Disfruto muchísimo de mis caminatas entre apostolado, y apostolado. No tengo vehículo; y, por lo tanto, las veredas, y el transporte público son mi medio de locomoción. Y me sirven, claro está, para anunciar a Jesucristo; escuchar y consolar a tantos hijos que el Señor pone en mi camino; confesar, bendecir objetos religiosos, acordar una visita a un enfermo, o convenir para la bendición de un hogar. Y, de paso, por supuesto, para hacer algo de ejercicio; que nunca viene mal para el cuerpo, y el alma. No en vano, nuestros padres latinos nos legaron para todos los tiempos aquello de mens sana in corpore sano…
Iba desgranando las cuentas del Santo Rosario, hace un par de días, a primerísima hora de la mañana, cuando de pronto me topo, en el centro platense, con un impactante grafito: ¿Si no le creo a internet a quién le voy a creer? No es el caso de debatir, ahora, si el frente de una casa particular resulta el espacio ideal para ello. Son entendibles, también, las indignaciones de los propietarios cuando sufren pintadas como estas; e incluso hasta soeces, y procaces… Cierto es, asimismo, que en muchos de estos pintores desconocidos –generalmente al cubierto de la oscuridad de la noche-, hay almas atormentadas; que expresan, como pueden, su angustia, y desolación.
¿Qué le habrá pasado, en su vida, para tener como única fuente de credibilidad a una criatura fantástica y, al mismo tiempo, espantosa? ¿Será quien lo escribió uno de los tantos bautizados paganos, de los que hablaba el llorado Benedicto XVI, de felicísima memoria? ¿O, tal vez, cayó en la apostasía lisa y llana? ¿Es, a lo mejor, alguien que nunca escuchó el anuncio de Jesucristo? ¿O al que le plantearon un Jesucristo desfigurado, no como verdadero Dios, y verdadero hombre, y sí con aires de guerrillero sudamericano?
El resto del Santo Rosario lo ofrecí por nuestro anónimo protagonista. Y, también, la Santa Misa del día; las confesiones, y todas las visitas a los enfermos. Solo Dios conoce su nombre. Le pedí, de cualquier modo, al Señor que, si es su voluntad, lo pusiese en mi camino. Y que no deje de mandarme personas con éste, y otros planteos similares. En definitiva, para esto estamos los sacerdotes; para ser puentes entre Dios, y los hombres. Y para enseñarles a nuestros hermanos que Dios siempre es creíble; que jamás traiciona ni defrauda, y que solo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). Y que cualquier criatura, por más valiosa que sea, es de por sí limitada, falible e, incluso, con tendencia a la manipulación. Solo Dios basta, como nos enseñó Santa Teresa de Jesús. Fuera de Él es imposible la felicidad; en ciernes, en la Tierra, y consumada en el Cielo.
Iba entre estos cabildeos hacia el hospital donde todos los sábados por la tarde celebro la primera Misa del Domingo; a llevarle la Comunión a una hija que cursaba un posoperatorio. Al no encontrar los ornamentos en el sitio donde los dejo habitualmente, el sábado anterior debí suspender la Santa Misa; mientras me asaltaban los peores pensamientos sobre su destino. ¿Los habían guardado, sin avisarme, bajo llave? ¿Los habían llevado, para sustraerlos, y venderlos al precio que fuese? ¿O, peor aún, los habían llevado para hacer algún gualicho, o brujería, con las peores intenciones?
El Santísimo iba sobre mi pecho agitado. Ahí, bien cerca de mi corazón, continuaba descargando todo en su Sagrado Corazón. Le di la Comunión a mi hija, una fiel y honrada policía; luego de lo cual me puse en contacto con una de las médicas del hospital, católica militante, que viene siempre a la Misa. ¡Padre, - exclamó, llena de júbilo- aparecieron los ornamentos! Estaban guardados bajo llave. Le volvemos a pedir disculpas. El Señor, y la Virgen, los cuidaron… Siempre Dios nos sorprende con sus milagros. No debemos pedirle más maravillas, sino más asombro, y gratitud…
Dice Jesús: No os inquietéis. Creed en Dios y creed también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, os lo habría dicho. Yo voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevaros conmigo, a fin de que donde yo esté, estéis también vosotros (Jn 14, 1-3). Estas palabras son también para ti, ignoto pintor en las sombras. Fue, tal vez, tu inscripción, un desgarrador grito de auxilio. Lo tomo como tal. Y espero que el Señor te ponga en contacto conmigo. O en el de otros hermanos sacerdotes, y consagrados, que sabrán mostrarte en Quién todos debemos creer. Y entonces, por supuesto, habrás elegido la mejor parte, que no te será quitada (cf. Lc 10, 42).
+ Pater Christian Viña.
La Plata, jueves 18 de mayo de 2023.
En el 103° aniversario del natalicio de San Juan Pablo II. –