Las apariciones de Fátima (Portugal), Dios quiso dar un origen eucarístico para recibir a la Santísima Virgen María. Esto es muy importante, debido a que el Apóstol San Juan es quien da testimonio de que él ha visto la sangre y el agua. «Y al instante brotó sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdad» (Jn 18,34-35). La entrega de María al apóstol es previa por razones obvias, pero en realidad todo lo prefigurado vendría después a plenitud, porque el apóstol San Juan, cada vez que celebraba la Eucaristía, estaba en él el Hijo de María. Así pues, los católicos, por cada comunión, está en nosotros el Hijo de María, por tanto, somos también acogidos por María como hijos propios por el cuerpo y la sangre de su Hijo. El bautismo no es más que la puerta para qué sé dé esto, que es precisamente la solicitud por María por toda la humanidad: ver en cada ser humano a su Hijo entregado para la salvación de las almas, de la resurrección del cuerpo.
Por eso quiero compartir mi lectura del evangelio de Juan, sobre la Eucaristía, pues sin multiplicación visible y real de panes («la revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí» DV2) no hay prueba de veracidad para el signo y la realidad que supera el símbolo. Es por esto que la constitución Apostólica Dei Verbum[i] de San Juan Pablo II, recoge en su proemio, tres palabras del ángel de Fátima:
«¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman!»
Lo dicho no es de extrañar, y para este mes de la Virgen María, especialmente en las apariciones de Fátima, quiero traer el evangelio más radical para mí (si cabe) sobre la Eucaristía.
Se trata del evangelio de la multiplicación de los panes, es tan eucarístico que asusta el trasfondo de dicho mensaje, pues ahí radica la eucaristía de cada Sagrario, que brota de la vida eterna de Jesucristo.
«Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos. Pronto iba a ser la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús, al levantar la mirada y ver que venía hacia él una gran muchedumbre, le dijo a Felipe: -- ¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos? -lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer. Felipe le respondió: -- Doscientos denarios de pan no bastan ni para que cada uno coma un poco. Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: -Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tantos? Jesús dijo: -- Mandad a la gente que se siente -había en aquel lugar hierba abundante. Y se sentaron un total de unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes y, después de dar gracias, los repartió a los que estaban sentados, e igualmente les dio cuantos peces quisieron. Cuando quedaron saciados, les dijo a sus discípulos: -- Recoged los trozos que han sobrado para que no se pierda nada. Y los recogieron, y llenaron doce cestos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Aquellos hombres, viendo el signo que Jesús había hecho, decían: -- Éste es verdaderamente el Profeta que viene al mundo.» (Jn 6,3-15)
Desgranémoslo:
En el contexto previo, Jesús está hablando de la vida, y haciendo las señales propias de devolver la salud y la vida, además de decir que los que están en los sepulcros oirán su voz.
En el texto aparece «Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos» y que estaba pronta la pascua. No olvidemos que estaba curando en sábado y probablemente todos los sábados prefiguraba la Eucaristía con sus discípulos. Prueba de esto son dos evangelios, el de que cortaba espigas[ii] con sus discípulos en sábado, lo cual parece obvio, para luego preparar el pan y prefigurar el símbolo eucarístico de la partición del pan. Y segundo, que de otro modo los discípulos de Emaús no lo hubieran reconocido al partir el pan, pues no eran de los doce, y habiendo únicamente un relato de la Eucaristía, ellos no estuvieron en ella, de modo que jamás habrían reconocido lo que no habían visto, de no ser que cada sábado Jesús hubiera celebrado con los doce y más discípulos, la partición del pan.
Una vez aclarado el contexto de la primera frase, pues era sábado y estaban acusándolo los fariseos de nuevo de hacer curaciones, sube al monte para la partición del pan: «Jesús subió al monte y se sentó allí con sus discípulos».
Entonces Jesús ve «que venía hacia él una gran muchedumbre» y pone a prueba a Felipe con la pregunta que le va a hacer: «¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos?» y responde lo obvio: «Doscientos denarios de pan no bastan ni para que cada uno coma un poco.»
Bien, detengámonos un instante sobre semejante afirmación y veamos en que pone a prueba Jesús a Felipe. Un pan no vale para dar de comer a una multitud, al igual que un sombrero no sirve para dar sombra a una nación, ni un paraguas para un país. Eso es imposible, absolutamente imposible, por lo cual Felipe responde con certeza, entendiendo bien la pregunta. Hasta ahora los discípulos solo habían preparado pan para ellos de lo que habían recogido los sábados, pero ahora Jesús habla de otra cosa prohibida en sábado, en comprar pan y solo para probar a Felipe, «lo decía para probarle, pues él sabía lo que iba a hacer»: «¿Dónde vamos a comprar pan para que coman éstos?» aunque la prueba no era esa, sino que la muchedumbre iba a participar del símbolo eucarístico (pues no había llegado su hora, ni inaugurado la Eucaristía antes de padecer)
Y este es el significado más profundo de la prueba de Jesús a Felipe: ¿será suficiente la resurrección de Jesucristo, para que resucitemos todos? De ninguna manera eso sería posible, pues solo resucitó Él.
Es cierto que para dar sombra a países se pueden fabricar trillones de sombreros y fabricar y cosechar toneladas de alimentos, pero ¿qué tiene que ver eso con la vida eterna?
La verdadera multiplicación de los panes, remitía a esto, precisamente, ¿será suficiente la resurrección de Cristo para la multitud? Así es, porque él quiso que en la acción de la partición y multiplicación de su cuerpo, sangre, alma y divinidad en cada cuerpo eucarístico, estuviera Él verdaderamente presente para hacernos partícipes de su Resurrección:
«Jesús les dijo: -- En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.» (Jn 6,53-56)
«Uno de los soldados le abrió el costado con la lanza. Y al instante brotó sangre y agua.» (Jn 19,34)
Este es el milagro, que al partir no el «pan» solo, sino este «pan» que es el cuerpo de Cristo, la resurrección de uno solo, hace posible la resurrección de los que se creen dignos de semejante invitación, y arrodillarse ante el Rey de Reyes y Señor de Señores.
Por último, en este mismo evangelio se cumple el salmo que es puramente eucarístico y que hace referencia al banquete de la mesa del reino en esta vida, y en el cielo el banquete eterno junto a Cristo que nos dará el vino que no probará hasta ese día.
Hemos visto que: «Jesús dijo: -- Mandad a la gente que se siente -había en aquel lugar hierba abundante»:
Salmo. De David.
«El Señor es mi pastor, nada me falta.
En verdes prados me hace reposar;
hacia aguas tranquilas me guía;
reconforta mi alma,
me conduce por sendas rectas
por honor de su Nombre.Aunque camine por valles oscuros,
no temo ningún mal, porque Tú estás conmigo;
tu vara y tu cayado me sosiegan. --…» (Slm 23,1-5)
Esto no es solo para los funerales, es en cada Eucaristía, sobre todo en la dominical, el Día del Señor, donde se juntan cielo y tierra.
Pido perdón por ser tan telegráfico y sintético, pues no quiero alargarme en el artículo, solo quiero añadir que antes de invitar al banquete, ya ha curado de la lepra del pecado y con Él se habían confesado previamente, incluso antes, Juan Bautista había preparado el camino de la penitencia. Justo como en Fátima, la clave es la penitencia y la conversión.
[i] 1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la palabra de Dios y proclamándola confiadamente, hace cuya la frase de San Juan, cuando dice: "Os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn., 1,2-3). Por tanto siguiendo las huellas de los Concilios Tridentino y Vaticano I, se propone exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando, ame.
[ii] «En aquel tiempo cruzaba Jesús un sábado por los sembrados. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado.» Pero él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes?» (Mt 12,1-4)
Los discípulos también comen de las espigas que recogen, pero Jesús da el significado del pan de la presencia. Incluso este pan prefiguraba la Eucaristía. En aquellos tiempos, si se quería hacer pan, había que hacer todo un proceso laborioso de recoger, moler, etc.