La República Argentina -que ahora, según el oficialismo, se llama «Argentina Presidencia»- ha vivido recientemente un censo de la población. A modo de curiosidad, señalo dos antecedentes bíblicos de este recurso; que tiene una indudable importancia para la formulación de las políticas públicas. De los casos bíblicos, uno fue un doloroso error, el otro, en cambio, auspicioso, y providencial.
En el capítulo 21, del Primer Libro de las Crónicas, se dice que «Satán se alzó contra Israel e instigó a David a hacer un censo de Israel». El rey ordenó a Joab, jefe del ejército que lo organizara, y que los jefes del pueblo recorrieran el territorio desde Berseba, en el sur, hasta Dan en el norte, «y tráiganme el resultado para que sepa cuántos son». Joab era una especie de primer ministro, un militar con visión política, y se opuso al proyecto considerándolo un peligro de incurrir en culpa contra el Señor, un gesto insensato de soberanía, cuando Yahweh era el que gobernaba y multiplicaba al pueblo. Política y religión estaban estrechamente unidas. «Pero la orden del rey prevaleció sobre el parecer de Joab, y éste salió a recorrer todo Israel». El cronista escribe que Dios «vio eso con malos ojos», y castigó al pueblo. Le propuso a David que eligiera una de tres penas: tres años de hambre, tres meses de derrotas frente a los enemigos (siempre los había en las naciones circundantes, e Israel estaba continuamente en pie de guerra), o tres días en que «la espada del Señor y la peste asolarán al país». David reconoció haber cometido un grave pecado y pidió perdón «porque me he comportado como un necio»; prefirió lo tercero, «caer en las manos de Dios porque es muy grande en misericordia, antes que caer en manos de los hombres». El señor envío la peste y cayeron setenta mil hombres, hasta que detuvo la mano del Exterminador: «¡Basta ya!».
El otro caso bíblico de censo es el decidido por el emperador Augusto, que ordenó la «inscripción» (apografè) de todo el mundo, la oikuméne romana. Resulta admirable que un gesto político del orbe pagano sea causa segunda, del cumplimiento de un designio providencial del Dios salvador. Cada uno debía inscribirse en su ciudad de origen. José, el esposo de María, tuvo que ir con ella, que estaba embarazada, desde Nazaret de Galilea, donde vivía, a Belén de Judea, la ciudad de David. Como se expresa bellamente en el segundo capítulo del Evangelio según San Lucas, así se cumplió la profecía de Miqueas (5, 1 s.), que señalaba a la pequeña Belén como no la menor, porque sería la cuna del Mesías. En el Evangelio de la Infancia de Mateo leemos que los Magos de Oriente, guiados por la estrella, llegan a Jerusalén para adorar al recién nacido Rey de los judíos. Herodes, para responder a los magos dónde encontrarían al Niño, reunió a los sumos sacerdotes y a los escribas, quienes indican que el lugar, proféticamente anunciado, es Belén. La apografè ordenada por Augusto permite el cumplimiento de la profecía; fue aquel un censo querido por Dios.
Volvamos a la Argentina de hoy. Los resultados del censo muestran la persistencia de un problema histórico, para el cual los sucesivos gobiernos son incapaces de hallar una solución: el nuestro es un país despoblado. Esta observación puede parecer exagerada, pero basta comparar el dato de la extensión y el número de habitantes, ahora nuevamente comprobado. La cuestión tiene su historia. A mitad del siglo XIX, Juan Bautista Alberdi, sostenía un axioma: «Gobernar es poblar». Este hombre político, autor de las Bases, obra que inspiró la Constitución Nacional, era un liberal indiscutiblemente lúcido, europeísta; se le ha criticado –sobre todo de la vertiente nacionalista- que no pensaba en la multiplicación del criollaje, sino más bien en la inmigración -digamos exagerando, y burlonamente- de «rubios, de ojos celestes».
En adelante, el problema incluyó una desigual ocupación del territorio, con una concentración en las grandes ciudades y su entorno, como el caso del Gran Buenos Aires; que comprende varios municipios, y que parece ingobernable. Aquí se percibe que la desigualdad es una dolorosa realidad social; causada por la injusta distribución de la renta nacional, la desocupación y las deficiencias educativas. La decadencia de la educación continúa un proceso de aceleración. Las sucesivas reformas educativas, que copiaron esquemas aquí inaplicables y fueron inspiradas por malas filosofías, han empeorado el panorama. Hay que reconocer actualmente que los niños que egresan de la escuela estatal, concluido el ciclo primario, no saben leer y escribir correctamente. El secundario es obligatorio, pero sólo el 16% de los alumnos lo concluye, en tiempo y forma. La drogadicción se ha «democratizado» y, como se ha visto recientemente, también entra en la escuela. Éste, como otros factores negativos (el «bullying», la agresividad, etc.) impiden el desarrollo de una cultura escolar que continúe y complete la que se inicia en la familia, o la reemplace mínimamente cuando ésta no se da.
El problema de la escasez de población no es reconocido oficialmente; y no se ha advertido la incidencia, en el mismo, del menoscabo del orden familiar por el divorcio, el control artificial de la natalidad y del así llamado «matrimonio homosexual». Por lo general son los pobres quienes, con generosidad, tienen muchos hijos; las políticas públicas deberían protegerlos y promover facilidades para que puedan cumplir esta misión patriótica, que debería ser continuada en una escuela de excelencia, con la asistencia necesaria. La Iglesia debe poner una atención preferencial en la educación familiar, y escolar, de los hijos de familias numerosas. Que no pueda decirse jamás que el subsistema eclesial de educación es elitista, porque los pobres no alcanzan a asumir los costos.
Más allá del control de la natalidad del aborto, que conspira contra la estabilidad y el crecimiento de la población, la agenda clásica del feminismo promueve la «perspectiva de género»; que es, en realidad, una ideología contraria al orden natural de la sexualidad. La ignorancia de los políticos al respecto es escandalosa. El ex presidente Macri expresó, en su mal momento, que «la perspectiva de género rige transversalmente en la Argentina». El gobierno actual, bicéfalo y corrupto, ha asumido decididamente esa ideología; y la apoya con el dinero, que acrecienta la inflación. En el cuestionario propuesto en el censo, la pregunta clásica sobre el sexo fue reemplazada por la posibilidad de elegir la opción de género; con la cual la persona interrogada deseaba ser identificada. El resultado merece especial atención: sólo un 0,12 % de los encuestados -unas 55.000 personas- eligieron no ser varón o mujer, sino una de las variantes que sugiere la ideología de género. Estas cifras revelan el error y la malicia del gobierno que promueve la ruina del orden natural.
La pretensión de la ideología de género –que según Benedicto XVI constituye la última rebelión contra el Dios Creador- es eliminar como si fuera discriminatoria la distinción sexual varón-mujer. Esta distinción está inscrita en el bíos de la persona humana, como lo reconoce la sana antropología y el sentido común. La distinción es considerada en la agenda del género como una maldición que encadena a la mujer; por eso preconiza la total liberación de las relaciones sexuales, y que es preciso superar no solamente la esclavitud de la maternidad y el matrimonio, sino aún la bipolaridad natural de la condición humana. Es de temer que la ignorancia y la tenacidad del gobierno en su adhesión a la ideología de género (manía minoritaria, adoptada por la gente de la farándula y algunos periodistas), le lleven a desconocer el resultado abrumadoramente minoritario expresado en el censo.
El presidente de la Nación, profesor universitario, no se avergüenza de emplear el lenguaje llamado «inclusivo»: todos, todas, todes; o de repetir insistentemente: ciudadanos y ciudadanas; argentinos y argentinas. Esta moda ignora la gramática española, según la cual el masculino es un género no marcado; que incluye a ambos sexos, es omnicomprensivo. Es esta una manifestación más superficial de la ideología de género, para la que no importa la dimensión biológica de la persona, y el sexo, sino la autopercepción subjetiva.
Los resultados del censo no permiten advertir una realidad oprobiosa como las dimensiones de la pobreza, que enferman a un país potencialmente rico como el nuestro. Los malos gobiernos se suceden; el único proyecto del actual es vituperar al anterior. ¿Se podrá decir que este último es el peor de toda la historia argentina? Muchos son los que piensan que efectivamente así será. A la deriva ideológica que ya he señalado, hay que sumar el desastre y la destrucción que llevó a cabo, sembrando el país de pobres. El gasto público, consumido por el elefantiásico Estado y el bienestar de la casta política, es financiado con emisión espuria que acrecienta una inflación imparable; el 70% de los jubilados están bajo el umbral de la indigencia. Los antecedentes históricos del partido gobernante son de terror: es bien conocida su habilidad para disfrutar, mediante el desfalco y el latrocinio, de las arcas del Estado. La mentira cubre vergonzosamente la incapacidad: decir y desdecir con absoluta ligereza, como si la gente no pudiera advertir que la están engañando. ¿Será este el castigo bíblico por haber decretado un censo; distracción innecesaria de un país semipoblado, y mal poblado? ¡Niños que pasan hambre en una tierra que podría alimentar perfectamente a más de cien millones de personas! La pseudo democracia electoralista es la responsable de esta identidad, a pesar de sus quiméricas promesas. Un régimen en el cual Dios no cuenta; expulsado junto con el orden que corresponde a una república digna de ese nombre. Platón y Aristóteles protestan desde la historia; ellos que supieron diseñar los rasgos humanísticos de la Politéia, anterior al desbarajuste revolucionario, y posterior al mismo, como auténtico futuro según el orden que corresponde a la felicidad humana.
No se debe renunciar a la esperanza, porque «no hay mal que dure cien años». Y las nuevas generaciones están indemnes de la necedad de sus abuelos.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).
Buenos Aires, lunes 13 de junio de 2022.
Memoria de San Antonio de Padua, presbítero y Doctor de la Iglesia.