Es absolutamente claro que los abusos sexuales son algo completamente execrable. Nadie con sentido común osará justificarlo. La actitud y la normativa asumidas por la Iglesia –particularmente los últimos Papas– eran necesarias. Todos debemos colaborar para que este tipo de casos no se repitan y –si llegan a darse– que las personas culpables sean inmediatamente apartadas de sus cargos o funciones.
Pero en estos últimos tiempos estamos asistiendo a otro tipo de abuso que también genera víctimas: personas inocentes injustamente acusadas. Conozco personalmente casos –sacerdotes, consagradas– y todos sabemos por los medios de personas –incluso obispos y cardenales– que han sido literalmente masacrados.
Basta una denuncia –incluso anónima– para que una persona inocente sea puesta en entredicho y se vea su nombre manchado en los medios con notable regodeo de los incrédulos y de los enemigos de la Iglesia.
¿Dónde queda la presunción de inocencia? No hace falta ser experto en derecho para saber que una persona es inocente mientras no se demuestre su culpabilidad. En la actualidad se considera que el acusado es culpable mientras no demuestre lo contrario…
Luchar contra un abuso no debe conducir a generar otro. Combatir la injusticia nunca debería llevar a cometer otras. Apoyar a las víctimas no justifica crear nuevas víctimas.
Personas, comunidades, iniciativas apostólicas… que dan fruto pueden quedar definitivamente bloqueadas por una acusación infundada. Se puede hundir a personas e instituciones por la simple palabra de un resentido o de un enemigo de la Iglesia. Se pueden cometer –y de hecho se están cometiendo– graves injusticias, además de impedir frutos espirituales, pastorales o caritativos.
Más aún, todos estamos amenazados. Bastan las palabras de alguien sin escrúpulos que quiera hacernos daño o perjudicar a la Iglesia, para que cualquiera seamos puestos en la picota…
Jesucristo asumió la injusticia y la humillación, y mediante ellas nos salvó, al ser condenado y ejecutado siendo inocente. Podemos y debemos imitarle. Pero también tenemos el deber de poner todos los medios para esclarecer la verdad y luchar contra la injusticia.
Julio Alonso Ampuero