El periódico local gratuito de Logroño «El Día» publica el 14 de Abril la siguiente noticia cuyo titular es «La Ley de Igualdad «blinda» el derecho de las riojanas a abortar» y la información empieza así: «La nueva Ley de igualdad efectiva de mujeres y hombres de La Rioja «blinda el derecho a abortar de forma libre de las mujeres riojanas en esta comunidad autónoma». Así lo afirmó ayer en el Parlamento regional la consejera de Igualdad, Participación y Agenda 2030 Raquel Romero, durante el debate de este proyecto de ley, que resultó aprobado por unanimidad y que contó con la asistencia de representantes de la treintena de entidades sociales y organizaciones que han participado en su redacción».
Los Partidos políticos que han aprobado esta Ley, son todos los representados en el Parlamento riojano, es decir PSOE, PP, Ciudadanos, Izquierda Unida y una expulsada de Podemos.
¿Ahora bien, dado que, como dice el Concilio Vaticano II, «la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno» (GS nº 76), son independientes las leyes civiles de la Ley de Dios?
En toda esta cuestión del aborto y de la ideología de género, es evidente que afecta a lo político, pero también a la moral cristiana. Por ello me duele que estando bautizados la mayoría de nuestros políticos y bastantes profesándose católicos, sin embargo en su vida pública se olvidan de sus creencias y votan a favor de leyes anticristianas. Dicen que son cristianos, pero votan como ateos, aunque por supuesto también hay no creyentes que defienden la vida y la Ley Natural.
Cuando la Iglesia califica determinadas acciones como pecados graves o mortales, ello significa que están en juego muy importantes valores humanos y cristianos Un caso típico son precisamente las leyes que favorecen el aborto. Podríamos citar a lo largo de los siglos multitud de documentos antiabortistas de la Iglesia, pero citemos simplemente el Concilio Vaticano II: «La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (GS nº 51).
Es indudable que hay unas líneas rojas que ninguna autoridad ni legislador deben traspasar. Por ello san Juan Pablo II nos dice: «la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto» (Encíclica Evangelium Vitae nº 59), porque «una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto, nunca es lícito someterse a ella, ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto» (EV nº 73), dado que además «si las leyes no son el único instrumento para defender la vida humana, sin embargo desempeñan un papel muy importante y a veces determinante en la promoción de una mentalidad y de unas costumbres» ( EV nº 90).
«Respecto del grave pecado del aborto o la eutanasia, cuando la cooperación formal de una persona es manifiesta, entendida, en el caso de un político católico, como hacer campaña y votar sistemáticamente por leyes permisivas de aborto y eutanasia-, su párroco debería reunirse con él, instruirlo respecto de las enseñanzas de la Iglesia, informándole que no debe presentarse a la Sagrada Comunión hasta que termine con la situación objetiva de pecado» (cf. Declaración del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos. «Sagrada Comunión y Divorcio. Católicos vueltos a casar civilmente» (2002) n. 3-4).
Por supuesto, en el asunto de nuestra salvación, Dios «no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión» (2 P 3,9). Recuerdo que cuando era adolescente, un sacerdote me dijo: «Dios va a hacer contigo todas las trampas que pueda, menos cargarse tu libertad, para llevarte al cielo». Y es que Dios no quiere imponernos su amistad, quiere que le amemos libremente y respeta nuestra decisión. San Agustín nos recuerda: «el Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
Por ello, no puedo por menos de desear que nuestros legisladores que han votado por el sí a la muerte en el aborto se arrepientan de su grave pecado y pidan perdón a Dios. No deseo a nadie que se presente delante de Dios sin arrepentirse de este grave pecado. Que nuestra oración les ayude en el camino de su conversión y arrepentimiento.
Pedro Trevijano, sacerdote