No me lo podía creer, pero llevo vagando de un lugar a otro tanto tiempo, que no tengo nada que perder y sí mucho que ganar. No sé vivir más tiempo sin Dios y, si es cierto lo que dicen los pastores, todo cambiará.
Muy despacio me aproximo. Dios está durmiendo sobre unas pajas. El Salvador, que vencerá a la muerte con su vida, ¡es un niño!
María se levanta y, abriéndose entre el corro, se dirige a mí. No puedo dar crédito a lo que está sucediendo. “¿Quieres coger al Niño, por favor?”. “Necesita sentir tu amor, te estaba esperando”.
Todos se apartan como si yo fuera alguien importante. Ahora Dios descansa, duerme en mis brazos…Sueña conmigo…
Acércate a María, desea que cojas a su Hijo… Siente la piel del bebé en tu mejilla… Dale el dedo y agarrará tu mano. Acaricia su pelo, toca con cuidado los piececitos.
El Creador se ha hecho niño rompiendo esquemas y prejuicios. Con Dios durmiendo en tus brazos jamás tendrás ya miedo a la muerte, ni a la vida, ni al futuro.
¿Cómo recelar de un pequeñín?... ¡Nunca tendré miedo a Dios!
El Salvador duerme, reposa en ti; y tú descansas en Él. Puedes abandonarte totalmente, sabiendo que para los que aman a Dios todo es para bien (Rom 8,28).
Santa Teresita del Niño Jesús decía: ¡Qué dulce es el camino del amor! ¡Cómo deseo guiarme con el más absoluto abandono a cumplir la voluntad de Dios! Mi camino es todo de confianza y de amor… Veo que basta reconocer la propia nada y abandonarse como un niño en los brazos de Dios (…) Este camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en los brazos de su padre (…) El abandono es el fruto delicioso del amor.
Ante la ternura que despierta Dios Bebé mendigando protección, tu corazón se derrite y, por fin, se rinde.
Abandónate arrullando a Dios. Entrégate a la presencia del Amor, acepta su voluntad en cada momento.
No te rebeles contra sus planes. El Bebé no puede desear nada malo.
Ponte en actitud de escucha. Que tu corazón ame solo los caprichos del Niño Dios, porque estás embelesado en el misterio…
Cree en su Providencia hasta la audacia… Dios, acurrucado en tus brazos, pide ahora mecerte en los suyos, y confiar.
P. Ignacio María Doñoro, sacerdote