Ya se han sugerido numerosas lecturas de la encíclica. Las dos formas principales de abordar este enjundioso texto han sido bien un aplauso sistemático, bien un ataque sistemático. Nuestra línea de lectura será más metodológica. Nuestra hipótesis es que el posicionamiento del Papa en este texto nos permite comprender el tenor de su contenido.
Desde el principio del texto, el Papa afirma que no pretende «resumir la doctrina del amor fraterno», sino que da este texto como «un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras» (n. 6). De esta manera se afirma claramente la dimensión práctica. Se trata de soñar, es decir, de reflexionar para actuar (a fin de encarnar ese sueño). Y añade: Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad». Esta frase es rica en presupuestos. El «si bien» manifiesta una tensión entre «desde mis convicciones cristianas» y «que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad». Cabe señalar que ya no se trata aquí de actuar, sino de dialogar, donde el diálogo en cuestión debe preparar la acción. Se puede pensar pues que la acción estará en continuidad con el diálogo, será de la misma naturaleza que éste. ¿Pero cuáles son las condiciones para el diálogo? El «si bien» manifiesta que el contenido que se aporta al diálogo debe ser accesible a todos los participantes, sean cuales sean sus convicciones. Basta con que sean «de buena voluntad». ¿Perspectiva tradicional de la doctrina social o inflexión procedimental propia de la posmodernidad liberal?
El Papa Francisco se apoya en la fe cristiana para decir lo que dice, pero acepta situarse en el marco secularizado de la globalización actual. Este posicionamiento tiene un gran impacto sobre el tenor de su discurso, puesto que la referencia a la verdadera fuente de la fraternidad humana, el Verbo Encarnado, queda silenciada. En efecto, ¿por qué todos los hombres son hermanos? No es solamente porque tengan el mismo Padre, sino porque Dios ha sido revelado como Padre por el Hijo en quien todos están llamados a convertirse en hijos adoptivos, y por lo tanto en hermanos de Jesús. Sólo una mirada de fe nos permite afirmar que todos los hombres son hermanos en Jesús. «Porque a los que de antemano eligió también predestinó para que lleguen a ser conformes con la imagen de su Hijo, a fin de que él sea primogénito entre muchos hermanos»(Rom 8:29). Se podría objetar que los musulmanes y los masones también utilizan este término y que lo importante no es tanto la fuente de la fraternidad como el hecho de que exista como un hecho y como una exigencia. Así, Jules Ferry afirmaba que las justificaciones doctrinales de los deberes morales tenían poca importancia siempre y cuando estos fueran enseñados a todos los niños en las escuelas laicas. Ya sabemos cómo acabo.
Es esencial que nos fijemos en este enfoque procedimental y pragmático pues es la matriz del pensamiento liberal. Todo participante en el debate político y social debe adoptar un discurso con dos niveles. Tiene que aportar, por supuesto, su propia contribución a partir de su tradición religiosa e intelectual, pero también debe validar una especie de metadiscurso, que esté por encima de todos los discursos (incluido el suyo propio) y que tenga la función de permitirles coexistir. De este modo, estructuralmente, lo universal no está del lado de tal o cual discurso, siempre identificado como particular (convicciones), sino del metadiscurso. La mejor manera de dar peso al propio discurso es, por lo tanto, tender a identificarlo con este metadiscurso, lo que exige silenciar progresivamente sus referencias particulares. Así, lo universal que se alcanza es formal y carente de toda sustancia determinada; tales son los grandes valores de la modernidad: libertad, igualdad, tolerancia y solidaridad (aquí fraternidad). ¿Qué desafío impone este modo de proceder (el del pluralismo jurídico), teorizado por los filósofos Habermas y Rawls, a los católicos que desean participar en el diálogo?
El límite, encarnado por el cardenal Ratzinger en 2004 en su debate con Habermas, consiste en participar en el debate rechazando sus presupuestos procedimentales y fundando sus condiciones de posibilidad sobre una antropología cristocéntrica que asume la recta razón. En efecto, la fe católica no puede verse a sí misma como una creencia religiosa entre otras que contribuyen al edificio, con una Iglesia que se contentaría con que le dejen una silla plegable en las asambleas mundanas. La Iglesia no es una ONG que tenga que seguir la agenda de las agencias de la ONU. La universalidad católica (pleonasmo) se funda en la fe en el Verbo Encarnado recapitulando «todo el hombre y todos los hombres». El católico no puede, sin correr el riesgo de alterar su fe en Cristo único mediador y salvador, adoptar el punto de vista formal dominante, pretendidamente más incluyente que el que Dios mismo le ha revelado. De lo contrario, el católico es llevado lógicamente a sostener un discurso de inspiración pelagiana, es decir, tendente a obviar la realidad de la condición humana herida por el pecado original y que permite esperar que a través del diálogo con todos, las soluciones prácticas soñadas en conjunto serán finalmente realizadas. «La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna». Caminemos en esperanza» (n. 55). ¿No es sorprendente hablar de la esperanza dándole como objeto los grandes ideales?
Una de dos. O bien el Papa se dirige a los «hombres de buena voluntad» con la esperanza de mostrarles que la fe cristiana es un recurso para alcanzar el ideal humano de la fraternidad; pero entonces este texto, uniéndose a un ideal humano, corre el riesgo de confirmar a sus interlocutores que la Iglesia es sólo una ONG que coopera en un programa humanitario. O bien habla a los bautizados, instándoles a comprometerse a vivir la fraternidad; pero entonces su silencio sobre los motivos propiamente teológicos de este compromiso corre el riesgo de justificar la secularización del compromiso social cristiano. Lo sucedido con asociaciones como «Emmaüs», fundada por un sacerdote y totalmente secularizada una generación más tarde, es un doloroso ejemplo. Esta encíclica es el signo de que el discurso eclesial dominante desde los años 1970 en Europa occidental se ha convertido, a través de América Latina y la Compañía de Jesús, en el de la Iglesia universal.
Thibaud Collin
Traducido por InfoCatólica. Publicado originalmente en L'Homme Nouveau.