No lo podría definir mejor el título. He visto muchos Cristos resucitados ascendiendo al cielo y la verdad no me dicen mucho, pues por algo San Pablo se esforzó en presentar un Cristo y éste crucificado «¿Quién os fascinó a vosotros, ante cuyos ojos fue presentado Jesucristo como muerto en la cruz?» (Gal 3,4). Del mismo modo, ver este Cristo sonriente de Javier durante unos ejercicios espirituales, me hacía preguntarme si a alguien, esta imagen le podía sugerir una disolución del sufrimiento redentor de Cristo, del cual él mismo habla: «y les decía: Triste está mi alma hasta la muerte» (Mc 14,34).
De este modo, miraba el cuadro de este Cristo en mi habitación, con las habituales oraciones y contemplaciones, no con desconfianza, pero sí preguntándome qué verá en él la gente, cuando los grandes santos han sido convertidos por un Cristo muy llagado, como está profetizado:
«(…) derramaré un espíritu de gracia y de plegaria para que fijen en Mí la mirada. Por el que traspasaron, por él harán duelo con el llanto por el hijo único; se afligirán amargamente por él con el dolor por el primogénito» (Zac 12,10)
Este Espíritu de gracia es para mirar al crucificado ¿Dónde la gracia en una teología de una cruz sin Cristo? Me refiero al crucifijo, no se puede separar la Cruz de Cristo.
Y aquí vuelvo sobre el Cristo sonriente, pues no quiero extendedme, sino más bien ir al grano. Saltaré todas las demás reflexiones previas al juicio de esta imagen.
No rompe ninguna verdad evangélica, pues si Cristo dice triste hasta muerte, este Cristo ya está muerto y traspasado. El caso es que tenía una oscuridad en el alma sobre la voluntad del Señor en mi vida sacerdotal, de si estaba cumpliendo con ella o no. Le pedía luz sobre un asunto. Y cuando por fin esta luz fue arrojada, sentí dentro de las lágrimas una profunda alegría, al conocer la voluntad De Dios, en esta circunstancia. Entonces no pude por menos que mirar el Cristo sonriente y reír con él, a carcajadas. El ríe porque ya ha pasado por todo, y a nosotros aún nos queda: «no temas que volverás a alabarlo, salud de mi rostro, Dios mío».
La moraleja de por qué ríe este Cristo de San Javier:
Ríe porque todo está cumplido, su Espíritu lo ha encomendado al Padre, y sobre todo, porque ha cumplido la voluntad del Padre.
Ríe porque ya pasaron todas las oscuridades y pruebas de la pasión, todas las tristezas. Ríe porque ha vencido ya a la muerte, y esa sonrisa prefigura el triunfo de la Cruz y de su Resurrección.
Hoy, día de la Inmaculada Concepción, sólo podemos ratificar el «hágase en mí según tu palabra». Por ello, este Cristo sonriente, no sólo no excluye las llagas y la cruz, sino que nos invita a pasar por ellas, por amor. Sólo detrás de esto está la la verdadera sonrisa, la que no defrauda, la que no miente, la que se entrega del todo y por completo a la obra de Dios.
¿Qué podemos esperar de este Cristo cuando visitemos el Castillo de Javier? Que venimos sólo a una cosa, representada el el rostro de este Cristo: conocer y hacer la voluntad del Padre. Éste es nuestro único objetivo en medio de las oscuridades del alma, y sólo desde comprender la voluntad del Padre y realizarla, está la alegría de la victoria y de la paz.
Por eso, el «hágase tu voluntad», no puede ser una tímida oración, sino un girón del alma, anhelante del gemido inefable del Espíritu por conocer la voluntad de Dios. Del temor de no alcanzar este conocimiento, y de la ausencia del mismo después, por hacer conocido el amor: la voluntad de Dios manifestada en mí. Por eso, os presento la pobre y, por ello, necesitada oración, frente a este Cristo sonriente:
Oración
Hágase Señor Tú voluntad.
En todo y por Tu infinita misericordia,
sea discernida siempre en mí,
Tú voluntad.
Tengo miedo, pánico y temor,
que sea en mí otra cosa que no sea Tu voluntad.
Es un profundo deseo,
un clamor, una dádiva que te pido,
Un gemido inefable de Tu Espíritu: Tu voluntad Señor Jesús, sólo Tu voluntad. ¡Que vea, Señor! Como el ciego del camino, dentro de Tu voluntad.
Por tu infinita misericordia, ten piedad de mí, que soy un pecador,
y muéstrame Tu voluntad.
¡Gloria a ti Señor Jesús!
Amén.
La voluntad de Dios es un continuo discernimiento. Si existe la noche oscura del alma, es también para anhelar, desde lo más profundo del ser, la voluntad de Dios.
“Jesús les dijo: — Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.” (Jn 4,34)
“Dios, que comenzó en ti la obra buena (Sú Voluntad), él mismo la lleve a término.”