Bueno es que todo el bien que hace la Iglesia -en el mundo entero, a todas las razas y clases sociales, sin distinción de género o credo- sea realizado en modo discreto, sin intentar llamar la atención ni esperar agradecimiento del mundo por haberlo realizado. De hecho, ya Jesucristo dijo que cuando hiciésemos todo lo que Él nos indicó que hiciésemos, dijésemos que simplemente somos siervos inútiles y hemos hecho lo que teníamos que hacer. Esto aplicado a toda la vida cristiana y de modo especial a la caridad, sobre la que también añadió el Señor que no supiese nuestra mano izquierda lo que hace la derecha.
Es por eso que se puede considerar, como una de las características de la caridad cristiana, la discreción. Además de las muchas cosas que dice San Pablo sobre la caridad en su 1ª Carta a los Corintios -es paciente, es servicial, no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta- se podría añadir otra, sin querer corregir a San Pablo, por supuesto: La experiencia nos demuestra que a la caridad, además, le gusta pasar desapercibida.
Hacer el bien sin llamar la atención, sin buscar publicidad, es algo propio del amor cristiano. No está mal que artistas y famosos vayan al tercer mundo con ocasión de campañas humanitarias de todo tipo, y que de paso les sigan una legión de periodistas que luego les hagan aparecer en los medios de comunicación. El bien que hacen al prestar su figura a dichas campañas no viene disminuido por los reportajes fotográficos que de paso conllevan dichas campañas. Pero no es el estilo del amor que para el cristiano debe ser de ordinaria administración, sino más bien sigue lo que nos indicó el Maestro: Se hace en lo escondido, para que nuestro Padre celestial que ve lo escondido nos lo premie.
Todo esto, hermoso sin duda, conlleva un riesgo que los cristianos asumimos conscientemente, y es que mucha gente no se entere del bien que hacemos. No está mal que sea así, pero en tiempos como los nuestros en los que los ataques a la Iglesia son gratuitos, generalizados y aplaudidos por muchos, la pena es que esos muchos, y otros más, no lleguen a saber que esa institución que parece tan terrible porque es denigrada tan fácilmente, es una gran fuente de bien para toda la humanidad.
Sí, una fuente de bien. No por motivos humanos sino sobrenaturales, pero es una institución que hace el bien a los demás como pocas, si es que hay alguna en el mundo. Y esto, que por lo antes expuesto puede ser olvidado incluso por los mismos católicos, muchas veces es reconocido por los no católicos que miran a la Iglesia con ojos objetivos y reconocen su labor humanitaria, aunque no compartan su credo.
En las noticias, aquí y allí tenemos ejemplos reconfortantes de este tipo de personas que nos recuerdan a los católicos lo que no deberíamos olvidar. Uno de ellos aparecía hace poco en las noticias, se trata de un judío norteamericano, Richard J. Henken, de Boston, judío conservador y practicante en su sinagoga, que sin embargo es un gran benefactor de la diócesis católica en lo que se refiere a las escuelas de la Iglesia. No sólo dona unos 30.000 dólares anuales con dicho propósito, sino que forma parte del comité diocesano para las escuelas católicas, con el fin de ayudar a recaudar fondos. Es un gran propagador de las escuelas católicas, de ellas habla a sus amigos judíos y les pide dinero, aunque alguno de ellos le miran mal por favorecer a la Iglesia. Pero él dice que las escuelas católicas hacen una labor tan buena educando a la juventud, muchas veces de los barrios más pobres de Boston, que merece la pena ayudar como se pueda.
Otra persona que ha reconocido públicamente hace unos días la labor de la Iglesia Católica en su país es la Primera Ministra de Australia, Julia Gillard, atea reconocida, que ha prometido ayudar con un millón y medio de dólares a los preparativos y organización de la ya cercana ceremonia de Canonización de su compatriota, la primera santa australiana, Mary MacKillop. En un acto público, la sra. Gillard ha dicho que dicha contribución a la ceremonia, incluyendo ayudas para los 7000 australianos que planean estar el 17 de octubre en San Pedro, no es porque ella comparta la misma fe, que no la tiene, sino porque quiere hacer un reconocimiento público al bien que hace la Iglesia Católica en su país.
Entre los muchos casos que se podrían citar, no se puede olvidar uno reciente y mediático, que ha sido el de Rafaela del Campo y Fermina Suárez, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, originarias respectivamente de Palencia y de las Palmas de Gran Canaria y que llevan 40 y 48 años dedicadas a trabajar en en el hospital Mohamed V de Alhucemas, en el norte de Marruecos, y que recientemente han recibido la orden "Wisam alauí" del Orden de Caballero, uno de sus principales galardones del país, de las manos del rey Mohamed VI en el palacio real de Tánger. La condecoración incluye a otras dos religiosas, que no pudieron recogerla por problemas de salud. Por supuesto, las hermanas la recibieron con total sencillez y atribuyéndolo a todos los que trabajan en dicho hospital, no a ningún mérito propio de ellas.
Para concluir, siguiendo en el mundo islámico, una noticia hermosa llega de Afganistán y de los Jesuitas. De los hijos de San Ignacio a veces algunos se fijan solamente en la crisis por la que pasan - por desgracia evidente- pero no en el mucho bien que hacen en el mundo entero, que es algo más callado y anónimo. Aunque no falta quien se da cuenta y lo agradece: Nada menos que en Afganistán, el gobierno islámico ha nombrado a un padre Jesuita de la India como consejero del ministerio de educación. Por un lado, en un país islámico dicho reconocimiento es algo por lo menos admirable, por otro lado, el nombramiento refleja el aprecio que en dicho país se tiene a los Jesuitas por la labor en el campo de la educación que algunos de ellos, concretamente los de la provincia religiosa de Calcuta, llevan algunos años realizando, concretamente desde el 2002, después de caer el régimen de los talibanes.
Buenos son estos reconocimientos, nos pueden animar a seguir en el camino emprendido del amor. Ayudan, aunque no sean el motivo, pues con premios y sin premios, con reconocimientos y sin ellos, a veces con desagradecimiento y malentendidos, el cristiano ama porque es su vocación, como nos recuerda san Agustín: “Este breve mandato se te ha dado de una vez para siempre: Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno (SAN AGUSTIN, Coment. a la 1. a Epístola de S. Juan, 7).”
Alberto Royo Mejía, sacerdote