Tras el motu proprio del verano pasado, el caso Gaztelueta, la intervención de Torreciudad y ahora este nuevo motu proprio, es cada vez más difícil no pensar que se está atacando duramente al Opus Dei. Es lo que inevitablemente concluyen cada vez más fieles de la Obra, sus simpatizantes, muchos otros católicos y personas ajenas a la Iglesia.
No quiero restar importancia a la delicadísima situación jurídica de la Obra pero, de momento, y hasta que todo este proceso de reforma de estatutos termine, poco o nada cambia en el día a día de la vida de los laicos y sacerdotes de la institución.
Poniéndose en lo peor, si los futuros estatutos no preservaran el carisma que recibió san Josemaría o, yendo todavía más allá, si la Iglesia suprimiera la Obra, sus fieles tienen la profunda convicción -inculcada por su fundador- de que tarde o temprano los planes de Dios saldrán adelante, como ha recordado el mensaje de Fernando Ocáriz. Hasta que eso ocurra, sobrellevar con alegría esta prueba y no permitir que el diablo siembre en ellos desafección al Papa o a la Iglesia, está constituyendo una magnífica ocasión para dar testimonio cristiano entre sus conocidos y unir sus sufrimientos a los de Cristo en la cruz. Si se confía en la intuición del cardenal Larraona («la Obra ha llegado con un siglo de anticipación»), entonces no hay que olvidar que todavía faltan 23 años para llegar a esos 100.
La reforma de estatutos
Sorprende muchísimo que las dos cartas papales que les han afectado se deban a una disputa jurídica acerca de la interpretación de qué es una prelatura personal. Como expliqué en un artículo sobre el primer motu proprio, es razonable la interpretación que hace el cardenal Ghirlanda sobre la naturaleza de las prelaturas. En ese sentido, y a estas alturas de la película, algunos no consideran descabellado que el Opus Dei pasase a tener otra figura jurídica (siempre y cuando se respetase su carisma, evidentemente).
Lo que sí es muy llamativo es el modo en que se está llevando este asunto y, por eso, mucha gente se hace preguntas como estas: ¿No pueden llevarse a cabo todas estas reformas jurídicas hablando entre las partes privadamente y haciendo públicos los cambios definitivos al finalizar? ¿El Opus Dei estaba creando tan grandes problemas que obligaban a una intervención tan pública y desconcertante? ¿Es necesario hacer sufrir gratuitamente a cientos de miles de creyentes mientras dura todo este proceso? ¿De verdad no hay cuestiones mucho más urgentes que abordar en la Iglesia?
Falta de claridad e incertidumbre
El motu proprio del verano pasado interpelaba al Opus Dei para que siguiera su carisma original y no fuera tan jerárquico. Esta petición tan genérica suscitó, como es lógico, las más diversas interpretaciones. El nuevo motu proprio parece apuntar a que los laicos ya no son parte de la prelatura, aunque tampoco es seguro que esto sea lo que se pretende. Según los últimos cambios, las prelaturas personales pasan a ser «asociaciones clericales», pero según el derecho canónico este tipo de asociaciones pueden contar con fieles laicos. Lo que es esencial es que estén dirigidas por clérigos, algo que ya ocurre en la Obra.
Así pues, volvemos a tener el mismo problema del motu proprio del verano pasado: la ambigüedad de la redacción hace que no se entienda qué quieren hacer exactamente con el Opus Dei. El hecho de que se hayan cambiado los cánones de las prelaturas después de que la Obra haya presentado su propuesta de reforma de estatutos es todavía más singular, pues supone cambiar las reglas del juego en mitad del partido.
Es evidente que no se han cambiado los cánones de las prelaturas personales para decir que todo sigue igual, pero tampoco está nada claro qué implican estos cambios en la práctica. El hecho de decir que todo dependerá de lo que digan finalmente los estatutos es todavía más desconcertante, puesto que la aprobación de esas normas depende, en última instancia, de la Iglesia.
El motu proprio de esta semana
La incertidumbre en todo este asunto ha llevado en las últimas 48 horas a todo tipo de interpretaciones: conspiranoicas, optimistas, revanchistas y tremendistas. Evidentemente cada uno tendrá su opinión (yo también tengo la mía), pero lo cierto es que, dada la situación actual de la Iglesia, creo que nadie puede estar muy seguro de que su opinión sea la más acertada.
Hay demasiadas variables en juego: por ejemplo, la doble forma de gobierno que hay en la Santa Sede (por un lado desde los dicasterios y, por otra, desde Santa Marta); hay que tener en cuenta también que, en los últimos años, un gran número de instituciones han tenido sorprendentes cambios jurídicos a petición del Vaticano; también está la capacidad que tiene el Papa de romper moldes con nuevos puntos de vista, lo que le hace bastante imprevisible; por último, también es llamativa la notable inseguridad jurídica que ahora hay en algunos asuntos de la vida de la Iglesia.
Acabo recomendando los dos artículos más esclarecedores que he encontrado en estos días. Uno es de Luis Felipe Navarro, rector de la universidad del Opus Dei en Roma, que«ha explicado los nuevos cambios» en los cánones de las prelaturas personales. La intrahistoria reciente de cómo hemos llegado hasta aquí, la ha investigado mejor que nadie«el autor de este texto».