Dios Padre pensó en Jesús… y no pudo pensar en Jesús sin María. Sencilla, servicial, hermosa, llena de gracia, concebida sin pecado original, descendiente del rey David… Escogió las manos que le abrazarían en Belén y en el Gólgota, la voz, el color de esos ojos… Esperó que llegara el momento.
El arcángel Gabriel pide permiso a la joven nazarena… Toda la creación está expectante, los ángeles contienen la respiración… La brisa suave que sintió Elías tras el huracán recorre la estancia; María, sorprendida, escucha la voz de Dios.
El Creador suplica a la criatura, se pone a los pies de una mujer. Con humildad le dice: quiero hacerme hombre en ti, si me dejas… No hay Jesús sin María, y no hay María sin Jesús.
Y es pronunciado un sí tan generoso que cambia la historia de la humanidad… Cielo y tierra se abrazan en María, la bendita entre las mujeres. El sí se hizo corazón de carne, llanto, sonrisa, Redención.
Antes de la creación del mundo, antes de que fueras concebido, el Corazón del Creador soñaba contigo.
También eligió raza, color de la piel, talentos, personalidad… las veces que llamaría a tu corazón hasta llevarte de la nada a la persona que eres.
Te creó con amor y, para poder amarte, te dio la vida; para que el Hijo fuera tu vida por toda la eternidad. Dios, enamorado, anhelaba tu felicidad esperando el día que tu mirada se cruzara con la suya.
No podemos calcular la enorme repercusión que tiene el sí que Dios te pide, los nuevos caminos de salvación y esperanza que se abrirán; tampoco la repercusión de tu no…
El Amor vuelve una y otra vez a pedir permiso para entrar y hacer su obra… Cuando te entregues a su voluntad y ya no puedas amar si Él te falta… cuando seas totalmente dependiente de Dios… únicamente entrará si abres la puerta.
Sólo Dios es el fin último y supremo de tu vida, el lugar donde el Amor se expresa: ¡Sólo Dios!
Aquí tienes, Señor, a tu siervo, a tu sierva, a tu esclavo de amor. Con mis pecados y miedos, aquí me tienes. El sentido de mi vida será cumplir tu voluntad aunque nadie me entienda. ¡Sólo Dios! Sí, entra y toma posesión de tu casa.
P. Ignacio María Doñoro, sacerdote