La destrucción inesperada de un individuo ha arrojado una sombra de sospecha sobre el sistema de medios de comunicación católicos.
No hay duda de que ha venido de alguien que sigue siendo el Primado de Italia, así como Obispo de Roma, el impulso, o al menos la aceptación, de la renuncia de Dino Boffo a la galaxia de los medios de comunicación católicos. Periódicos nacionales, televisión nacional, 200 radios en todas las regiones: una anómala concentración de poder en una Iglesia que no sólo ha ignorado la virtud cardinal de la prudencia (auriga virtutum, como la llama Santo Tomás), dejando la imagen de este hombre expuesta al riesgo de chantaje, tras una sentencia que se pensaba que era irrelevante y que permanecería sepultada para siempre en un tribunal de provincia. Pero también es, ésta, una Iglesia que ha olvidado otro principio practicado por la jerarquía católica en el pasado.
El principio es aquél del divide y vencerás: la Católica es la última “monarquía absoluta”', en la que el poder ilimitado del vértice se basa en el equilibrio dialéctico, siempre cauteloso, pero no siempre idílico, de los poderes subordinados. Ahora, toda – es decir toda- la información de la Iglesia italiana estaba gestionada y controlada por un solo hombre, que sobre sí tenía sólo otro hombre: el Cardenal Presidente de la CEI. Otra imprudencia, por tanto, que ha hecho que la cruel e inesperada destrucción de un solo profesional haya arrojado una sombra de sospecha y descrédito sobre todo el sistema informativo, por el cual, entre otras cosas, la Iglesia italiana sangra su presupuesto. Pero si no hay ninguna duda de que el impulso, o al menos, la aceptación de la dimisión se produjo en el Vértice mismo de la Iglesia, no es menos cierto que la posibilidad de ponerse a cubierto fue recibida con alivio por el interesado, para evitar males mayores.
Él mismo dice en su carta al Presidente de la CEI, "la tormenta mediática está lejos de atenuarse", ya que “se están reuniendo personas y medios en una batalla que se desea a toda costa.". Así que, para que "desaparezcan las hostilidades”, es necesario que el objetivo “cumpla con el sacrificio” de retirarse. Más que un "sacrificio", la dimisión ha ofrecido a un hombre atormentado, a quien ofrecemos nuestra fraternal comprensión, la posibilidad de recuperar un poco de sueño después de una semana de infierno. Pero también la posibilidad de eludir lo que no ha hecho y que, da a entender en la carta de despido, no está dispuesto a hacerlo: permitir, por ejemplo, que el Tribunal de Terni publique el expediente procesal completo. Su abogado, en efecto, ha pedido que los documentos permanecen blindados. Como se sabe, un juez exigió el respeto a la ley, que establece que la documentación se haga pública, pero uno de sus colegas se opuso, por la reputación del "condenado".
Así pues, conocemos sólo las dos páginas de las conclusiones, sin saber por qué el tribunal llegó a ellas. También por esta razón, dicen, Boffo no ha presentado, al menos hasta ahora, la anunciada querella contra el periódico: en este caso, el abogado del denunciado tendría derecho a tener acceso al expediente guardado en los archivos. Y es obvio que todo terminaría pronto todas en todas las portadas. ¿Pero qué puede haber en esos hechos, que podrían poner fin a una reyerta que se ha desarrollado en torno a elementos formales (aunque importantes), pero sin responder a la pregunta real: qué sucedió en realidad? Incluso a esto, en realidad, ha aludido en su carta de renuncia: "Quiero a toda costa confesar algo y es que si he cometido un error (...) ha sido el de no dar la importancia debida a una “bagatela” de delito”. Un término jurídico, pero quizá también una curiosa referencia a Céline, el escritor "maldito", y a su antisemita “Bagatelles pour un massacre”?
Por tanto, ¿se trata de esas pequeñas cosas, ligereza, imprudencia vaga, libertad de lenguaje, tolerable en otros, pero que ponen en compromiso a un hombre que está en la cumbre del sistema de información de una Iglesia que no transige sobre ciertas cosas? Así parece. En cualquier caso, la reducción del hombre-institución a simple persona privada sólo le ha permitiido aliviar la presión de los mastines que, de lo contrario, no habrían soltado la presa hasta que se autorizase la publicación de la carta. Sin embargo, la imprudencia, aquí, no parece haber marcado sólo a la parte atacada. Es probable que Il Giornale pensara que el asunto concluiría pronto, ante la evidencia de una condena, con la renuncia del director, aceptada por una Conferencia Episcopal embarazadísima y enmudecida. ¿No se había tenido en cuenta el enrocamiento inmediato de ésta, la adhesión de los redactores, la defensa a ultranza, “hasta el final”, de una parte importante del mundo católico? Probablemente.
El resultado podría ser un boomerang político. Una CEI que tenía un perfil moderado, no hostil al actual gobierno, habla ahora (como Boffo en su carta) de "un bloque oscuro del poder laicista", que, desde dentro de la mayoría, ataca a la Iglesia. La revelación, de manera brutal, de los posibles "pecadillos" del director se ha presentado como anticristiana. Y el próximo director del diario se verá obligado a una política menos conciliadora con este gobierno que su desafortunado predecesor, conocido por su moderación, si no inclinación, por el centro-derecha. En cuanto a las muchas declaraciones, con ocasión del caso Boffo, sobre los desacuerdos y conflictos entre el Secretario de Estado y el Presidente de la CEI: más allá de la diversidad de temperamentos y puntos de vista (por otro lado mucho menos pronunciada que lo que se afirma a menudo), el problema va mucho más allá de las personas. Hace ya muchos años, en el Informe sobre la Fe, Joseph Ratzinger afirmaba que las más de 100 Conferencias Episcopales del mundo no tienen base teológica, no forman parte de la estructura divina de la Iglesia. Esta, observaba, no es una Federación de Iglesias nacionales, que convergen sólo sobre los principios generales del Credo.
El poder de los “pequeños Vaticanos" repartidos por los cinco continentes, uno por cada nación, se redimensiona. Pedro es sólo uno. Y está en Roma. Habiendo llegado a ser Papa, el entonces Cardenal Prefecto de la Santa Sede ha comenzado a tomar medidas. Este es el motivo de la advertencia, amable pero firme, de Bertone, su "primer ministro", a Bagnasco, representante de la "Iglesia nacional italiana." Respeto y confianza, por supuesto, pero las líneas generales de gobierno le llegan a ella desde el Vértice de la Iglesia. No es en realidad un ajuste de cuentas entre los cardenales, es de hecho una estrategia a largo plazo de Benedicto XVI para combatir un “federalismo clerical” inaceptable para él.