La descristianización de la sociedad argentina contemporánea ha calado hondamente en la situación religiosa de la cultura, de tal modo que Dios se ha convertido en un extraño, en un desconocido, en medio de una curiosa confusión politeísta. Es verdad que no faltan los creyentes, quienes dan culto al único Señor y Creador. La Iglesia, aunque se haya estrechado, está aún presente con distintos niveles de aceptación y comprensión de la centralidad del kérygma: Cristo resucitado, vivo y presente, por ejemplo, entre grupos mayoritariamente de jóvenes en diversas parroquias.
Buscando antecedentes, se podría recorrer toda la historia cristiana. Prefiero detenerme en un episodio que podría llamarse fundacional: el Apóstol Pablo evangelizando a los atenienses y su célebre discurso en el Areópago. Recordemos rápidamente los hechos, que se reportan en el capítulo 17 del Libro correspondiente, que es el tomo segundo de la obra de Lucas, autor del tercer Evangelio sinóptico.
En Atenas brilla la actividad filosófica, o por lo menos la curiosidad y la charlatanería. En el ágora (habría que decir la agorá) alternan estoicos y epicúreos. El Apóstol se suma y causa interés y extrañeza. Consideran que es un spermológos, un «sembrador de palabras» que presenta una nueva doctrina, porque anunciaba a Jesús y la Resurrección (Anástasis). Interesados, lo llevaron al areópago para que expusiera lo que consideraban una nueva doctrina (kainé didajé). Pablo comienza con una especie de «captatio benevolentiae»: «veo, atenienses, que ustedes son la gente más religiosa que existe» (deisidaimonesterous), y hace referencia haber visto en su recorrida un altar al «Dios desconocido» (Agnōstō Theō). «Yo anuncio a ese a quien ustedes sin conocer veneran».
Desarrolla entonces una breve síntesis de teología natural. Ese Dios es el creador de cielo y tierra y el Señor de todo, que no habita en templos hechos por manos de hombres; y tampoco puede ser servido por manos humanas como si tuviera necesidad de algo, ya que Él da a todos la vida, la respiración y todas las cosas (zōēn, pnoēn, pánta). «Hizo a partir de uno a todo el género humano para que habitara la tierra y estableció sus límites, a ver si pueden hallarlo, ya que no está lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos». Cita entonces un verso del poeta Aratos: «nosotros somos de su género, es decir, de raza divina». Entonces descalifica el politeísmo. Dios los dejó en su ignorancia, pero ahora anuncia un tiempo de metanoia, de conversión, porque estableció un día para juzgar al universo con justicia, por medio del Hombre que Él resucitó de entre los muertos. A la teología natural sigue el kérygma propiamente dicho.
Este caso arquetípico estimula a la Iglesia a hablar de Dios, en lugar de competir políticamente ocupándose de lo que dirían mejor los especialistas. Desde Dios se ilumina la realidad humana.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.
Buenos Aires, miércoles 7 de agosto de 2024.
Memoria de San Sixto II, Papa, y compañeros mártires; y de San Cayetano, presbítero. -