Tras el escándalo la semana pasada del pacto entre socialistas, podemitas y los filoetarras de Bildu, los periódicos del 26 de Mayo nos informan de la destitución del coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos por negarse a entregar a sus superiores el informe jurídico sobre la actuación del delegado del Gobierno en Madrid el 8 M. Tres superiores llamaron al coronel para pedirle datos sobre la investigación judicial, datos que él conocía bajo secreto sumarial y que hubiese sido delictivo entregarlos. Se ha tratado de un intento de injerencia del poder ejecutivo sobre el judicial, sin respetar la división de poderes. Sobre esto escribe San Juan Pablo II: «La Sociedad está estructurada en tres poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial, lo que exige una legislación adecuada para proteger la libertad de todos. A este respecto es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes y otras esferas de competencia que lo mantengan en su justo límite. Es éste el principio del ‘Estado de derecho’, en el cual es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres» (Encíclica Centesimus annus, nº 44).
Este caso nos presenta un problema interesante: ¿hasta qué punto hemos de ser fieles a nuestro deber y a nuestra conciencia? En otras palabras, ¿qué criterios debo emplear en mi vida para actuar correctamente en las circunstancias en las que estoy implicado?
Estos días estoy releyendo «El camino de la esperanza» del cardenal Van Tuan Son una serie de pensamientos cortos, en cuyo número 269 leemos: «Antes de criticar a la Iglesia, prueba a leer los documentos y las encíclicas de los Papas. Te sorprenderá el descubrir que han tratado a fondo cada problema. Verás cómo son radicales en sus proyectos de renovación, y cómo es revolucionario el espíritu cristiano, impregnado de las Escrituras, de la gracia de Dios y de la Tradición».
Está claro que el problema que ha tenido el coronel Pérez de los Cobos ha sido fundamentalmente un problema de conciencia. El Concilio Vaticano II en la Constitución «Gaudium et Spes» tiene sobre el papel y los deberes de la conciencia un texto que es ya un clásico. Dice así: "En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad» (GS nº 16). Es decir la conciencia cristiana nos dice que hay una Ley escrita por Dios en nuestro corazón, que nos incita a hacer el bien y evitar el mal y que hemos de buscar la Verdad a fin de resolver con acierto los problemas morales.
El gran enemigo de la conciencia cristiana y también de la democracia es el de intentar mantener a cualquier costo el poder, pasando por encima de las personas y de las exigencias morales objetivas de funcionamiento de los Estados. Es el relativismo ético el que quita a la convivencia civil la referencia moral, al rechazar la existencia de una Verdad objetiva y de los principios morales de la Ley Natural, que queda reducida, como dijo Rodríguez Zapatero, a una reliquia ideológica y a un vestigio del pasado. Y es que «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (San Juan Pablo II, Encíclicas Centesimus annus nº 46 y Veritatis splendor nº 101).
El coronel Pérez de los Cobos ha cumplido con su deber. Su hija ha escrito una carta en la que dice: «Hay destituciones que son una medalla de honor». No puedo sino estar de acuerdo. Pero la pregunta que tengo que hacerme y les hago a Ustedes es: ¿Estoy haciendo lo que puedo, aunque sea muy poco, para salvar la democracia de mi país y que no seamos una nueva Venezuela o Cuba?
Pedro Trevijano