Es un hecho que la teología está presente en muchas universidades del mundo (sobre todo en Estados Unidos y Alemania). Prestigiosas facultades de teología ocupan un lugar natural en el concierto de los saberes universitarios.
Si en nuestros países latinos se planteara la presencia de la teología en las universidades públicas, no es difícil imaginar la indignación de laicistas combativos, que pondrían el “grito en el cielo”…
Pero más allá de una cuestión de “corrección política”, cabe preguntarse si la teología tiene un lugar propio en la universidad, y, si es el caso, qué papel le corresponde.
Esta pregunta presupone otra: ¿No es una pretensión ilegítima, –sobre todo por parte de la Iglesia católica– el que la fe esté presente en el diálogo intercultural? ¿No pertenecen la fe y la religión al ámbito de lo no racional, de lo ajeno a la cultura, al mundo de las emociones y sentimientos, que deben quedarse en la esfera de lo privado, dentro de la conciencia de cada uno, y que sólo podrían manifestarse en los templos?
En junio de 2007 Benedicto XVI se dirigió a los participantes en el Primer Encuentro de Profesores y Rectores de de las Universidades Europeas, reunidos bajo el tema “Un nuevo humanismo para Europa. El papel de las Universidades”. En esa ocasión llamó la atención sobre tres cuestiones interrelacionadas.
En primer lugar recordó que “históricamente, el humanismo se desarrolló en Europa gracias a la interacción fecunda entre las diversas culturas de sus pueblos y la fe cristiana”. Hoy Europa se sitúa ante la crisis de la modernidad. Una crisis que tiene que ver no tanto con la preocupación sobre el hombre y sus anhelos, sino más bien con un humanismo paradójicamente cerrado a la verdad más plena y profunda sobre el hombre, que consiste en su apertura a la trascendencia, su apertura a Dios.
La segunda cuestión que planteó el Papa fue la necesidad de ampliar nuestra idea de racionalidad. Si la razón se limita a la “dimensión meramente empírica” de la realidad (es decir a lo que se ve y se toca, se pesa y se mide), entonces el resultado es irracional, puesto que la razón de por sí está abierta también a otras dimensiones de la realidad, como son, sobre todo, la verdad y el amor.
A este propósito se preguntó, en tercer lugar, por la aportación del cristianismo al humanismo del futuro. Para denominar el horizonte que el cristianismo plantea, empleó la expresión “civilización del amor”. “Los profesores universitarios, en particular –señaló– están llamados a encarnar la virtud de la caridad intelectual, redescubriendo su primordial vocación a formar las generaciones futuras no sólo mediante la enseñanza, sino también a través del testimonio profético de la propia vida”. A esta vocación del profesor universitario corresponde la vocación de la universidad misma, que, como indica su nombre, debe buscar la unidad y la comunicación entre las diversas disciplinas, sin ceder a la fragmentación propia de las especializaciones. Según el Papa, esto pertenece a la identidad cultural de Europa, y por tanto a su contribución en el diálogo con otras culturas.
Concluía Benedicto XVI que la metodología interdisciplinar en la universidad –que el proceso de Bolonia quiere impulsar– se enriquecerá si cuenta con la colaboración de los teólogos, de modo que la luz del Evangelio pueda esclarecer la cultura contemporánea.
Todo ello implica la pregunta por la teología misma, su naturaleza y su método. La teología parte del mundo creado y la vida cristiana. Su objetivo es comprender mejor a Dios para vivir una vida más plena. Decía Benedicto XVI en marzo de 2007 a una delegación de los teólogos de Tubinga que la teología plantea en la universidad la cuestión de la verdad y su sentido para las personas. Plantea las preguntas radicales para la vida del hombre que las ciencias, por su propio método, no pueden resolver. Y, poniéndose a la escucha de la fe cristiana, hace posible la respuesta de la fe en el mundo de hoy.
La teología no ha de ofrecer, pues, una reflexión puramente académica, sino que al modo de los Padres de la Iglesia, ha de ser una expresión de la vida cristiana que facilite un marco de referencia para la pedagogía de la fe y el apostolado. Hoy es necesario aprender, por ejemplo, de San Juan Crisóstomo. Como observaba Benedicto XVI en septiembre de 2007, el Crisóstomo supo poner de relieve la dimensión pastoral de la teología; es decir, “la coherencia entre el pensamiento expresado por la palabra y la vivencia existencial”.
De esta manera –como sugirió más adelante al presentar la teología del Pseudo- Dionisio Areopagita (14-V-2008)– la luz de la verdad y del amor puede iluminar la razón para que descubra la belleza de Dios. La teología auténtica es ciencia y “sabiduría de la cruz”, conocimiento y, más aún, participación del Amor que transforma el mundo. Por eso el modelo de toda teología es la “ciencia de los santos” (audiencia general 21-X-2009). También por eso, los verdaderos teólogos son los que, haciéndose pequeños ante Dios, permiten que Él les toque en el corazón y en la existencia (cf. homilía a la Comisión teológica internacional, 3-XII-2009). Tal es, en efecto, el horizonte de la teología que hoy –y siempre– puede iluminar la cultura contemporánea y servir a la universidad.
Ramiro Pellitero, sacerdote
Facultad de Teología, Universidad de Navarra