Leemos en el evangelio de San Mateo: «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar» (18,6). Creo que si preguntásemos a la gente cuál es el escándalo mayor que han dado los eclesiásticos en los últimos tiempos, saldría por abrumadora mayoría el de la pedofilia.
Y sin embargo la postura de la Iglesia en todos los tiempos desde el mismo evangelio ha sido clarísima. Es indudablemente un pecado muy grave. Ya con san Juan Pablo II, el 23 de Abril del 2002, se dieron órdenes que, ante la pederastia, tolerancia cero y hoy de hecho la legislación eclesiástica es más severa que la civil. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma; «2389. Se puede equiparar al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos en niños y adolescentes confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una mayor gravedad por atentar escandalosamente contra la integridad física y moral de los jóvenes que quedarán marcados para toda la vida, y por ser una violación de la responsabilidad educativa». Por su parte, Benedicto XVI en su Carta Pastoral del 19 de Marzo del 2010 dice a los sacerdotes y religiosos irlandeses culpables: «Habéis traicionado la confianza depositada en vosotros por jóvenes inocentes y su padres. Debéis responder por ello ante Dios Todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos». Por su parte, el 15 de Junio del 2015, el Papa Francisco denunciaba que «los niños comienzan a oír ‘estas ideas extrañas, esas colonizaciones ideológicas que envenenan el alma’, y las familias ‘tienen que reaccionar ante esto’».
Y es que es un mal muy extendido en toda nuestra Sociedad. Hace unos años en Alemania había un sacerdote incriminado por cada dos mil quinientos casos, lo que supone hay bastantes profesiones en mucho peor situación y en Estados Unidos en un momento dado había cien sacerdotes y cinco mil profesores de educación física y monitores deportivos condenados. Pero de esto no se habla, tal vez por ser políticamente incorrecto.
Es evidente que los Partidos adversarios de la Iglesia condenan la pederastia, si la realizan sacerdotes o religiosos católicos. Pero estos mismos Partidos defienden la ideología de género, y podemos preguntarnos si quienes defienden esta ideología, ¿condenan o promueven la pederastia? Personalmente, estoy profundamente escandalizado de la hipocresía y maldad de los laicistas que mientras critican, con razón, a los sacerdotes y religiosos pederastas,intentan ellos introducir la pederastia, disfrazada de las palabras perspectiva o ideología de género, en la legislación y en la educación. En nuestro país, la Ley sobre el aborto, que se titula de salud sexual y reproductiva, trata también de proteger a la pederastia. Y así declara que es un objetivo a conseguir «la educación sanitaria integral y con perspectiva de género» (art. 5 e), así como el que «la formación de profesionales de la salud se abordará con perspectiva de género» (art. 8). Si eso se pretende de los educadores, es que se quiere que, a su vez, eduquen en esta mentalidad a los educandos. Dicen que defienden la libertad sexual de niños, jóvenes y adolescentes, pero la realidad es la pederastia. Lo único que cambia es el modo de llamarlo. Y es que como decían ya en el 2012 nuestros Obispos en su documento «La verdad del amor humano» en la concepción laicista «una sociedad moderna ha de considerar bueno ‘usar el sexo’ como un objeto más de consumo. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto» (Conferencia Episcopal Española «La verdad del amor humano», nº 57).
El gran problema es que están pasando cosas muy graves, que nos afectan a todos, y especialmente a los niños, y la gente, o no se entera o no reacciona. Como nos recuerdan nuestros Obispos en el documento que acabamos de citar: «60. No se detiene, sin embargo, la estrategia en la introducción de dicha ideología en el ámbito legislativo. Se busca, sobre todo, impregnar de esa ideología el ámbito educativo. Porque el objetivo será completo cuando la sociedad –los miembros que la forman– vean como ‘normales’ los postulados que se proclaman. Eso solo se conseguirá si se educa en ella, ya desde la infancia, a las jóvenes generaciones. No extraña, por eso, que, con esa finalidad, se evite cualquier formación auténticamente moral sobre la sexualidad humana. Es decir, que en este campo se excluya la educación en las virtudes, la responsabilidad de los padres y los valores espirituales, y que el mal moral se circunscriba exclusivamente a la violencia sexual de uno contra otro».
La obsesión por la sexualidad de los niños es una constante de quienes defienden esta ideología. Cambiar la mentalidad de un adulto, sobre todo si está bien formado, es muy difícil, pero moldear a un niño es mucho más fácil. Como me escribía una señora: «Corrupción mayor que robar el dinero de los impuestos de los ciudadanos, es la corrupción que se practica en las escuelas enseñando a los niños la sexualidad indiscriminada, y eso lo sé de buena tinta porque se lo enseñaron a mi hija que con 12 años le dieron un condón y le enseñaron a masturbarse». Y es que como dicen nuestros Obispos no hay en la Sexualidad para ellos más normas morales que la prohibición de la violencia sexual.
Pedro Trevijano, sacerdote