Llegamos al último domingo del año litúrgico, en el que celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del universo, como colofón del misterio cristiano, resumen de todo el misterio de Cristo. –“Entonces, ¿tú eres rey?”, le preguntó Pilato en el momento culminante del juicio, previo a la crucifixión. Y Jesús respondió: –“Tú lo dices, soy rey”. Jesús tiene conciencia por tanto de que ha venido como rey para dar testimonio de la verdad y salvar el mundo.
Pero su reino no es de este mundo, no es como los reinos de este mundo, que se sostienen con el poder humano a todos los niveles. Su reino es un reino de amor y de servicio, que va conquistando los corazones por la vía del amor, para instaurar la civilización del amor. Jesucristo es rey sobre todo desde la Cruz, donde entrega su vida. “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (y enemigos)” (cf Jn 15,13), porque en la línea del amor, Jesús nos manda amar incluso a nuestros enemigos.
Aparece en la liturgia de este domingo la figura de Cristo buen pastor, que da la vida por sus ovejas, y que hace experimentar en sus ovejas el amor, el cariño de su pastor por cada una de ellas. “El Señor es mi pastor, nada me falta”. La imagen de Jesús buen pastor pasó enseguida a formar parte de la imaginería cristiana. Ese pastor que carga sobre sus hombres la oveja perdida, que acaba de desenredar de las zarzas, ese pastor que acaricia a su oveja, de manera que esta se siente amada, mimada por su buen pastor.
Y en el evangelio de esta fiesta, Jesús aparece como juez misericordioso en el juicio final, donde la pauta para ser admitido en su reino se funda en el amor hacia los necesitados: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Y enumera las distintas situaciones de pobreza, de carencia, de necesidad en las que se sienten los pobres: hambre, sed, emigración, desnudez, enfermedad y cárcel. En tales situaciones, los pobres han sentido la cercanía de Cristo, aún sin saber el motivo, gracias a la generosidad de sus discípulos. Porque cada uno de esos gestos de amor, “…a mí me lo hicisteis”. Jesús se identifica con cada uno de esos pobres y en cada una de sus necesidades, como momento de encuentro y de salvación. Y nos invita a sus discípulos a recorrer ese camino de atención a los necesitados, donde nos encontraremos con Jesucristo en persona.
El reinado de Cristo no sólo quiere instaurarse en el corazón de cada persona, sino que quiere ser un reinado social, donde por la colaboración de los cristianos vayan cambiando las coordenadas de la convivencia social entre los humanos. Venga a nosotros tu reino. Nutrida en el Evangelio y teniendo presentes las circunstancia de cada momento, la Doctrina Social de la Iglesia va señalando el camino de esa transformación social. A ello están llamados especialmente los fieles laicos, a los que corresponde gestionar los asuntos temporales según Dios, instaurar la justicia, trabajar por la paz, acoger a todos.
Jesucristo es rey, no al estilo de los reyes de este mundo, sino por el camino del amor, del servicio, de la humildad. Y en esta fiesta y durante todo el año, él nos señala el camino: cada gesto de amor que hacemos a nuestro prójimo, a él se lo hacemos y no quedará sin recompensa. Que la fiesta de Cristo Rey nos anime a vivir en su reino y a extender este reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Recibid mi afecto y mi bendición
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba