que nació más de treinta años después de su muerte y cuya memoria no influiría para nada en una persona que no sea propensa a histerismos emocionales.
La desmovilización de los católicos buscada de intento por unos obispos que ya no están pero que han dejado esta herencia a sus sucesores puede explicar la pasividad con la que afrontamos tanta afrenta a nuestras convicciones. Hasta el punto de que sería lícito preguntarse si en verdad las tenemos. Y el permitir la inacción de un Gobierno ante tantas repetidas tropelías. Si exigiéramos del mismo el respeto que se nos debe, otro gallo nos cantara. Porque no sólo se están pisoteando, por los agresores y por quienes los consienten, nuestras convicciones sino también nuestros derechos.
Francisco José Fernández de la Cigoña
Publicado originalmente en ©La Gaceta y en La Cigueña de la torre