La adolescencia es la época de las grandes amistades, a menudo muy pasionales, que con frecuencia no tienen nada que ver con la homosexualidad, pero que a veces desembocan en comportamientos homosexuales. No es infrecuente que los adolescentes tengan algún tipo de contacto homosexual, sin que ello condicione la orientación posterior, pues hay factores que pueden favorecer este tipo de conductas, como la ausencia de personas del otro sexo en el ambiente en que se vive o el miedo a relacionarse con ellas; si bien muy a menudo y con la evolución normal de sus relaciones con el otro sexo, estas manifestaciones homosexuales son transitorias y desaparecen por completo.
Tengamos cuidado en que por evitar las amistades particulares no vayamos a destruir la amistad, porque entonces impedimos un desarrollo afectivo normal y podemos provocar aquello mismo que tratamos de impedir, ya que el joven se encuentra en un período de relativa indiferenciación de su libido y puede bastar poco para que se incline del lado de la homosexualidad si las circunstancias lo favorecen. No hay que olvidar sin embargo que nuestra libertad nos posibilita sublimar los instintos y así en la amistad pueden entrar mis componentes homosexuales, que sublimados sirven para realizar uno de los más altos valores humanos.
No cabe duda de que los ambientes educativos demasiado cerrados, favorecen la eclosión de la homosexualidad, pues todo sistema que tienda a evitar una actividad sexual normal (no confundamos aquí sexualidad con genitalidad) favorece el surgir de salidas anormales. Por ello, hay que evitar la represión sexual, ya que si se niega la sexualidad, ésta se desvía, se camufla, se polariza sobre objetos a los que no corresponde su finalidad natural, porque el rechazo de lo sexual impide una comunicación normal con los demás. El culto de la pureza por la pureza lleva hacia la homosexualidad, porque no somos ángeles y el único sentido auténtico de la pureza es el de entrega hacia Dios y los demás.
Si en estos ambientes educativos hay amistades que pueden convertirse en demasiado particulares, conviene no romperlas brutalmente para no culpabilizar ni cristalizar lo que no pasó de pasajero. Los actos homosexuales esporádicos, realizados durante la adolescencia, frecuentemente no son más que una curiosidad malsana. Pero la prolongación de semejante comportamiento puede desembocar en la afirmación de una cierta ambivalencia que, de lo contrario, se hubiera superado fácilmente. Sobre todo puede provocarse una fijación homosexual en el adolescente seducido, cuando existe una predisposición latente, y no olvidemos que es relativamente elevado el porcentaje de homosexuales latentes o ambivalentes.
Quien tiene una tendencia homosexual, pero no la lleva a la práctica, es relativamente fácil que consiga que esa tendencia no sea demasiado profunda o irreversible, mientras que la actuación práctica, indiscutiblemente refuerza la homosexualidad. Es precisamente éste uno de los motivos que induce a los legisladores responsables, en los que por supuesto no incluyo a los nuestros, a proteger la juventud de la corrupción desencadenada por los adultos, dictando contra los seductores sanciones.
A estos muchachos hay que presentarles alternativas mejores, como relaciones normales con muchachas, compañía ésta que indiscutiblemente crea problemas, pero problemas susceptibles de evolución dinámica, que bien orientada, lleva hacia la madurez psicosexual.
Tengamos en cuenta que la gran mayoría de las amistades no llevan hacia la homosexualidad y que como también sucede con la masturbación las eventuales prácticas homosexuales de la adolescencia cesan espontáneamente en la mayor parte de los casos con el pasar de los años y el surgir del normal atractivo heterosexual. Si se produce algún caso de homosexualidad, deben interrogarse también los educadores sobre los errores que han podido cometer y que han hecho posible la caída homosexual.
Es evidente que muchos homosexuales se sienten muy insatisfechos y que cuando se percatan de su homosexualidad, se sienten horrorizados y deprimidos. Viven preocupados por su difícil situación y sus consecuencias: aislamiento social, soledad, posible condena a una soltería permanente. A menudo se sienten infelices, inferiores e incluso desesperados. El estilo de vida homosexual supone una quiebra emocional que trae consigo grandes dosis de culpa, no sólo neurótica, sino auténtica culpa: por la promiscuidad sexual; por las constantes mentiras sobre sus relaciones amorosas que frecuentemente se rompen en semanas, e incluso, en días u horas, sentimiento de culpa que pesa enormemente sobre muchos de ellos.
Uno de los problemas de la homosexualidad es que dificulta la comunicación con los demás, lo que le hace más difícil el establecer en la adolescencia lazos de amistad con sus coetáneos; en consecuencia se ven aislados, incluso en medio de los demás. Por ello, con frecuencia son inmaduros afectivamente, aunque intelectual y socialmente pueden ser incluso brillantes. Necesitan de nosotros comprensión, afecto y amistad limpia, en realidad lo que todos necesitamos.
Pedro Trevijano, sacerdote