La Veritatis splendor nos introduce en la doctrina moral de la Iglesia desde sus mismos fundamentos, mas no en el orden filosófico y meramente racional, sino para el creyente, en la línea de la obediencia de la fe, partiendo de la Palabra de Dios revelada en los Evangelios y en el conjunto de las Sagradas Escrituras.
El 6 de agosto de 1993, el pontífice entonces reinante, san Juan Pablo II, publicó una encíclica, de las más importantes de su pontificado, sobre cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia: la Veritatis splendor, «el esplendor de la Verdad». Era la décima de las catorce que llegó a firmar, y él se hallaba en el año decimoquinto de su pontificado. Cristiandad publicó enseguida el texto íntegro de la encíclica en el número 746748, de julio-septiembre de 1993. Pues bien, como hace casi un año conmemorábamos el trigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia católica, ahora hemos de celebrar con gozo y gratitud el mismo aniversario de aquella encíclica, ya que expresamente fue publicada después de la edición del Catecismo.
Hay un doble aspecto en el que destaca la Veritatis splendor y la hace merecedora de atención especial. Uno es el hecho novedoso de presentar una exposición de perspectiva global, notablemente completa y fundamentada, de la teología moral católica. Así dice el propio san Juan Pablo II, hacia el final, en el párrafo 115: «En efecto, es la primera vez que el magisterio de la Iglesia expone con cierta amplitud los elementos fundamentales de esa doctrina, presentando las razones del discernimiento pastoral necesario en situaciones prácticas y culturales complejas y hasta críticas». La Veritatis splendor introduce en la doctrina moral de la Iglesia desde sus mismos fundamentos, mas no en el orden filosófico y meramente racional, sino para el creyente, en la línea de la obediencia de la fe, partiendo de la Palabra de Dios revelada en los Evangelios y en el conjunto de las Sagradas Escrituras. Aunque, como dice en su introducción, es el Catecismo de la Iglesia católica el que contiene una exposición completa y sistemática de la doctrina moral cristiana, mientras que la encíclica «se limitará a afrontar algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia», sin embargo ilumina de una forma global el conjunto de dicha doctrina moral.
Por este motivo, dicha encíclica puede servir perfectamente como lectura de entrada al estudio de la moral católica, mejor que cualquier manual. Por este motivo, también, dicha encíclica tiene que ser recordada, no sólo en su treinta aniversario como una mera efemérides histórica, sino también como referencia sólida y fuente permanente de formación y reflexión moral de los creyentes.
El otro aspecto lo constituye su intención concreta en el momento histórico de su publicación. En palabras nuevamente del propio Papa, se puede resumir así: «hoy se hace necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas» (§ 4).
El Papa hace referencia a la difusión en el interior de la misma Iglesia de muchas dudas y objeciones a sus enseñanzas morales tradicionales, lo cual ha creado «una situación nueva» y «una verdadera crisis». No se trata de objeciones puntuales, sino de una impugnación global y sistemática del patrimonio moral. En su raíz ve el Papa «corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad.» (íbid.) Juan Pablo II insiste y se entretiene en esta idea: el problema de la referencia a la verdad, no solo en el orden intelectual, sino especialmente en el moral. De ahí, intuimos, el íncipit, las primeras palabras que sirven para dar nombre a la encíclica, «el esplendor de la verdad».
La estructura de la encíclica es sencilla y clara, y nos servirá muy bien para recorrer brevemente su contenido. Además de los naturales párrafos de introducción y de conclusión, se compone de tres capítulos, cuyo contenido y sentido se expresa con profundidad en sus respectivos encabezamientos, cada uno formado por una cita del Nuevo Testamento y un epígrafe explicativo. Vamos a verlo a continuación.
El primer capítulo se titula así:
«Maestro, ¿qué he de hacer de bueno...?» (Mt 19,16). Cristo y la respuesta a la pregunta moral
Lo que pone en marcha la reflexión moral es una pregunta, la que el joven rico le planteó a Jesús, y que vale para todo hombre: ¿qué he de hacer de bueno? A lo largo del capítulo, san Juan Pablo II examina el sentido y lo implicado en tal pregunta, para enseguida desarrollar las líneas de respuesta, siguiendo a la misma respuesta que le dio Jesús al joven: «Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos» (Mt 19, 17). Cristo mismo, por ser Dios, es el Uno solo Bueno. Así, la respuesta a la pregunta moral se encuentra precisamente en Cristo, y la moral cristiana se fundamenta en esta verdad y en todo lo que ella implica. Como dice la encíclica, «la vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre. Es una respuesta de amor, según el enunciado del mandamiento fundamental que hace el Deuteronomio: «Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas».
Después de considerar el papel fundamental de la ley divina –los mandamientos–, como «primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad»(§ 13), el Papa añade la invitación final de Jesús al joven rico: «ven y sígueme», para recorrer un camino de perfección. Es sobre todo en la reflexión sobre la invitación a la perfección, en donde el Papa ilumina la realidad de la libertad como base y condición de la vida moral del hombre. «La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre» (§ 17). Es importante comprender que «la libertad del hombre y la ley de Dios no se oponen, sino, al contrario, se reclaman mutuamente». Esto, que puede parecer conflictivo, es sólida y luminosamente explicado por san Juan Pablo II en la Veritatis splendor.
El segundo capítulo lleva como título: ««No os conforméis a la mentalidad de este mundo» (Rom 12,2). La Iglesia y el discernimiento de algunas tendencias de la teología moral actual».
Conforme a los objetivos propuestos en la introducción, el capítulo central de la encíclica se dedica a poner las bases para el examen crítico de aquellas tendencias de la teología moral, muy influyentes en nuestro tiempo, en las que se han mezclado errores que dañan gravemente la doctrina de la moral católica.
Lo dice expresamente el Papa: «Al dirigirme con esta encíclica a vosotros, hermanos en el episcopado, deseo enunciar los principios necesarios para el discernimiento de lo que es contrario a la «doctrina sana», recordando aquellos elementos de la enseñanza moral de la Iglesia que hoy parecen particularmente expuestos al error, a la ambigüedad o al olvido»(§ 30). Además, estos errores, ambigüedades u olvidos no solo afectan a la doctrina moral, sino que se relacionan con la ignorancia y el error en el saber más básico y necesario para el hombre, el que se refiere a su propio ser y a su vida, los que el Papa llama «enigmas recónditos de la condición humana»: «¿Qué es el hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y qué el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos dirigimos?».
La fuente de las dificultades para la mentalidad actual, según sugiere el Papa, se encuentra en el problema crucial de la libertad del hombre. Parece que la libertad ha de entrar en conflicto con la idea de ley y de precepto, o que la libertad supone conceder un valor absoluto y fundante a la conciencia individual del hombre, lo cual conduce a una auténtica crisis en torno a la verdad. Por otro lado, el Papa constata algo muy notable y cierto: «Paralelamente a la exaltación de la libertad, y paradójicamente en contraste con ella, la cultura moderna pone radicalmente en duda esta misma libertad»(§ 33). Pero sin libertad no hay moral, advierte, aunque es necesario reconocer cuál es la verdadera libertad, es decir, la de la voluntad. Para ello nos remite al Concilio, que enseñó que «La verdadera libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre.»1 1 Const. sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes,17
Es notable como el Papa, ante el problema de la libertad y la ley y frente a las teorías que pretenden resolverlo mediante la autonomía de la razón, separando el orden ético del orden de la salvación, defiende la doctrina tradicional de la Iglesia, que niega que exista un conflicto real, recordando todos los puntos principales de la enseñanza de los antiguos doctores y sobre todo de santo Tomás de Aquino acerca de la ley. Relacionada con esto está la tendencia hoy muy difundida de cuestionar la existencia de una ley natural, su validez universal y su inmutabilidad, alegando la pluralidad de las culturas y, por otro lado, eliminando la noción de naturaleza humana. San Juan Pablo II observa muy atinadamente que con el rechazo de la naturaleza humana se pone en entredicho todo lo que en la moral atañe al cuerpo, y reivindica el vínculo de la razón y de la libre voluntad con todas las facultades corpóreas y sensibles. «Una doctrina que separe el acto moral de las dimensiones corpóreas de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la Sagrada Escritura y de la Tradición» (§ 49).
Entre otros temas que el Papa examina en el capítulo segundo (por ejemplo, la conciencia moral o el acto moral), destacamos finalmente la discusión acerca de las teorías de la opción fundamental, que desconectan del orden de lo moralmente requerido para la salvación todo el ámbito de los actos concretos de cada hombre. La verdad en que se apoyan estriba en que, además de la libertad referida a los actos particulares, el hombre goza de una libertad para decidir sobre la orientación global de su propia vida a favor o en contra del bien, a favor o en contra de la verdad, a favor o en contra de Dios. El Papa relaciona esta dimensión con la voluntad de perfección y la respuesta del hombre a la invitación de Cristo «Ven, y sígueme», pero rechaza la disociación entre la opción fundamental y los actos particulares, recordando muy oportunamente la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el pecado, tanto el venial como el mortal.
El tercer capítulo, titulado ««Para no desvirtuar la cruz de Cristo» (1 Cor 1,17). El bien moral para la vida de la Iglesia y del mundo», constituye una reflexión sobre la misión de la Iglesia en el terreno de la moral y un llamamiento a los hombres de su tiempo y en particular a la misma Iglesia a asumir el pleno contenido de la doctrina moral católica y a vivirlo sin reticencias a pesar de las dificultades. Subraya que el camino, que puede llegar a exigir el martirio, por la gracia, con la mirada fija en el Señor Jesús, es posible, como es obligatorio. Es un llamamiento a vivir plenamente el significado auténtico de la libertad, a pesar de la debilidad y del drama que la amenaza.
«De este modo» leemos en el párrafo 87 de la encíclica, «la Iglesia, y cada cristiano en ella, está llamado a participar de la función real de Cristo en la cruz (cf. Jn 12, 32), de la gracia y de la responsabilidad del Hijo del Hombre, que «no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28). «Por lo tanto, Jesús es la síntesis viviente y personal de la perfecta libertad en la obediencia total a la voluntad de Dios. Su carne crucificada es la plena revelación del vínculo indisoluble entre libertad y verdad, así como su resurrección de la muerte es la exaltación suprema de la fecundidad y de la fuerza salvífica de una libertad vivida en la verdad».
La encíclica Veritatis splendor termina poniendo en manos de María, Madre de misericordia, todos los deseos e intenciones en ella expresados. Puede parecer un texto de lectura ardua, pero cuando se lee con detenimiento y se capta la verdad y profundidad de su doctrina, entonces el lector siente en el alma la belleza inefable del esplendor de la verdad. No han faltado críticas y resistencias a su enseñanza, como era de esperar. Pero se trata de un documento del magisterio ordinario de la Iglesia, y como tal debe ser recibida con filial asentimiento. No solo hay que decir que sigue del todo vigente, ya que esto se supone en el magisterio de la Iglesia, sino que sigue gozando de actualidad, treinta años más tarde.
Publicado originalmente en Revista Cristiandad, octubre 2023