Queridos hermanos y amigos: paz y bien. Cada 2 de febrero se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año, ante el próximo encuentro entre el Papa Benedicto XVI y los jóvenes del mundo que se darán cita en Madrid, se ha propuesto el mismo lema: firmes en la fe. También los consagrados tiene una juventud que vivir sin que les caduque la esperanza lozana y la pasión ilusionada. No se trata añadir años a la vida, sino vida a los años. Lo han dicho todos los autores que han tratado de las edades del hombre, que la juventud no es un factor cronológico sin más, sino una actitud ante la vida, con la mente y el corazón. Hay viejos prematuros o jóvenes perennes, y esto lo da no tanto la edad sino el modo de vivir las cosas.
Firmes en la fe significa para un cristiano, y máxime para un consagrado, estar arraigados en esa tierra que acoge las raíces y las permite nutrir a fin de que el árbol plantado junto a la buena acequia pueda seguir dando frutos en sazón. Es la fe lo que permite tener una firmeza que no es la intransigencia de los confusos ni la pretensión de los demagogos. La fe que nos pone delante de un Tú ante el cual cada instante de nuestra vida se decide. Es el Tú nada menos que del mismo Dios.
No es una figura fantasmal sino Alguien completamente real. Alguien que es quien más se corresponde con la verdaderas exigencias de mi corazón. Es el encuentro con un Dios vivo que cotidianamente me llama por mi nombre, que lo tatuó en la palma de su mano, y que a diario se asoma al ventanal de su misericordia para ver si regresamos de nuestros devaneos pródigos. Precisamente en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Juventud 2011, hay un párrafo inicial en el primer punto en el que se aborda esta cuestión de lo concreto del Señor en nuestras vidas: «el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti. El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su “huella”. Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida; en un modo único y especial, la persona humana, hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Entonces comprendemos que es un contrasentido pretender eliminar a Dios para que el hombre viva. Dios es la fuente de la vida; eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e, inevitablemente, privarse de la plenitud y la alegría. La cultura actual, en algunas partes del mundo, sobre todo en Occidente, tiende a excluir a Dios, o a considerar la fe como un hecho privado, sin ninguna relevancia en la vida social… se constata una especie de “eclipse de Dios”, una cierta amnesia, más aún, un verdadero rechazo del cristianismo y una negación del tesoro de la fe recibida, con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza».
Ante este reto, emerge la esperanza de la que son destinatarios y agentes a la vez los jóvenes consagrados: ser un desafío para este mundo de nuestra generación que sigue buscando a Dios mientras a veces de aleja de Él. La consagración en sí es un reto en medio de un mundo secularizado y anticristiano. El testimonio de los jóvenes consagrados acerca apasionadamente al Señor, hablando de una firmeza que arraiga en las auténticas raíces, y que narran desde un carisma suscitado por el Espíritu Santo en su Iglesia, lo que los demás jóvenes y el mundo entero necesitan ver: que los cristianos somos la prolongación en la historia la salvación de Dios. Demos gracias por los consagrados jóvenes, tengan la edad que tengan, pues son un don para la Iglesia y para el mundo.
Recibid mi afecto y mi bendición.
+ Jesús Sanz Montes, ofm, Arzobispo de Oviedo, Adm. Apost. de Huesca y Jaca