El presidente del Gobierno parece haber hecho suya aquella lapidaria frase de "lejos de nosotros la funesta manía de pensar".
Se le ocurre una cosa y no se para a pensar si es una insensatez. Lo mismo sobre la bandera norteamericana que sobre la alianza con los más incivilizados, sobre la crisis económica o el subsidio a los parados.
Respecto a la Iglesia sus ideas van todas en el mismo sentido que es el de hostilizarla. Y tampoco considera las consecuencias que todo ello pueda tener. Con la monserga de que el Estado no es confesional, cosa que por cierto encantaba a buena parte de nuestra jerarquía, parece que se le ha ocurrido que deben desaparecer los símbolos religiosos de los lugares públicos. Por ejemplo de los colegios. Sin tener en cuenta de que nada hay tan público como la calle. Con lo que enseguida va a tener a los cuatro de siempre exigiendo que en ella no puedan tener lugar actos católicos. Y así debería ser si por aconfesionalidad se entiende que la religión sólo debe estar en el ámbito privado. Es decir, dentro de los templos, en los hogares y en los colegios que no sean públicos ni concertados.
Pues lo próximo será la Semana Santa, el Corpus, las ofrendas florales al Pilar o la Maredeueta, el Rocío... En el templo y haciendo poco ruido. No vaya a ocurrir como con las campanas de Jaén.
Pues ya lo saben los votantes socialistas de Sevilla, Granada, Toledo, Valladolid, León, Zamora, Valencia, Zaragoza, Málaga... Por este camino y con Zapatero antes o después a echar el cierre. Siempre habrá alguno a quien le moleste la Macarena o Cristo en la custodia. Y podrá reclamar que no se le importune con su presencia. Qué más quiere Zapatero que complacerle. Además la laicidad lo exige. Y la Logia también.
Francisco José Fernández de la Cigoña