Bernardo de Claraval, el gran santo del s.XII y doctor de la Iglesia que renovó la tradición monástica de Occidente, una vez advirtió que: «El peligro más grave para cualquier Papa reside en el hecho de que, rodeado como está por aduladores, nunca oye la verdad acerca de su propia persona y termina por no querer oírla».
Cada pontificado tiene sus cortesanos. El actual no es una excepción, más bien todo lo contrario. Por eso me venían fácilmente a la mente las palabras de San Bernardo mientras leía el reciente artículo de Austen Ivereigh para la revista América. En él, Ivereigh afirmaba que, durante los últimos ocho años, un poderoso conglomerado de medios de comunicación de los Estados Unidos ha usado su formidable riqueza y su poder para volver al pueblo de Dios en contra de Roma y su ocupante actual. Y, por si fuera poco, en contra de las reformas clave del Concilio Vaticano II».
Un asunto inquietante; así que, ¿de dónde podría surgir esta poderosa maldad? ¿De Comcast? ¿De Facebook? ¿De la Open Society Foundations de George Soros? No. El espíritu cismático de hoy, que el sr Ivereigh describe como el diabolos, y llamarlo de otra forma es como pintarle los labios a un cerdo», es la obra de esos diablos inicuos de…. EWTN. Sí, esa cadena fundada por la religiosa y archi creadora de problemas, Madre Angélica, y financiada en su mayor parte por decenas de miles de pequeños donativos de fieles y familias católicas corrientes.
Para ser justos, el artículo de Ivereigh simplemente se basa en los comentarios que el Papa Francisco hizo recientemente a los jesuitas en Eslovaquia. El Papa Francisco no mencionó al ofensivo medio de comunicación, pero tal y como los periodistas rápidamente confirmaron, él se refería a EWTN. Es sorprendente escuchar a un Papa ser tan pública y personalmente sensible a una supuesta mala voluntad por parte de unos cuantos comentaristas de un medio modesto (según los estándares seculares) con sede en otro continente. Los conflictos, muchos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, son parte del trabajo de todo obispo. El obispo de Roma no se libra tampoco de esa infeliz carga. Y Raymond Arroyo, de EWTN, a quien Ivereigh parece considerar como una herramienta especial del diabolos, no supone la misma temible amenaza para la Iglesia como, digamos, Xi Jinping de China. U otras figuras relevantes en el actual liderazgo de los Estados Unidos.
El sr Ivereigh tiene razón en ver la mezquina crítica eclesial de cualquiera como un veneno para la unidad de la Iglesia. Sin embargo, debería tomarse en serio sus palabras al examinar algunos de sus trabajos anteriores. Es más, no toda crítica dentro de una familia es mal intencionada, desleal o errónea. Algunos enfados, incluso con la autoridad legítima, son justos. La virtud cristiana de la obediencia se basa en decir la verdad, con amor, pero con sinceridad y firmeza, y la verdadera religión no tiene nada que ver con una postura de servilismo.
Como miembro del consejo de EWTN durante muchos años antes de retirarme, conozco bien las deficiencias de la cadena. Siempre se puede mejorar. Pero ha conseguido servir al evangelio durante décadas con habilidad y resistencia donde otros han fallado. Por eso, es difícil leer a los críticos con la cadena sin oler su peculiar perfume de falsa piedad, celos y resentimiento. Los logros de EWTN son dignos de elogio y justifican el estar orgullosos de ellos. Admiro la dedicación de sus líderes y su personal. Estoy agradecido por el servicio que la cadena a la Palabra de Dios. Y cualquier sugerencia de que EWTN sea desleal a la Iglesia, al Concilio Vaticano II o a la Santa Sede es simplemente vengativa y falsa.
El sr Ivereigh es un escritor competente, me complació respaldar su primer (y mejor) libro, El gran Reformador, grandiosamente titulado y ligeramente sazonado con ironía, pero que merece la pena leerse de todos modos, y el Papa Francisco es un tema complejo y absorbente para cualquier biógrafo honesto. Ivereigh debería, aunque probablemente no lo hará, sentirse avergonzado por su artículo en la revista América. El papel de cortesano no le sienta bien. Sin embargo, no es el único en esta línea de trabajo durante el actual pontificado.
El alegre análisis de Massimo Faggioli de Joe Biden y el aparente terreno común que éste comparte con el Papa Francisco- su reciente libro se llama Joe Biden y el catolicismo en Estados Unidos -ciertamente lo califican para el estatus de cortesano, a pesar de que su texto ha sido duramente desmembrado por el veterano periodista religioso Ken Woodward en una crítica de Religion NewsService. El feroz comentario del profesor Faggioli sobre los Estados Unidos, los católicos americanos, y muchas otras cosas- él llegó a nuestro país en 2008, aparentemente lo sabe todo sobre nosotros, y actualmente enseña en la Universidad de Villanova- compensa con una sorprendente amplitud lo que le falta en profundidad. En diciembre del año pasado, Faggioli sugirió que «el paralelismo entre Biden y el último Papa italiano (Juan XXIII) ciertamente ofrece esperanza desde un punto de vista histórico». O puede que no tanto. Cualquier paralelismo entre los dos podría ser una novedad para el difunto santo Papa, ya que el partido demócrata ha sacralizado el aborto, ha eliminado el testimonio católico provida de sus filas- que le pregunten al anterior congresista Dan Lipinski- y nuestro «católico» presidente ha suscrito plenamente la campaña de recortes y quema del partido.
Ni Ivereigh ni Faggioli están a la altura de ese cénit de melodrama y mala voluntad alcanzado en 2017 por Antonio Spadaro y Marcelo Figeroa. En su escrito en La Civiltá Cattolica «Fundamentalismo Evangélico e Integrismo Católico: Un sorprendente Ecumenismo» los autores ofrecen una versión de libro Crayola de colorear de la relaciones entre los católicos y evangélicos de Estados Unidos, un retrato a la vez amplio y torpe, y modelado según el enfrentamiento estándar entre los europeos, latinoamericanos y el coloso Yanki. La ironía es que el artículo podría haber sido genuinamente penetrante y muy fructífero en su crítica. Pero eso hubiese supuesto más trabajo, más humildad, más equilibrio, y menos resentimiento.
Ningún pontificado es bien servido cuando sus promotores muestran desprecio y beligerancia hacia los que ellos perciben como enemigos. Ese tipo de palabrería simplemente produce más e incluso más decididos críticos, que efectivamente se convierten en enemigos. A uno solo le cabe esperar que el Papa Francisco comprenda esto. Mientras tanto, vale la pena subrayar que los últimos ataques a EWTN son a la vez feos e injustos, y llamarlos de otra forma es, tomando prestado un pensamiento del sr Ivereigh, «pintarle los labios a un cerdo».
Charles Chaput, O.F.M. Cap, es arzobispo emérito de Filadelfia.
Traducido por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Prieto
Publicado originalmente en First Things