Pretende ser la justificación de todos los abusos, herejías incluidas. Cómo estoy en la frontera… El Papa nos ha colocado en la frontera…
Ya está bien de abusar de esa monserga engañabobos. La frontera es un lugar geográfico en el que viven gentes que están allí por su nacimiento como podían estarlo en cualquier otro lugar del país si en él hubieran nacido. Están también los soldados que la custodian para evitar invasiones del país vecino. Siendo las tropas más entrenadas y más dotadas de medios en el caso de existir amenaza bélica. Y es también lugar propicio para los contrabandistas que introducen mercancías clandestinas en un lado o en otro según convenga a sus intereses que no son los de las naciones separadas por la línea fronteriza.
Los primeros no tienen ningún mérito especial. Los segundos lo pueden tener altísimo. Los terceros son una lacra que hay que erradicar. Pero el ejército, en el que la nación confía para la defensa de su territorio se convierte en la mayor de las desgracias cuando pacta con el enemigo la invasión de la patria que tenían que defender. Y eso se llama traición.
Pues eso es lo que nos encontramos con no pocos de los que, bien porque se lo pide el cuerpo y allí se hayan ido o porque otros les hayan encargado la defensa de la frontera, se encuentran felices de traidores o de contrabandistas. Y además reclaman que les felicitemos y hasta les condecoremos por tan siniestros papeles.
Y la situación se agrava más si cabe si desde el Estado Mayor no se adoptan medidas para erradicar la traición. Y peor todavía si hasta se la anima.
Lo importante no es estar en la frontera sino lo que se hace en ella y como se la defiende. Y la primera necesidad, pues de ello depende incluso la existencia de la patria, es alejar de ella a los contrabandistas y a los vendidos al enemigo. Porque mantenerlos allí es suicida. Aunque algunos parece que no se hayan dado cuenta. Tal vez porque ellos también son contrabandistas o traidores.