En estrecha conexión con la política están los valores que dan fundamento y sentido a los derechos humanos y a la libertad y responsabilidad.
Para empezar, no escogemos ni nuestro cuerpo, al que podemos modificar sólo en muy limitada medida, ni nuestra situación histórica, y sin embargo ambas realidades determinan el lugar de nuestra responsabilidad. Nos guste o no, estamos dentro de la cultura y de la civilización occidental europea.
Toda civilización posee una serie de valores que trata de promover y realizar. Nuestra civilización trata de conseguir que la persona humana, todas las personas humanas, progresen en su desarrollo personal y vean cada vez más respetada su dignidad. Los valores son el conjunto de virtudes, costumbres y sentimientos que conciernen la conducta humana, y si son auténticos valores, como la justicia y la libertad, son valores eternos pero a los que yo debo dar en mi vida realización concreta.
Sin embargo mi civilización es temporal, se da en el tiempo. Y como los humanos somos como somos, ello significa que generalmente no hay avances ni retrocesos en bloque, sino que se da un entrelazamiento que supone avances y retrocesos parciales, pero que sin embargo no impide que tengamos algunos valores fundamentales que hemos de proteger como convicciones y logros que hemos de mantener, pues son el tesoro de nuestra civilización y lo que nos permite un orden estable en la historia.
En efecto, si el hombre es más que el animal, si tiene una historia es porque hace en colaboración con los demás una serie de acciones que le permiten realizar una serie de obras que le hacen avanzar en instrumentos, en saber y en toma de conciencia, por lo que no sólo crece como persona, sino que además va consiguiendo el dominio sobre la creación.
Pero este dominio del hombre sobre las cosas y este respeto a sí mismo y a los demás, supone movilizar nuestras fuerzas espirituales que tienen en cuenta la responsabilidad del hombre y tratan de realizar la fraternidad humana. Gracias a los valores me doy cuenta que mi libertad y responsabilidad sólo tienen sentido cuando las pongo al servicio de mi conciencia moral, cuando procuro darles un peso de verdad y de bien. Pero para conseguir este peso, no me basta mi libertad individual, sino que tengo que dar un sentido profundamente social a mi actuación, buscando la colaboración con los demás. Ello nos obliga ser ciudadanos activos y responsables, a defender la libertad. En pocas palabras a ser demócratas, es decir que todos somos iguales ante la ley, sin discriminaciones.
Pero como creyente que soy, no puedo olvidarme del papel del cristianismo. Es indiscutible que los valores democráticos pueden, e incluso deben, ser asumidos por una conciencia cristiana, al igual que hizo san Pablo con los valores paganos de la hospitalidad, veracidad, templanza, amistad etc. La defensa de los derechos humanos y de la democracia suponen saber respetar al otro, lo que es un primer paso, aunque todavía muy imperfecto, en el camino del amor.
Pero además el cristianismo me incita a realizar los valores en la dimensión del presente. De nada vale que yo crea en la libertad o en la justicia, si no intento realizarlos ya, en el momento presente, en la historia que me ha tocado vivir. Pero como son valores eternos, sé que la realización de ellos en este mundo no deja de ser imperfecta, por lo que creo en su realización plena más allá de la Historia, en el más allá, en ese Reino de Dios que ha comenzado y que está presente entre nosotros, pero que no puede alcanzar en esta vida su total plenitud, sino tras nuestra resurrección, en ese más allá que es el Reino de la Verdad, de la Justicia, de la Paz y del Amor, todo ello con mayúsculas, porque se trata del reino de Dios en su plenitud, sin las imperfecciones de nuestra vida temporal.
En pocas palabras, el fundamento de los derechos humanos son los valores eternos, encarnados en la Historia gracias a la democracia y al cristianismo. El respeto a los derechos humanos, pese a los fallos e imperfecciones de nuestra sociedad, y a los descarados intentos de nuestros gobernantes de suprimir varios de ellos, como pueden ser el derecho a la vida, la protección a la familia, el derecho a la libertad de conciencia y, por tanto, a la objeción de conciencia, y el derecho a la libertad de educación, es sin embargo mucho mayor entre nosotros que en los países donde está el totalitarismo, el nacionalismo excluyente o el fundamentalismo islámico.
Pedro Trevijano, sacerdote