Las grandes preguntas que cualquier persona se hace son: ¿de dónde venimos?, ¿hacia dónde vamos? y ¿para qué sirve la vida? Nosotros los cristianos sabemos que la respuesta a estas preguntas está en la Revelación de Jesucristo «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Pero en esta ambiente de grave descristianización estos días me he encontrado con varias personas que me han hecho preguntas sobre el Yoga y qué opina la Iglesia sobre el tema.
El Yoga por supuesto puede ser y de hecho es con frecuencia una técnica de relajación. La experiencia demuestra que la posición y la actitud del cuerpo no dejan de tener influencia sobre el recogimiento y la disposición del espíritu Con la actual difusión de los métodos orientales de meditación en el mundo cristiano y en las comunidades eclesiales, hay numerosas propuestas en este sentido. Algunas utilizan métodos orientales con el único fin de conseguir la preparación psicofísica que consideran más conveniente para una contemplación realmente cristiana, pues en la oración, el hombre entero debe entrar en relación con Dios y, por consiguiente, también su cuerpo debe adoptar la postura más propicia al recogimiento, lo que en sí no presenta ningún problema.
Pero el problema empieza, cuando con mucha frecuencia, los profesores e instructores de este método, lo relacionan con un trasfondo espiritual, que choca con nuestra concepción cristiana. La espiritualidad del Yoga está muy relacionada con la espiritualidad hinduista, así como con el New Age o Nueva Era. Se trata de una concepción bastante sincretista en la que encontramos elementos de las religiones orientales como el budismo y el hinduismo, junto con otros gnósticos, espiritistas y esotéricos. Creen en la autoayuda y en la superación personal, con una concepción pelagiana, es decir para que yo sea mejor persona basta mi esfuerzo personal y no necesito para nada de la gracia. Su concepción moral es relativista, por lo que no existe una Verdad objetiva, ni una clara distinción entre el Bien y el Mal. En esta mentalidad las nuevas formas culturales y económicas exigen otra forma de entender la espiritualidad, según ellos más abiertas, menos dogmáticas, porque, nos dicen, las antiguas creencias se han quedado obsoletas. Es decir se trata de buscar una nueva o nuevas espiritualidades fuera del ámbito católico y cristiano. Estamos ante una espiritualidad sin religión, en la que ni la gracia divina ni Cristo tienen nada que hacer ni decirnos
Pero la mayor discrepancia está en la concepción de Dios, puesto que son panteístas, todo es Dios y no distinguen entre el Dios Creador y su creación, entre el Creador y la criatura y admiten también la reencarnación. Dios es impersonal, una energía, un poder, una fuerza cósmica, el Todo. En cambio los cristianos no podemos hablar de Dios en términos no personales, siendo la oración cristiana el encuentro de mi yo con el Dios Personal. «Por esto, proponen abandonar no sólo la meditación de las obras salvíficas que el Dios de la Antigua y Nueva Alianza ha realizado en la historia, sino también la misma idea de Dios, Uno y Trino, que es Amor, en favor de una inmersión en el abismo indeterminado de la divinidad» (Congregación de la Doctrina de la Fe, «Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana» (15 de octubre de 1989, nº 12). Consecuencia de ello es que «la oración auténtica, como sostienen los grandes maestros espirituales, suscita en los que la practican una ardiente caridad que los empuja a colaborar en la misión de la Iglesia y al servicio de sus hermanos para mayor gloria de Dios»(Ibid. nº 28). Y esta es la gran revolución social, la que cambia el hombre en su interior y lo transforma haciendo de un egoísta tan solo preocupado de sí mismo en un altruista que sí se interesa por los demás y busca su bien.
En resumen, si reducimos el Yoga a unas técnicas de relajación o auto control, no habría problemas, pero si lo consideramos una espiritualidad que dirige nuestra vida, esa espiritualidad ciertamente no es cristiana, y puede ser, como nos demuestra la experiencia, profundamente negativa e incluso peligrosa, pues está muy cercana a las tres grandes leyes del demonio: haz lo que te dé la gana, no obedezcas a nadie y sé tu propio dios.
Pedro Trevijano, sacerdote