«Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Y así, porque eres tibio, y no caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca.» (Ap 3,15-16)
El titulo podría ser otro, pero ciertamente he creído que éste despertaría la curiosidad, aunque veamos qué significa, tiene que ver claramente con el camino cuaresmal, del hijo prodigo. Del miedo a la frialdad de un mundo que trata mejor a los animales que al ser humano, y del calor del abrazo del Padre por el amor a su hijo.
En este tiempo de Cuaresma que termina, y viendo cómo la ideología está desantropologizando la creación de Dios, ante la impasibilidad de la mayoría de los católicos y cristianos, creo que es bueno recordad qué es la atrición y la contrición, que están recogidas en esta frase del Apocalipsis.
Sin duda alguna «conozco tus obras» viene a decir que la realización de éstas, al igual que los frutos del Espíritu Santo, son algo que se presentan fríos o calientes pero, mejor sin tibieza. En el sentido del miedo a pecar y del ardor apostólico.
El vómito hace alusión a algo comestible, algo desagradable, esperando algo bueno; la conversión por un alimento, unos frutos, los Frutos del Espíritu Santo. Y como algo comestible, lo que uno espera llevarse a la boca es siempre algo frío o caliente, lo contrario de lo esperado es desagradable. Véase un cocido frío o una ensalada caliente, etc. Al igual que si inventan el cocido frío con la grasa espesa y te lo ponen caliente, es igual de vomitivo para el paladar que espera su gusto, frío o caliente. Aquí podemos entender qué tiene que ver que Dios haga buenas las dos expresiones: «¡Ojalá fueras frío o caliente!». Hasta aquí todo claro, pero ¿qué tiene que ver con lo que viene a continuación, que hace referencia a la conversión hacia Dios?
«Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’, y no sabes que eres un desdichado y miserable, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado por el fuego para que te enriquezcas, túnicas blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y colirio con que ungirte los ojos para que veas. Yo, a cuantos amo, los reprendo y castigo. Por tanto, ten celo y arrepiéntete.» (Ap 3,17-19)
Queda claro: «ten celo y arrepiéntete». Esto es aborrecer lo malo y adherirse a lo bueno, y ¿cómo hemos llegado cada uno de nosotros a esto? Por dos cosas íntimamente unidas: el miedo y el amor. Por tanto, vamos a entender de la frase del Apocalipsis:
- Frío/Miedo= Atrición
- Calor/Amor= Contrición
El miedo te deja «la sangre helada» y el cuerpo frío, y creo yo que ésta es la clave, pero que ambas se han desechado o menospreciado, y de ahí proviene la tibieza. Cada vez hay menos miedo a no responder a la voluntad de Dios, ni al infierno. En definitiva, celo para hacer las obras buenas, donde el celo es poner en riesgo la vida por amor a las vidas de los demás.
Está claro que el «caliente» es el que se ha dejado impactar por la muerte de Dios en la Cruz, y por la forma en que se nos narra, para que se cumpliera la Escritura:
«¿Quién dio crédito a nuestro anuncio? El brazo del Señor, ¿a quién fue revelado? Creció en su presencia como un renuevo, como raíz de tierra árida. No hay en él parecer, no hay hermosura que atraiga nuestra mirada, ni belleza que nos agrade en él. Despreciado y rechazado de los hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento; como de quien se oculta el rostro, despreciado, ni le tuvimos en cuenta. Pero él tomó sobre sí nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado, herido de Dios y humillado. Pero él fue traspasado por nuestras iniquidades, molido por nuestros pecados. El castigo, precio de nuestra paz, cayó sobre él, y por sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, cada uno seguía su propio camino, mientras el Señor cargaba sobre él la culpa de todos nosotros». Fue maltratado, y él se dejó humillar, y no abrió su boca; como cordero llevado al matadero, y, como oveja muda ante sus esquiladores, no abrió su boca. Por arresto y juicio fue arrebatado.»(Is 53,1-19)
Por tanto: «Yo, a cuantos amo, los reprendo y castigo. Por tanto, ten celo y arrepiéntete.» Viene a decir que el castigo que merecemos por nuestros crímenes y tibiezas, hay aun alguien que las sufre, Él estigmatizado. Y está aun estigmatizado porque aun con su sufrimiento, da a luz a la Iglesia que nace de sus llagas, de su costado, y por eso quedaron las llagas abiertas en la Resurrección, para dar a luz en el dolor a la vida nueva por el agua, la Sangre y el Espíritu, en el Bautismo y la Eucaristía.
Si algún castigo merecemos, está a la espera del Juicio Final para recaer sobre nosotros. Mientras tanto, lo sostiene el Señor, para que volvamos a el por el camino del amor, de la Contrición, el arrepentimiento perfecto para no tener ya miedo, si cabe, miedo de fallar a Dios, miedo de fallar a la persona amada, por culpa de nuestras tibiezas.
«Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron.» (Jn 20,26-28)
Por último, queda la Atrición, que aun siendo menos perfecta, acerca a realizar las buenas obras con objeto de no realizar el mal y que se manifieste el amor auténtico que obra por el amor. Y de esto también enseñó Jesús en el Nuevo Testamento. Veamos en el AT lo que tiene que hacer Dios para que su pueblo no se pierda, después de haberles manifestado su poder, amor y cariño, sacándolos de la esclavitud del tirano y alimentándolos por el desierto:
«No adulterarás. No robarás. No testificarás contra tu prójimo falso testimonio. No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo (…) ni nada de cuanto le pertenece». Todo el pueblo oía los truenos y el sonido de la trompeta, y veía las llamas y la montaña humeante, y, atemorizados y llenos de pavor, se estaban lejos. Dijeron a Moisés: «Háblanos tú, y te escucharemos; pero que no nos hable Dios, no muramos». Respondió Moisés: «No temáis, que para probaros ha venido Dios, para que tengáis siempre ante vuestros ojos su temor y no pequéis». (Ex 20,14-20)
Dios atemoriza a su pueblo, pues no es responsable de la vida del hombre en el sentido de la libertad y el libre albedrio que le ha dado, en el sentido que cada uno elige con su vida y acciones el desenlace eterno de su destino. Por eso Yhwh, después de serles tan connatural que se atrevieron a hacerse jefes del pueblo y pretender ser sacerdotes al frente de su casa, en vez de Moisés el elegido de Dios, les manifiesta el poder a ver si así al menos no pecan, sino que aman más, aunque sea por miedo:
«Se alzaron contra Moisés junto con doscientos cincuenta hombres de los hijos de Israel, jefes de la comunidad, miembros del consejo, hombres importantes. Se juntaron contra Moisés y contra Aarón y les dijeron: -- ¡Esto es demasiado! Todos los de la comunidad, todos, son santos, y el Señor está en medio de ellos, ¿por qué, pues, os ponéis por encima de la asamblea del Señor? (…) y ¿reclamáis también el sacerdocio? Por eso tú y toda tu gente os estáis rebelando contra el Señor» (Nm 16,2-11)
Hemos visto que el miedo es bueno, cuando no queda más remedio. El pueblo de Dios pretendió ser Sacerdote al estilo de Moisés. Aun ahí hay quien dice saltarse el Sacerdocio y confesarse directamente con Dios, sabiendo que eso es tibieza.
El vómito de la boca de Dios será el día del juicio, donde en un momento salgan de su boca todas nuestras trasgresiones y tibiezas, que pudiendo, no pasaron por sus sacerdotes para el perdón de los pecados. Dicen confesarse con Dios, pero a aquellos les agarró un temblor y «Dijeron a Moisés: Háblanos tú, y te escucharemos; pero que no nos hable Dios, no muramos». Así lo hizo, mandó a su Hijo, y todos lo escuchaban, y este designó sacerdotes y los envió donde pensaba ir Él.
«A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.» (Jn 20,22)
Si hay algo primario en el ser humano es el miedo y el amor, estos se conjugan en verdad cuando tenemos miedo de perder lo amado, ya sea lo propio o lo ajeno. Por eso, el miedo siempre ha de conducirnos al amor ordenado, y el amor al miedo de perder lo amado, y éste al miedo de fallar a Jesucristo, y a los que Él nos pide amar desde el orden del amor.
Aquí podemos ver las revelaciones de La Virgen de Fátima, donde les nuestra a los niños un grandísimo amor y belleza, pero no excluye manifestarles el terror que sufren y padecen las almas condenadas eternamente. De modo que afirmaron que si la Virgen no les hubiera prometido el Paraíso, habrían muerto de miedo al ver aquel espectáculo de demonios asquerosos con forma de animales. «Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego».
«Hoy, en espíritu, estuve en el cielo y vi estas inconcebibles bellezas y la felicidad que nos esperan después de la muerte. Vi cómo todas las criaturas dan incesantemente honor y gloria a Dios; vi lo grande que es la felicidad en Dios que se derrama sobre todas las criaturas, haciéndolas felices; y todo honor y gloria que las hizo felices vuelve a la Fuente y ella entran en la profundidad de Dios, contemplan la vida interior de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nunca entenderán ni penetrarán.
Esta fuente de felicidad es invariable en su esencia, pero siempre nueva, brotando para hacer felices a todas las criaturas. Ahora comprendo a San Pablo que dijo: Ni el ojo vio, ni oído oyó, ni entró al corazón del hombre, lo que Dios preparó para los que le aman.
Esta gran Majestad de Dios que conocí más profundamente, que los espíritus celestes adoran según el grado de la gracia y jerarquía en que se dividen; al ver esta potencia y esta grandeza de Dios, mi alma no fue conmovida por espanto ni por temor, no, no absolutamente no.
Mi alma fue llenada de paz y amor, y cuanto más conozco a Dios tanto más me alegro de que Él sea así. Y gozo inmensamente de su grandeza y me alegro de ser tan pequeña, porque por ser yo tan pequeña, me lleva en sus brazos y me tiene junto a su Corazón».
Faustina Kowalska