Desde hace tres años, estoy yendo a confesar en la segunda quincena de Agosto a la catedral de Santiago de Compostela. Es una experiencia sumamente gratificante, porque al ser un lugar de peregrinación la tumba del Apóstol, es un sitio donde puedes apreciar los inmensos valores espirituales y humanos que encierra el sacramento de la penitencia. Si además tienes la fortuna de hablar varios idiomas, estás en un Santuario que es un observatorio increíble para observar lo que pasa por el mundo.
Lo primero que observas allí es que Dios no está ciertamente muerto, sino que es una auténtica necesidad vital, especialmente si has tenido el privilegio de hacer el camino y has podido repensar el uso, como hacen muchos en él, que estás haciendo de tu vida. La dureza del camino pone además a la luz algunos de los fallos y debilidades que nos gustaría ocultar, como el egoísmo, soberbia y envidias. A mí me impresiona ver cómo tantos penitentes, cuando se acercan al confesonario, al principio se emocionan tanto que son incapaces de hablar, por el hecho de encontrarse en Santiago, meta de tantos días de duro caminar. Pero son lágrimas de alegría, como lo son también las de aquéllos que se acercan y apenas te pueden decir el montón de años, muchas veces desde la primera comunión o la confirmación e incluso, aun habiéndolo hecho posteriormente, superando ampliamente los veinticinco años. Uno aprecia entonces bastante más el tesoro que tenemos en la Iglesia con el sacramento de la Penitencia y no puede por menos de deplorar el daño que modas estúpidas como la absolución general sin confesión de los pecados, están haciendo a los penitentes y a la Iglesia y no le extraña que los Papas insistan una y otra vez en la importancia pastoral de la confesión. Por supuesto que la actitud del sacerdote ha de ser la de un profundo cariño al penitente, aunque muchas veces ante su agradecimiento, les debes recordar que nunca los favores son unidireccionales, sino que ellos también te aportan mucho, pues están dando sentido a tu sacerdocio y te están edificando con su ejemplo.
Otras veces las lágrimas son de angustia ante su difícil situación económica, pues la crisis económica les ha golpeado y han perdido su trabajo y se preguntan cómo van a poder sacar adelante a su familia. En otras ocasiones son de pesar por algún pecado de su vida pasada, especialmente en los casos de aborto, que es el que deja más marcado a la persona que lo ha realizado, como sucede con tantas, pero también tantos, pues aunque en menor número también hay hombres que te dicen que su participación en un aborto les ha arruinado la vida. Ya hace mucho tiempo que no entiendo que haya psicólogos o psiquiatras profesionales que sean capaces de negar la importancia y gravedad del síndrome postaborto, pues desde luego es fácil sacar a un feto del vientre de su madre, pero no de su pensamiento o de su corazón, con las consiguientes repercusiones de tipo psíquico.
Entre las cosas positivas que estoy apreciando en torno a este sacramento es el ver cómo hay cada vez más padres y madres que vienen al sacramento acompañados de su prole, procurando que éstos también se confiesen. Y otra cosa que llama la atención es cómo empieza a haber gente que viene a confesarse aún a sabiendas que no puedes darle la absolución, como me ha sucedido con una persona hindú, con algunas protestantes o con divorciadas recasadas, todas ellas conscientes que, aunque no puedes darle la absolución, están haciendo un acto profundamente religioso que agrada a Dios y por tanto les acerca a Él, por lo que suelen ser actos de una gran profundidad humana y religiosa, aunque a veces con final feliz inesperado, como me ha sucedido en alguna ocasión que se trataba de personas sí divorciadas, pero no recasadas e incluso fieles a su cónyuge, por lo que no había ningún problema en darles la absolución y el siguiente paso a la comunión.
A la hora de la penitencia insisto especialmente en tres valores de la vida cristiana: la fe, la oración y la alegría, aunque en los casos de vuelta tras muchos años de alejamiento del Señor terminados felizmente, les doy un consejo que lamentablemente no puede ser una orden. Hoy, les digo, es uno de los días más grandes y felices de su vida. Le recomiendo lo celebre, que para eso estamos en Galicia, con una buena mariscada.
Una última consideración: en el sacramento de la Penitencia ves al ser humano con sus grandezas y miserias, pero lo ves fundamentalmente tocado por la gracia de Dios. Y cuando la gracia ilumina a alguien, no se puede sino pensar que ese ser humano merece la pena.
Pedro Trevijano, sacerdote