Hace unos años, ojeando un libro de Ciencias de mis alumnos de la ESO, tuve un buen enfado cuando vi que allí para explicar el origen del mundo se daban dos explicaciones: la religiosa, es decir el mundo se ha hecho en siete días, y la científica, con el Big Bang, que naturalmente era la válida. Aquello me recordó que nadie está libre de decir idioteces cuando habla de lo que no tiene ni idea, cosa que sucedía con aquel autor de un libro de Ciencias, que se ponía a hablar de Religión con una ignorancia supina al pensar que los creyentes somos un atajo de fundamentalistas y es que hay que tener cuidado en no hablar de aquello que uno ignora. Indiscutiblemente para los creyentes la Biblia, según el afortunado título de un libro, es palabra humana y mensaje de Dios.
A estas alturas, y desde hace mucho tiempo, cuando los creyentes leemos los primeros capítulos de la Biblia, nadie, salvo algún grupito fundamentalista, nos creemos que el mundo se hizo en siete días, y sabemos distinguir, como ya nos pedía el Beato Juan XXIII, la verdad revelada del ropaje que la envuelve. En la narración de la Creación del mundo, es indudable que no hay que tomársela al pie de la letra. La pregunta inmediata es: ¿Qué es entonces lo que Dios quiere enseñarnos? Pues el mensaje bíblico nos habla de que Dios ha creado el universo, que la creación es buena, incluso muy buena, y de la dignidad humana, pues estamos hechos a imagen y semejanza de Dios que nos ha dado la tarea de dominar el universo. Es decir, no presuponemos de ninguna manera una aceptación literal de la narración de la Creación contenida en el Génesis, pero sí el hecho de la dependencia del mundo de Dios Creador y su no eternidad hacia atrás. El hecho fundamental revelado es que Dios no depende del mundo, sino el mundo de Él. La Creación es el comienzo de la Historia de la Salvación. Todo esto es lo que permanece y es válido en todos los tiempos y para todos los hombres como verdad religiosa. En cambio las otras cosas, como los seis días de la Creación, desde luego no son una narración científica, porque si quiero conocer científicamente cómo se ha hecho el Universo, tendré que ir a saberlo a un libro de ciencias. La narración bíblica además es interesante desde un punto de vista no religioso, siendo muy conveniente para ambas partes buscar un diálogo interdisciplinar entre teología y las ciencias naturales, así como para conocer la cultura de aquella época, pues esta narración formaba parte de un himno para el inicio del año. Es también el fundamento de la ley social que establece que todos deben descansar al menos un día a la semana y desde luego es una narración muy optimista.
La teoría científica hoy más en boga sostienen una antigüedad de nuestro Universo de aproximadamente unos catorce o quince mil millones de años, aunque Vds. comprenderán que por mil millones de años más o menos no vale la pena discutir con nadie. El Universo parece haberse formado como consecuencia de una gran explosión llamada Big Bang, habiendo sido formulada esta teoría de un modo metódico y científico por el astrofísico y sacerdote belga Lemaître en 1930, no permitiéndonos los conocimientos científicos actuales decir nada de lo que había antes o en el momento inicial de la explosión, salvo que esta teoría parece incompatible con la convicción atea de un Universo sin principio.
Para terminar diré que, para un creyente, la Revelación y el Universo tienen el mismo Autor: Dios. Por tanto es imposible una contradicción esencial entre teología y ciencias, aunque, a veces, no veamos la solución del problema y puedan surgir situaciones difíciles en la relación mutua.
Pedro Trevijano, sacerdote