Más de una vez se me ha criticado, incluso por compañeros sacerdotes, de que mis sermones son excesivamente políticos. Por supuesto intento ser fiel a la doctrina de la Iglesia Católica y acomodar a ella mi predicación. Pero no me importa en efecto decir desde el ambón, que es lo que ha sustituido al púlpito, que muchas de las leyes españolas son profundamente anticatólicas y anticristianas, y que tenemos un Gobierno que no se distingue por su cariño a la Iglesia, cosa que demuestra constantemente con hechos, como el cierre del Valle de los Caídos o su toma de postura de no condena a la persecución contra los cristianos en tantos países del mundo.
Pero es evidente que me tengo que plantear la pregunta: ¿hasta qué punto se puede o se debe utilizar la predicación para criticar lo que es incompatible con la doctrina católica? Y como de lo que se trata es cómo ser fiel al ministerio de la predicación en cuanto sacerdote de la Iglesia Católica, la pregunta es: ¿qué es lo que nos dice la Iglesia sobre este problema?
Pablo VI a los sacerdotes que habíamos prestado nuestra colaboración en las tareas secundarias del Concilio Vaticano II nos dijo el último día del Concilio: “La tarea de vuestra vida va a ser predicar el Concilio Vaticano II”. Hoy sigo pensando que el verdadero espíritu del Concilio está en sus documentos, sin reservas que los cercenen, pero también sin arbitrariedades que los desfiguren. Y sobre este tema de la predicación y su relación tanto con el evangelio como con los problemas actuales el Concilio nos dice en el “Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros”: “La predicación sacerdotal resulta bastantes veces muy difícil en la situación actual de nuestro mundo. Para mover mejor las almas de los oyentes, debe presentar la palabra de Dios no sólo de manera abstracta y general, sino aplicando la verdad perenne del evangelio a las circunstancias concretas de la vida”(nº 4).
Creo que el sentido común está de acuerdo con esta afirmación conciliar, recordándonos que hay que aprovechar la predicación para ayudar a la gente a conocer más y mejor la doctrina cristiana, de modo que conociéndola puedan vivirla. Es decir, la predicación debe estar al corriente de los problemas cotidianos, de tal modo que el rato que la gente está en la Iglesia le sirva para que con su oración y recepción de la Eucaristía, reciba fuerzas espirituales suficientes para poder vivir cristianamente la semana. Siempre he tenido muy presente que en la capilla que hay en Munich en honor del Beato jesuita Rupert Meyer hay varios objetos personales suyos y también un informe de la GESTAPO sobre él que dice: “sus Misas no son misas, sino verdaderos mítines políticos contra el Gobierno”.
El sacerdote debe ser consciente que cuando predica está hablando en nombre de la Iglesia, pero ello no significa que debe dedicarse a tirar balones fuera. En su libro “Dios y el mundo” el cardenal Ratzinger nos dice a los predicadores: “No pueden imponer a la Iglesia sus propias opiniones como doctrina, sino que tienen que ponerse al servicio de la gran comunidad de fe y convertirse en oyentes de la Palabra de Dios”… “Volvamos de nuevo a la profecía de Simeón. En referencia a Cristo dijo que Éste sería la señal que suscitaría oposición. Y recordemos la palabra del propio Jesús: ‘No he venido a traer la paz, sino la espada’. Vemos aquí que la Iglesia tiene esa gran misión esencial de oponerse a las modas, al poder de lo fáctico, a la dictadura de las ideologías. Precisamente también en el siglo pasado tuvo que alzar su oposición a la vista de las grandes dictaduras. Y hoy sufrimos porque se opuso demasiado poco, porque no gritó su contradicitur al mundo con suficiente dramatismo y potencia”… “La fe tiene que luchar contra aquello que se opone a Dios, hasta el martirio”(páginas 339-340).
Pienso que hoy, aunque no hayamos llegado a tan terribles circunstancias, estamos ante algo parecido. Un Gobierno que desprecia la Ley Natural y la vida de los inocentes, haciendo del aborto un derecho, que en la cuestión terrorista se tiene ganada a pulso la desconfianza de las víctimas, que tiene una legislación basada en la dictadura de la ideología de género, ideología que trata de destruir a los matrimonios y familias, corrompiendo también a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, que no duda en emplear las mentiras más descaradas en Economía, negando la crisis cuando la teníamos ya encima, como se vio en el debate de Solbes y Pizarro, con un Zapatero que lleva varios años prometiendo que, dentro de seis meses, empezaremos a crear empleo. En pocas palabras, estamos ante un Gobierno que no sabe distinguir el bien del mal, porque carece de puntos de referencia morales. No quisiera que a la Iglesia se nos acuse un día de nuestro silencio ante los desmanes de Zapatero y los suyos.
P. Pedro Trevijano, sacerdote