El matrimonio es una forma de llevar el amor de las personas que lo integran a su plenitud, porque está al servicio de la felicidad y de la vida, así como, si se trata del matrimonio cristiano, también de la santidad. El amor es, por tanto, el ser mismo del matrimonio, hasta el punto de que éste se puede considerar como la institución del amor conyugal o como el amor conyugal institucionalizado. El matrimonio crea una familia, es decir un conjunto diverso de la suma de intereses personales de los esposos. Una vez fundada la familia, no se puede destruir libremente. La finalidad de esta institución es no sólo la alianza entre los sexos, sino también la procreación y educación de los hijos y la moralización de las relaciones sexuales. El amor conyugal exige entrega, renuncia de sí mismo, igualdad, correspondencia, respeto, intimidad, generosidad, gratuidad, sacrificio, altruismo, y sobre todo quiere ser duradero.
El matrimonio es una vocación que viene de Dios y es una institución necesaria para el amor de la pareja, aunque por supuesto no se puede reducirlo a puro ordenamiento jurídico. Casarse es algo más que un mero formalismo burocrático destinado a obtener una documentación legal. «La vocación al matrimonio se inscribe en la naturaleza misma del hombre y de la mujer, según salieron de la mano del Creador» (Catecismo de la Iglesia Católica nº 1603).
Pero, desgraciadamente, el matrimonio cuenta con la enemistad de la ideología de género, que considera el matrimonio monógamo como la principal expresión de la dominación y opresión de la mujer por el hombre. La lucha de clases propia del marxismo pasa a ser ahora lucha de sexos, siendo el varón el opresor y la mujer la oprimida. La ideología de género concibe la pareja humana como un ámbito de conflicto, transformando lo que debe ser una relación de amor, en una relación de conflicto. La relación entre los sexos no se basa en el amor, sino en la lucha permanente. La sexualidad es una relación de poder y el matrimonio es la institución de la que se ha servido el hombre para oprimir a la mujer. El matrimonio y la familia son dos modos de violencia permanente contra la mujer y por tanto instituciones a combatir.
Para lograrlo se pretende eliminar la idea de que los seres humanos se dividen en dos sexos y se defiende la libre elección en las cuestiones relativas a la reproducción y al estilo de vida. La mujer no debe tener relaciones socialmente legitimadas como el matrimonio, sino que debe ser autosuficiente y evitar establecer dependencias exclusivas.En esta concepción se concibe al ser humano de un modo puramente individualista, sin la dimensión relacional que es parte suya y que necesita para llegar a ser él mismo. Se ha amalgamado, además, la idea de liberación con la del feminismo, siendo la igualdad radical un principio básico de esta ideología que pone la sexualidad al servicio del placer. Esta mentalidad tiene su origen en una frase de Simone de Beauvoir en «El segundo sexo» y continuada en varias importantes universidades americanas:«No naces mujer, te hacen mujer», completada posteriormente con el «no se nace varón, te hacen varón». El ser humano tiene que hacerse a sí mismo según lo que él quiera, sólo de ese modo será libre y estará liberado. En pocas palabras, cualquier forma de sexualidad es buena, menos la matrimonial, porque para este tipo de feminismo, desde Simón de Beauvoir, a la mujer hay que cerrarle la puerta del hogar. Por ello, cuando un compañero de colegio me pidió que le explicase la ideología de género, le di esta respuesta: «Mira, para la ideología de género tú puedes acostarte con todos los hombres y mujeres del mundo, menos con una: tu esposa».
Indudablemente, pero para proteger nuestra dignidad personal, no nos ayudará la ideología de género, con sus disparates morales y científicos: «La unión matrimonial exige el respeto y el perfeccionamiento de la verdadera subjetividad personal de ambos. La mujer no puede convertirse en ‘objeto’ de ‘dominio’ y de ‘posesión’ masculina» (Carta de san Juan Pablo II «Mulieris dignitatem» nº 10). Hombres y mujeres somos iguales en dignidad y en lo que no somos iguales, por ejemplo en Biología, somos complementarios y así un varón, por mucho que se empeñe, no podrá ser madre.
Pedro Trevijano, sacerdote