No me cabe duda: causó estupor y aflicción en muchísimos católicos la avara visita del Papa a Hungría: siete horas. En algunos momentos parecía que iba de mala gana. Las consideraciones políticas se impusieron sobre el feliz acontecimiento de un Congreso Eucarístico Internacional, que siempre puede ser causa de numerosos bienes espirituales. Buenos Aires vivió uno, en 1934; el cardenal Eugenio Pacelli (futuro Pío XII) fue el Legado de Pío XI. El cardenal comentó que en aquellas jornadas vivió momentos de cielo. Ocurrieron allá hechos insólitos, como la masiva comunión de hombres. Escritores brillantes y de renombre, como Hugo Wast y Manuel Gálvez, lo celebraron en textos memorables. Los frutos espirituales de ese Congreso infundieron por un tiempo color de vida al pálido catolicismo argentino. Más allá de lo que pudo verse, sólo Dios conoce cuántos corazones fueron tocados por la gracia eucarística. El acontecimiento quedó registrado como una cima de la presentación de la iglesia en la vida nacional; los historiadores no podrán omitir la referencia, aun cuando con el tiempo aquel suceso se haya borrado en la memoria popular.
Volviendo a Hungría; el Pontífice le dedicó solamente la misa de clausura. En la homilía no faltó una alusión al planteo que realmente le interesaba; en mi opinión, una cuestión política que me apresuro a interpretar. El nacionalismo cristiano que inspira al gobierno del Primer Ministro Víktor Orbán (de confesión calvinista, casado con una católica), fiel a las raíces de la Nación Magyar, difiere radicalmente del populismo internacionalista, obediente al Nuevo Orden Mundial, que se ha afincado en Roma. Los nuevos paradigmas han desplazado los principios y contenidos de la Tradición Católica; el virtual sociologismo Vaticano se expande a través de todos los proyectos de la Iglesia de la Propaganda. Orbán pidió al Pontífice que no deje que la Hungría cristiana perezca. La Hungría cristiana vivió tiempos heroicos; el pueblo resistió al comunismo apoyado en el valiente testimonio de sus mártires. No debe olvidarse el caso del cardenal József Mindszenty, que fue liberado de la prisión por el movimiento libertario de 1956, y que cuando este fue aplastado por los tanques soviéticos, se refugió en la embajada de Estados Unidos para evitar ir nuevamente a la cárcel y permanecer cerca de su pueblo. La Iglesia parece haber olvidado todo esto. La súplica del Primer Ministro es más que oportuna. Han sido el progresismo eclesiástico y la corrupción del clero los principales responsables de la destrucción de la sociedad católica irlandesa. El mundo moderno postuló una autonomía del orden temporal, de tal modo que los hombres pierden toda referencia al fundamento. Ese virus entró en la Iglesia y provocó una pandemia peor que la del Covid 19.
En el contexto del mundo moderno, que postula una autonomía del orden temporal de tal modo que éste se considere independiente de Dios; una libertad destructiva somete y destruye la creación, que reclama el orden que tiene su origen y consistencia en el Creador (cf. Gaudium et spes, 36).
El desacuerdo entre Roma y Budapest versa, al parecer, sobre el problema de la acogida a la inmigración. Sin que el principio superior de la caridad, que extiende a todos los brazos abiertos en cruz, se vea menoscabado, resulta, a mi parecer, indiscutible que la oportunidad concreta de la admisión de los contingentes de inmigrantes, sus dimensiones y características, configuran un caso de prudencia política que es responsabilidad del Estado, sobre todo si se tiene en cuenta la necesidad de integración en la sociedad que los recibe y su cultura, para que el respeto recíproco permita vivir en paz. La adopción por Roma de los «nuevos paradigmas» equivale a una gnosis, que desplaza a la gran Tradición de la Iglesia. La gnosis del Nuevo Orden Mundial reitera los intentos de ese secular enemigo de la Iglesia, que reaparece en un nuevo ciclo histórico. Esta observación nos remite a la necesidad de una reacción católica; la verdadera gnosis es la fe cristiana, como ya lo expuso entre los siglos II y III San Ireneo de Lyon, que luchó contra aquella «gnosis de falso nombre», según la registró para siempre en su admirable obra Adversus Haereses.
He leído recientemente acerca de un modelo singular. En un pueblo de Calabria, que se estaba convirtiendo como otros en un pueblo fantasma, al alcalde se le ocurrió un programa de recepción de los primeros refugiados de Kurdistán: los hospedó en las casas abandonadas del centro histórico, y propuso iniciativas que fueron realizándose y creciendo, de tal forma que marcaron el renacimiento del pueblo. Más de 600 refugiados pasaron por allí, y de ellos unos 300 decidieron quedarse; reabrieron talleres de artesanías -laboratorios de cerámica y tejidos- pequeños comercios, panadería, un bar y hasta una escuela elemental. Se organizó un sistema de recolección de basura y el municipio empleó algunos como «mediadores culturales». La difusión del conocimiento de este caso llevó a estudiarlo como posible solución a la crisis de refugiados en Europa. Es verdad que se trata de un caso de pequeñas dimensiones, pero ¿cuántos pueblos se encontrarán en una situación semejante? El ingenio del alcalde ha sido allí decisivo; potenciado por la caridad podría transportarse a escalas mayores, como una interesante tarea de la Iglesia, con el protagonismo de los católicos empeñados en la acción social y política, o quizá multiplicarse en su dimensión originaria como una encantadora verificación del principio small is beautiful.
Hay otra cuestión de máxima importancia: Europa no puede dejar de ser sensible al crecimiento del islam, que va parejo a la decadencia de los pueblos cristianos. La amenaza islámica no debe verse solamente en referencia al terrorismo, sino también a la ambición y posible éxito de un proyecto de conquista pacífica. El diálogo interreligioso no puede incluir un desarme moral de los pueblos que aún conservan alguna reminiscencia del orden cristiano; sería una fantasía suicida. La Iglesia no puede renunciar al mandato del Señor, registrado en el final del Evangelio de Mateo y en el suplemento del de Marcos. Estas cautelas elementales no deben desecharse si los inmigrantes son musulmanes. Los pueblos ex católicos de Europa han descuidado el crecimiento poblacional, lo cual no ocurre en los adherentes al islam. Hace décadas la Iglesia, en diversos ámbitos, incluso episcopales, ha rehusado la plena aceptación de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI, una enseñanza definitiva y profética. La decadencia de la Teología Moral hizo que numerosos profesores enseñaran los errores corregidos en la encíclica, así confundieron y desviaron a varias generaciones sacerdotales, y de ese modo el error se difundió en la práctica del pueblo de Dios. En consecuencia, la disminución de la natalidad ha llevado a situaciones cercanas al invierno demográfico en Europa, y este mal se agravó todavía por el oleaje a favor de la ideología de género. Esto no ha sucedido, como ya lo he apuntado, en los países islámicos.
Hungría representa, con su actual orientación política, la posibilidad de una reacción cristiana ante la gnosis moderna. La súplica que el Primer Ministro dirigió al Sumo Pontífice es un signo saludable. Hungría recibe el asedio de las instituciones internacionales; si la Iglesia Romana se pliega a ese designio, habrá que considerar que el mysterium iniquitatis de que habló el Apóstol, está actuando poderosamente. Sólo se le podrá hacer frente con la verdad, la oración y el sacrificio.
Un complemento a la difícil situación bosquejada. En la conversación oficial con el gobierno húngaro el Papa mencionó concretamente qué es la familia para la iglesia, según la naturaleza querida por Dios; su composición se resume así: padre, madre, hijos. Pero en la conversación que mantuvo con los periodistas en el avión, retomó una vieja idea suya: la aprobación de una unión civil de las personas homosexuales porque ellos también tienen derecho a una familia. ¿En qué quedamos? El entonces Cardenal Bergoglio intentó que esa idea suya fuera asumida por la Conferencia Episcopal Argentina, pero ésta se rehusó con buenas razones. La contradicción que he señalado representa un momento patético de la Iglesia actual; ya no estamos en los tiempos de San Juan Pablo II.
La consideración del modelo político húngaro me sugiere la comparación con el caso argentino. Nuestra historia nacional es pródiga en el registro de malos gobiernos. Pero el actual ha superado todas las marcas. Un gobierno en su mayoría integrado por ateos bautizados, gente incapaz que lejos de reconocer sus límites, se creen brillantes y pretenden con arrogancia instruir al pueblo, que ya los ha calado y los detesta. El actual presidente es el principal responsable de la promulgación de la ley que autorizó el asesinato de los niños por nacer, que el Vaticano II llamó crimen abominable; a esto se suma el asesinato moral de los niños en la escuela, con programas mendaces respecto de la historia nacional y contrarios a la ley natural. Un nuevo despropósito que sería para reír si no fuera trágico: el gobierno mandó hacer penes de madera y distribuirlos entre los educadores, para que estos enseñen a los niños a calzarse el condón: perversión sexual integral, tal el nombre que merece la asignatura. La mentira es el principio fundamental que guía al presidente en sus discursos al pueblo. El único plan del gobierno es la crítica obsesiva del gobierno anterior, que también fue malo. La pobreza ha crecido hasta someter a más del 40% de los habitantes, con cierre de multitud de pequeñas empresas y pérdida de puestos de trabajo. No han dejado nada incólume: hasta el idioma pretende alterar haciéndolo «inclusivo». La ignorancia potencia al ideologismo de izquierda, que colorea al populismo peronista. La población es convertida en clientes de las dádivas estatales. El Episcopado mismo calla o aprueba. ¿Qué nos queda? Rogar insistentemente a Dios para que impida que esta caída colosal no siga agravándose.
+ Héctor Aguer
Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.
Académico de Número de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).
Buenos Aires, martes 12 de Octubre de 2021.
Fiesta de Nuestra Señora del Pilar
Día de la Hispanidad.-