Dicho así, el título suena un poco fuerte. Pero resume buena parte del pensamiento y la obra del José Ignacio Munilla más “al pie del cañón”. De fuertes convicciones religiosas que difunde alto y claro, sin miedo a las estridencias, el nuevo obispo de San Sebastián combina su faceta espiritual con otra más terrenal que le sirve para identificar lo que cree que son los problemas de cada población. Y en Zumarraga, donde creció como sacerdote durante 16 años, el “gran problema” era la heroína y, después, el sida, como desgraciadamente ocurría en otras comarcas vascas deprimidas por la crisis industrial de finales de los ochenta. Los fieles de la parroquia guipuzcoana de El Salvador le recuerdan ahora abriendo las puertas de su vivienda a los toxicómanos, de quienes se ocupaba durante el síndrome de abstinencia y la lucha por la reinserción, y a sus familias, desbordadas por la angustia. En este contexto, cabe entender la frase pronunciada con total naturalidad por una vecina del pueblo, feligresa y amiga personal, al repasar la trayectoria del párroco: “En casa de José Ignacio lo mismo se rezaba el rosario que se pasaba el 'mono' con un yonki”.
La declaración deja entrever, además, cierto humor negro porque Munilla, pese a ser un ortodoxo en la Iglesia, rompe esquemas. Hasta tiene su guasa, y eso es mucho para alguien con una vitola tan conservadora. Después de ser designado prelado de Palencia en 2006 -el más joven del Episcopado en España-, volvió a Zumarraga para visitar a los suyos. Al ver a sus feligreses, les mostró el anillo de obispo para que lo besaran. Les sorprendió con un chorro de agua lanzado desde el arete, que era de pega, mientras reía por esta singular manera de bendecirles en su regreso. Amigo de los “chistes malos, chorras”, luego ofició una misa con el báculo pegado a toda prisa con 'Loctite' -esto quizá no lo sabía-, porque sus sobrinos se lo habían roto jugando antes.
Son anécdotas que describen al Munilla más personal, desgranadas por algunos miembros de su círculo cercano de Zumarraga: María Urrategi, que contó con su ayuda cuando su pareja estaba en Proyecto Hombre -hoy viuda-; Alix Gómez, que conoció a su esposo cuando éste se rehabilitaba gracias al sacerdote; Ainara Rodríguez, casada, madre de un niño y representante de los jóvenes a los que el obispo ha convertido en su objetivo pastoral; y Mari Carmen Aranzadi e Ignacio Ibarluzea, matrimonio ya jubilado y amigos, como el resto.
Reunidos en una sala de la parroquia de El Salvador, coinciden en lamentar las críticas que está recibiendo el nuevo obispo de San Sebastián, antes incluso de su nombramiento oficial. “Aquí somos de distinta ideología, pero él jamás nos hablaba de política. Muchos no le perdonan que nunca se haya posicionado políticamente”, explican los suyos, que hablan con una indisimulada devoción: “Se le está crucificando, cuando no le conocen”.
José Ignacio Munilla Aguirre nació en San Sebastián en 1961, pero vivió sus primeros años en el caserío de su familia de Aizarnazabal, pueblo guipuzcoano del que es natural su madre, que trabajaba en un puesto de verduras en el mercado de San Martín de San Sebastián. Allí conoció a quien luego fue su padre, encargado de almacén y oriundo de Soria. El matrimonio tuvo tres hijos.
Iglesia con sus manos
Bilingüe, Munilla llegó destinado por el entonces obispo Setien a Zumarraga en 1986. Cuatro años después fue nombrado párroco de El Salvador, una parroquia instalada en los bajos de un edificio situado al otro lado de la carretera, en la zona en expansión urbana. Después promovió la construcción de la iglesia actual, en parte con sus propias manos. Para ahorrar costes, se fue en coche con Ignacio a Toledo a comprar el terrazo y a Valladolid, a por las campanas.
Durante la obra, dormía en el altar para custodiar el retablo, obra de un escultor donostiarra que habían transportado a trozos en una furgoneta de reparto de pescado. El último día en Gipuzkoa, antes de hacer la maleta rumbo a Palencia, limpió los cristales de la parroquia, ventanales que cubren toda una fachada. “Es un bestia trabajando”. Y despistado. En plena faena, echó por error un trago de 'Volvone', un amoniaco para alfombras. “¿Uy, qué es esto?”. Tras el segundo, se quedó afónico. Un tipo duro Munilla. En la mesa prefiere la chuleta y un buen trago de vino, aunque la cocina no es su fuerte.
Tanto en el piso en alquiler donde residía en sus inicios, y en el que no era extraño ver a algún 'sagutxo' (ratón), como en su posterior vivienda en la iglesia, José Ignacio Munilla convirtió su casa en lugar de acogida para drogodependientes de la comarca del Urola. No tenía reparos en cederles su cama para que pasaran el 'mono' y, en colaboración con Proyecto Hombre, acercaba a quien estuviera dispuesto a ser ayudado a los locales de esta fundación en San Sebastián. Se ofrecía a acompañarles durante la reinserción, a estar pendiente de alguien que lucha por no volver a caer.
No les dejaba tirados. Veían el Tour juntos en verano -además del ciclismo, le apasiona la pelota y el monte- y llegó a dejar a alguno de los pacientes en compañía de su propia madre cuando él no podía atenderles. Aún le agradecen que se fuera con uno de ellos a hacer el Camino de Santiago, mano a mano.
Gestos así son los que han fraguado con su comunidad de El Salvador una relación que va más allá de la práctica religiosa; que entiende mejor quien se ha asomado al abismo. Ahí, Munilla aparece como un protector. “Para muchos de nosotros ha sido un padre, un hijo, el hermano que no tuve... Cuando le conozcan, caerán los recelos”, explica su gente ante las suspicacias creadas en medios nacionalistas por su regreso a Euskadi.
Considerado un representante del ala dogmática de la Iglesia, Munilla ha fundado la corriente Movimiento Loyola. Sus partidarios lo definen como un lugar de encuentro en el tiempo de ocio -campamentos, cine, excursiones...-, “una forma de dar salida a los jóvenes tras la confirmación”. Sus críticos, por contra, lo ven como una prolongación de su “carácter retrógrado”.
No acostumbra a realizar pronunciamientos de corte político, como Juan María Uriarte, a quien releva en el cargo. En Zumarraga “se volcó” con la viuda de Manuel Indiano, concejal del PP asesinado por ETA, y mantuvo una relación cordial con el socialista Antón Arbulu, feligrés y ex alcalde de esta localidad, feudo del PSE. En sus discursos en misa, pedía “por la conversión de los terroristas”. La aversión más conocida procede “del mundo de HB”, aunque Munilla echó una mano a algún simpatizante con problemas por la droga.
Más que por la política, se ha distinguido por su afilada doctrina, sin complejos para juzgar la moralidad. “Dicen que José Ignacio es un hombre de Rouco... ¿Lo dicen por su posición de rechazo al aborto? Es que el quinto mandamiento dice no matarás”, se defienden sus incondicionales. Tampoco es que Uriarte, ni ningún obispo teóricamente más humanista, haya discrepado de la Iglesia sobre la reforma de la Ley del Aborto o el uso del preservativo. Pero a diferencia de Munilla, el prelado saliente sí ha hecho guiños al nacionalismo, a lo que el PNV llama “la realidad vasca”.
Nombrado en 2006 obispo de Palencia, ha explotado desde entonces su vena escritora con “recia” espiritualidad, como dice Uriarte. “Responde al Gobierno en todo lo que considere ataques a la Iglesia”, explica su círculo cercano en la capital palentina. El retrato, elaborado con testimonios recabados en la catedral, el barrio y la diócesis, remite a 'La niña del Exorcista', titulo de uno de sus artículos. A Munilla, “la reacción de algunos círculos políticos y medios de comunicación” al Papa le trae a la cabeza aquella película, en la que una cría endemoniada “convulsionaba de forma violenta sobre la cama, levitaba, echaba espumarajos por la boca...”.
La huella en Palencia
Ya ha confesado que prefiere hablar claro, aun a riesgo de polémicas, que emplear un perfil bajo que haga perder “influencia” a la Iglesia católica. En Palencia ha dejado su huella en varias obras: la construcción de un albergue para indigentes de Cáritas, un proyecto para atender a mujeres que han abortado, un centro de orientación familiar que da charlas a jóvenes y matrimonios sobre educación sexual, y una escuela de monaguillos en la catedral. Como muestra de su “espiritualidad”, acude una vez a la semana a las clarisas a “orar al santísimo” a horas intempestivas -de tres a seis de la madrugada-. Pocas diócesis practican la adoración perpetua.
No tiene problemas para mostrarse como es. Al poco de llegar a Palencia, tuvo lugar una terrible explosión de gas, al lado de la casa episcopal. Murieron nueve personas en un accidente ocurrido por la noche que derribó 30 viviendas. Munilla fue de los primeros en llegar para atender a los heridos y esa imagen caló en la ciudad.
El presidente de la asociación de afectados es un viejo conocido de la política vasca: Habla José Luis Ainsúa, parlamentario de IU hasta 1998, líder del PCE guipuzcoano y hoy en UPyD. Así retrata a Munilla. “Es conservador, pero con mano izquierda. Sabe entenderse. Yo le digo: 'Mira Ignacio, no soy creyente, pero reconozco que la mayoría aquí es practicante'. Y él me contesta, cogiéndome la mano: 'Lo que dices te ennoblece. Yo te respeto y te bendigo'“.
José Mari Reviriego, publicado en El Diario Vasco