Queridos hermanos sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y consagrados; fieles y familias cristianas de Palencia; queridas autoridades y representantes del pueblo:
Tengo todavía muy vivo el recuerdo de la Ordenación Episcopal que recibí en esta misma Catedral de Palencia. Fue una celebración inolvidable que me permitió asomarme, de forma novedosa para mí, a la impresionante riqueza espiritual y humana que se encierra en el misterio de la Iglesia. Han pasado ya tres años y cuatro meses desde aquel 10 de septiembre de 2006, y hoy tengo que dar gracias a Dios por la intensidad con la que hemos vivido esta etapa de nuestra vida diocesana. En este breve tiempo transcurrido, el Señor me ha permitido ser su instrumento para “acompañar”, “animar”, “confirmar”, “corregir” y “orientar” a los que la Iglesia me ha encomendado; al mismo tiempo que he sido testigo privilegiado de la obra de salvación que Dios ha llevado a cabo a través de todos vosotros: sacerdotes, religiosos y seglares.
Gratitud a la diócesis
Mi gratitud, en primer lugar, a los sacerdotes. Como bien sabéis, estamos en el Año Jubilar Sacerdotal, promulgado por nuestro querido Papa, Benedicto XVI. En este contexto, me despido de este presbiterio palentino, con una profunda acción de gracias. Sé que no son tiempos fáciles para vosotros; y, precisamente por ello, os quiero recordar en nombre de Cristo, que no quedará sin recompensa cada “vaso de agua” que deis a beber a los sedientos de la Palabra de Dios. Algunos os lo agradecen y otros no…; pero al Señor de Cielos y Tierra, nada de vuestra vida le pasa inadvertido, ni le resulta indiferente. ¡Él es el más agradecido! Más aún, en realidad…, ¡Él es la mismísima acción de gracias!, a la cual me sumo yo para deciros: ¡Dios os pague vuestra entrega fiel y sacrificada!
Os pido humildemente disculpas por todo aquello en lo que no haya sabido estar a la altura de las circunstancias. El nuevo Delegado del Clero, recientemente nombrado, os acompañará de una forma especial en lo que resta del Año Jubilar Sacerdotal. No dejéis de acoger sus invitaciones y de confiaros a él.
Mi gratitud también hacia los religiosos: Vuestra presencia en nuestra Diócesis es importantísima. Lo he podido comprobar, de forma concreta, en las visitas que he realizado a muchos centros católicos, bien sea de educación o asistenciales.
Con respecto a los religiosos de vida contemplativa, puedo decir que los he sentido como el mayor apoyo y descanso del obispo. Su testimonio de entrega por toda la Iglesia es verdaderamente conmovedor.
¿Y qué no diré de nuestros queridos laicos palentinos? A veces he pensado, y también lo he comentado con mis más estrechos colaboradores, que uno no sabe muy bien si son los bueyes los que tiran del carro, o es el carro el que tira de los bueyes (¡permitidme la broma!). ¡Cuántas veces he sido testigo de que vuestro entusiasmo nos precede, de forma que tenéis la capacidad de poner en marcha a los sacerdotes y al propio obispo!
Gracias por vuestra participación activa y comprometida, como testigos de Cristo, tanto en la vida social palentina, como en la pastoral parroquial y diocesana. Entre todas vuestras contribuciones a la vida de la Iglesia, me atrevo a destacar una, en este momento de mi despedida: me refiero a la Adoración Perpetua, en la que muchísimos de vosotros participáis, haciendo de esta oración de intercesión ininterrumpida ante el Santísimo, el “corazón de la Diócesis”. Nada somos sin la gracia de Cristo, y por ello, hemos de responder a su llamada orando sin cesar… “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas” (Ps 126).
Sede vacante
El próximo sábado se abre para esta Diócesis palentina un periodo de sede vacante. En la vida de la Iglesia, cuando se hace mención a la situación de “sede vacante”, se tiene la percepción de que se trata de algo perjudicial, y como es lógico, se hace votos para que sea un periodo lo más breve posible. Es obvio que es así; no vamos a negar ese sentido negativo. Pero, sin embargo, yo también quisiera referirme a la “sede vacante” como de un momento de gracia para la Diócesis.
La Iglesia pone en marcha un proceso consultivo de cara a la elección del nuevo obispo (proceso que se realiza con tanta limpieza como discreción); al mismo tiempo que todos oramos y nos sacrificamos por quien será el nuevo Obispo de Palencia.
Aún sin saber todavía quién será el elegido, confiamos plenamente en que el Espíritu Santo asistirá a su Iglesia en esa elección. Por ello, el periodo de “sede vacante” es un tiempo de gracia en la vida diocesana: desde ahora nos adherimos plenamente a la decisión final que tome el Papa, aun sin saber el nombre, la sensibilidad o la procedencia de quien será designado. Esta actitud de confianza en la Iglesia, nos preserva de esos peligros sobre los que el Apóstol San Pablo nos pone en guardia: “¿Cómo es que hay entre vosotros algunos que dicen, yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas? ¿Acaso está dividido Cristo?” (Cfr. 1 Co 1, 12). La adhesión de los católicos hacia su obispo es previa a haberle conocido… ¡Vais a salir ganando con el cambio, no lo dudéis! ¡El Señor va a bendecir con el ciento por uno vuestra generosidad!
Sin embargo, tengamos en cuenta que nuestra actitud en este periodo de “sede vacante” ha de ser activa: ¡trabajemos responsablemente para que la labor pastoral de la Diócesis no se paralice en esta transición, al mismo tiempo que oramos por quien será elegido como nuevo sucesor de los Apóstoles! Es un momento apasionante. Para motivaros a ello, más si cabe, me permito recordaros un dato anecdótico: el próximo obispo elegido, hará el número “cien” en la sucesión apostólica de esta Diócesis palentina.
Gratitud por el arropamiento recibido
Por último, mis queridos fieles palentinos, os quiero dar las gracias de todo corazón, por lo arropado que me he sentido por vosotros tras hacerse público mi nombramiento como Obispo de San Sebastián.
El hecho de que haya saltado a los medios de comunicación la noticia de algunas reacciones negativas, ha podido sembrar tristeza en vuestros corazones. Es verdad que Jesús nos pidió que diésemos testimonio de nuestra unidad ante el mundo. Así lo dijo en el discurso de la Última Cena: “Padre, que todos sean uno, como Tú y yo somos uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Cfr. Jn 17, 21). Nuestras divisiones entristecen el Corazón de Cristo, y por ende, el nuestro. Sin embargo, los planes de Dios están por encima de nuestras propias miserias y pecados; y ya hemos empezado a percibir cómo su providencia es capaz de sacar bienes de los males. Estoy totalmente convencido de que si Dios ha permitido esas “turbulencias”, todo resultará para bien, en sus designios de amor. No me cabe duda de que todos (comenzando por quien os habla), aprenderemos de nuestros fallos; nos haremos más humildes; y al final, construiremos la Iglesia como discípulos de Cristo, en torno al sucesor de Pedro; siendo todos, tal y como Jesús nos pidió, un solo corazón y una sola alma.
Por lo pronto, yo ya me siento un privilegiado por ser objeto de tanto apoyo, cariño y oración. Un hermano obispo, con el que tengo mucha confianza, me llamaba por teléfono hace unos días y me decía: “¡No sé si te has dado cuenta de la cantidad de gente que está rezando por ti…! ¡¡Como no seas santo, no tienes perdón de Dios!!”
Miremos a María
Queridos hijos de la Iglesia Católica: Lo más semejante a nuestra Madre Iglesia es la Virgen María. De Ella decimos, nada más y nada menos, que es “Madre de Dios”. ¿Cómo se puede ser “madre” de quien a la vez se es “hija”? ¿”Madre” e “hija” de Dios, al mismo tiempo?
Pues, con la Iglesia, sucede igual que con María. Dios también ha puesto en las manos de la Iglesia una especie de “maternidad divina”, que convive con nuestra condición humana... Sin embargo, en nuestro caso, tenemos que hablar también de nuestra condición “pecadora”. “Llevamos el Tesoro en vasijas de barro” (cfr. 2 Co 4, 7)… y precisamente, por ello, hemos de fijar nuestra mirada en la santidad de María, cayendo en cuenta de que necesitamos una permanente conversión y reforma para poder ser “Iglesia fiel”.
Mis últimas palabras quieren ser éstas: ¡Mirad a María! ¡Mirad su belleza, mirad su santidad! ¡Agarraos fuerte al Santo Rosario, llevadlo en vuestro bolsillo y rezadlo con frecuencia! Será un signo de que estamos “conectados en red”. Es la comunión en Cristo, a través de María.
Con Ella, sólo con Ella, nos haremos “pequeños” para poder servir a los “pequeños”, a los más pequeños; es decir, a los pobres y a cuantos esperan nuestra caridad. Con Ella, sólo con Ella, podremos pronunciar con verdad y en plenitud: “In te Confido”. ¡Confío en el plan providente de Dios Padre y confío en el Amor del Sagrado Corazón de su Hijo! ¡Que Dios os bendiga!
+ José Ignacio Munilla, obispo de Palencia, obispo electo de San Sebastián
Misa de acción de gracias. Despedida de Palencia. (3-I-2010)